lunes, 11 de enero de 2016

LA BASTARDA PARTE 27

JUEVES 21 DE MAYO

Ese día María Berenice había decidido acompañar a su amiga Esperanza en la Clínica donde tenían internada a la vieja Alicia. En la sala de espera aprovecharon para ponerse al tanto la una a la otra de lo que les había pasado en las últimas horas.

_  ¿En serio su mamá le dijo eso sobre su abuela paterna?
_ Sí. Pero yo no quedé contenta con esa explicación. Al contrario, ahora me tengo más intriga de conocer a esa señora. Oiga Esperanza, ¿qué le parece si usted y yo nos encargamos de averiguar sobre nuestros papás, sobre nuestro pasado? Usted siempre ha sospechado que su tía le oculta algo. Pues averiguemos por nuestra cuenta.
_ ¿Y cómo? ¿dónde?
_ Nos la ingeniamos. Para eso está el internet, ¿qué sé yo? Usted no se puede averiguar el nombre de su papá. Por ahí podríamos empezar.
_ Eso es fácil de averiguar. Mi abuela tiene mi registro de nacimiento.
_ Pues con ese dato podemos adelantar mucho trabajo.
_ ¿Y a usted por qué le dio ahora a jugar a la detective?
_ Es que acaso a usted no le da intriga conocer su pasado, quién fue su papá, su mamá.
_ Usted sabe que sí. Y me parece buena idea. A lo mejor usted tiene razón. Hoy en día a través de internet se puede averiguar de todo.

En ese momento apareció en escena Yolanda para interrumpir la conversación:

_ Esperanza necesito hablar con usted... a solas.

La joven se incorporó de su silla y se apartó junto con su tía hacia un lugar solitario donde pudieran hablar cómodas.

_ La escucho tía.
_ Quiero hablar seriamente con usted. Y quiero hacerlo sin rodeos. Para nadie es un misterio que la relación entre usted y yo nunca ha sido buena. Pero en vista de la condición en la que está mi mamá creo que lo mejor es que hagamos una tregua.
_ ¿Una tregua tía? ¿Cómo así?
_ así como lo oyó. Le propongo que dejemos atrás la confrontación. No estoy diciendo que nos convirtamos en las mejores amigas, pero sí que llevemos la fiesta en paz.
_ Tía, usted sabe perfectamente que yo contra usted no tengo nada. Es usted la que siempre me ha demostrado que a mí no me soporta y yo no siquiera sé por qué.
_ Eso ya no importa. Lo único que me interesa es que llevemos la fiesta en paz.
_ Señora Yolanda- interrumpió el médico que atendía a Alicia y que había aparecido de improviso.
_ Sí doctor. ¿Qué pasa?- contestó la mujer.
_ No les tengo buenas noticias.
_ ¿Qué le pasa a mi abuela?- preguntó angustiada Esperanza.
_ La señora Alicia acaba de fallecer.

Esperanza  prorrumpió en llanto y su tía Yolanda, en un gesto inaudito de generosidad, la consoló. Esa misma tarde se llevó a cabo el velorio al cual asistieron pocas personas; Alicia siempre fue una mujer de pocos amigos.

_ Esperanza, mijita, en estos momentos debe tener mucha fortaleza y mucha resignación. Su abuelita descansó de esa agonía y ahora está en un lugar mejor -aseguró la negra Berenice.
_ ¡Ay doña Berenice, no me pida eso! Mi mamá es lo único que yo tenía en este mundo. Ahora sin ella yo no sé que voy a hacer.
_ Todavía le queda su tía, sus primos, el mismo Horacio. Además ni Ebelia, ni María Berenice ni yo la vamos a desamparar mijita.
_ Muchas Gracias doña Berenice -dijo Esperanza y acto seguido las dos mujeres se fundieron en un abrazo.

Al día siguiente se cumplieron las exequias que estuvieron a  cargo del sacerdote que había sustituido al asesinado padre Epifanio. Se llamaba Arturo y estaba lejos de transmitir la benevolencia que emanaba del cura que días atrás habían acribillado a tiros.

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