sábado, 26 de abril de 2014

EL DURO Y TORTUOSO CAMINO PARA APRENDER A ESCRIBIR

Durante toda la primaria y el bachillerato me fue bien en las clases de español. Eran mi fuerte, contrario a lo que pasaba con las asignaturas de matemáticas, álgebra, trigonometría y cálculo las cuales siempre aprobé más por caridad de los profesores que por mis méritos académicos. Siempre tuve una habilidad para escribir que se situaba por encima de la de mis compañeros, aunque valga decir que estos no se caracterizaban por tener una cultura escrita al menos medianamente aceptable. Era común que mis "amigos" me pagaran por hacerle los trabajos para la clase de español. Y pongo esa palabra amigos entre comillas porque esos individuos sólo me aceptaban en su círculo precisamente por que yo era quien les hacía las tareas escolares. Mi profesora de español de grado once no tardó en darse cuenta de que yo me ganaba algunos pesos de esa manera; su marido -quien fungía como profesor de cálculo- me confesó que ella se había dado cuenta de la trampa porque había rastreado mi estilo de escritura en los trabajos académicos que le entregaban mis compañeros.

De esa profesora en particular recuerdo que era una mujer muy agradable, amable, carismática, pero no quedé muy satisfecho que digamos con la clase de literatura que me ordenó leer en la secundaria. Por ella digerí textos de calidad discutible entre los que puedo mencionar "Ami, el niño de las estrellas", "El caballero de la armadura oxidada" y "Juan Salvador Gaviota", es decir libros de autoayuda, superación personal o como se le quiera llamar. Recuerdo que también nos pidió hacer un trabajo a partir de la lectura de "La metamorfosis". Yo obtuve una buena nota a pesar de que no me leí el libro. 

Con esos antecedentes no es de extrañar que llegara a la universidad con una cultura en el campo de la lectoescritura bastante mediocre. La primera profesora de escritura que tuve en la universidad no tardó en hacerme notar que mi redacción tenía muchas falencias. Fue como estrellarme contra un muro; en efecto no era nada fácil pasar de ser el estudiante estrella en las clases de español en el colegio, a un primíparo universitario con una forma de escribir francamente perversa, lánguida y aburrida. 

Si algo he de agradecerle a mi paso por la universidad fue precisamente haber logrado superar al menos parcialmente mis deficiencias al momento de escribir. Puede que tras cinco años en ese alma máter no haya aprendido casi nada, pero al menos logré mejorar en algo mi manera de redactar un texto.Otro de los aprendizajes más valiosos que adquirí de ahí en adelante fue el gusto por la lectura, pues a fin de cuentas no cabe duda de que una buena capacidad de escritura va de la mano de un buen hábito de lectura. Leyendo buena literatura no sólo se alimenta la mente y el espíritu: devorando libros poco a poco se adquieren las herramientas para aprender a redactar con pulcritud, con precisión, con un léxico rico, con un lenguaje que exalte la belleza de las letras a través de metáforas y recursos poéticos que nos provee un idioma tan excelso como el castellano. Sólo leyendo se aprenda a usar cada palabra, cada verbo, cada sustantivo, cada adverbio, cada preposición, en el lugar adecuado para expresar nuestras ideas con elegancia, fineza, contundencia y exactitud.

Cuando asistí a la clase de prensa en la universidad recibí elogios del profesor que dictaba dicha asignatura. Posteriormente él me invitó a vincularme a una revista de crónicas. Sin embargo de nuevo me estrellé contra la realidad: el primer reportaje que escribí resultó ser un verdadero desastre. Las crónicas que redacté con posterioridad resultaron igualmente catastróficas. Había fracasado como escritor. Ese mismo maestro que antes me había elogiado e invitado a hacer parte de su proyecto literario no dudo en volverme añicos al dar cuenta de todos mis errores a la hora de escribir. "Usted escribe demasiado largo", "da demasiada información en los textos", "es incapaz de conservar el hilo y la tensión narrativa, a la vez que mantener enganchado al lector", fueron algunas de sus lacerantes frases. No exageraba. 

Con ese fracaso a cuestas inicié mis prácticas profesionales en un periódico local. Me asignaron al área de "comerciales" encargada de elaborar publirreportajes y artículos de interés general. Con estos últimos no me fue bien. "Aquí no escribimos así. Tiene que leer el periódico", solía decirme mi editor. Con los publirreportajes me fue todavía peor. Varios fueron rechazados; incluso un cliente pidió que encomendarán a otro periodista que no fuera yo la elaboración de uno de ellos. Para cerrar con broche de oro una de mis compañeras de trabajo llegó un día con una sonrisa de par en par contando que en un seminario para los periodistas del periódico al que ella había asistido un experto en ortografía y redacción había tomado como ejemplo de cómo no se debía escribir uno de los publis que yo había elaborado. El cretino experto no tomó en cuenta que los publirreportajes son hechos a satisfacción de un cliente y si éste los solicita o aprueba con determinados errores estilísticos uno no puede hacer otra cosa que resignarse a que su texto contenga esos errores. Sea como sea había quedado clara una cosa: fracasé en le escritura "académica" y fracasé en la escritura "comercial", aquella que tiene por propósito publicitar o dar a conocer lo bueno y bonito de un determinado producto. Recuerdo que ese publirreportaje que fue tomado como ejemplo de pésimo ejercicio periodístico versaba sobre los logros de la alcaldía de Dagua. ¿Es ético que un periódico le haga publirreportajes a alcaldes? Dejo abierta la discusión.

Tras terminar prácticas quedé desempleado y después de unos meses en ese pavoroso estado me vi obligado a pedirle a otro de mis jefes en el periódico que me ayudará a ubicarme. Entré a trabajar de nuevo al rotativo, pero ahora en el área de opinión. Lo que debía escribir allí era mínimo: unos pequeños textos de corte editorial llamados "molinos de papel". Mi labor básicamente se circunscribía a la edición y corrección de estilo. Al margen de todas las malas experiencias que padecí en ese cargo, gracias a los molinos de papel aprendí a escribir con más precisión y economía verbal. En unas cuantas líneas debía sintetizar toda una serie de argumentos y ello me obligaba a ser más detallado, a utilizar las palabras adecuadas y escribir y acomodar cada frase en función de ahorrar todo el espacio posible, buscando no obstante que se expresaran opiniones sustentadas con argumentos sólidos

Con ese bagaje salí del periódico por la puerta de atrás y entré a trabajar a una agencia de relaciones públicas. Debí ejercer en un campo en el que nunca, ni en mis más remotos sueños, pensé que me desenvolvería, la redacción de boletines y el free press. Tuve la ventaja de que si bien mi jefa siempre me criticó mi carácter tímido, concomitantemente a ello alabó con frecuencia mi manera de escribir. Nuevamente mi función era escribir cosas bonitas, llamativas, impactantes con el fin de vender a los medios productos, eventos, servicios que éstos transformaran en noticias. Escribí sobre estética, deportes, economía, salud. Llegué a escribir columnas de opinión y hasta un publirreportaje. No creo que lo haya hecho tan mal. En cierta oportunidad un periodista del diario donde antes trabajaba prácticamente publicó íntegro un boletín que le mandé.

Por un tiempo estuve a cargo de redactar boletines para una entidad ambiental del municipio de Cali. En plata blanca debí escribir casi que un boletín diario y evidentemente el ejercer con tanta asiduidad la labor de escribir hace que uno a las buenas o a las malas mejore su desempeño en ese campo. Finalmente estuve a cargo de redactar los artículos para la revista institucional de un prestigioso colegio de Cali. De nuevo ejercité mi destreza de escribir contrareloj, usando diversas fuentes, procurando ser claro y sobre todo buscando que mis escritos tuvieran ese plus del que carecían según las palabras de aquel profesor de prensa: que fueran atractivos para el lector.

A pesar del desempleo crónico que padezco procuró mantener viva la costumbre de escribir aunque sea por medio de este blog. La verdad es que aun me falta mucho, muchísimo, mi manera de escribir aun tiene muchas falencias. Ojalá algún día las pueda superar, no al 100% -eso sería una utopía.-. Soñar no cuesta nada.

viernes, 4 de abril de 2014

ANÁLISIS EL 18 BRUMARIO LUIS BONAPARTE



El 18 brumario de Luis Bonaparte relata la convulsionada historia de Francia desde la caída del Rey Luis Felipe hasta el golpe de Estado orquestado por Luis Bonaparte. Esta es una historia en la que intervienen múltiples actores: el proletariado, los campesinos, la burguesía, el lumpenproletariado y el imperialismo recatado encarnado en la figura de Luis Bonaparte. Todos ellos se alían o se declaran su enemistad movidos por unas circunstancias siempre cambiantes. Sin embargo en el curso de esta historia siempre hay una solo perdedora: la clase de los proletarios que no pudo reivindicar sus derechos, ni mucho menos pudo derrocar a la burguesía en procura de hacerse al poder y constituir un nuevo Estado donde se rompiera el antagonismo entre los que poseen los medios de producción y aquellos que careciendo de ellos se ven obligados a vender su fuerza de trabajo.

La historia comienza así: tras la caída del régimen de Luis Felipe y la reunión, el 4 de mayo de 1848, de una Asamblea Constituyente, se estableció un gobierno provisional en el que tuvieron parte la oposición dinástica, la burguesía republicana, la pequeña burguesía democrática republicana y los obreros socialdemócratas. En esta coyuntura el proletariado declaró la República Social. La respuesta de la burguesía fue proscribir de la escena pública a Blanqui, el jefe de los proletarios. Éstos, por su parte, contestaron con una revuelta popular, la Insurrección de Junio, que fue sangrientamente reprimida por la coalición de la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército y el lumpenproletariado. El saldo de esta represión fue de 3000 insurrectos asesinados. Al final todas las clases se unieron en el llamado Partido del Orden que bajo la consigna de propiedad, familia, religión y orden se opusieron a la clase obrera. 

Ésta fue la primera gran derrota que sufrió el proletariado y que marcaría el papel por él desempeñado en lo sucesivo. Así quedaría demostrado que los ideales burgueses de libertad, igualdad y fraternidad quedarían circunscritos al papel, porque en la realidad seguiría reinando la dominación de un grupo –la burguesía- sobre el proletariado, una dominación que, como hemos visto en clase, es enmascarada por la legalidad de un contrato que contempla la “igualdad” entre el poseedor de los medios de producción y aquel que vende su fuerza de trabajo, no porque lo desee, sino porque las circunstancias lo obligan.

Tras el fracaso de la Insurrección de Junio llegó al poder el republicanismo burgués. Su dominación duró desde el 24 de junio hasta el 10 diciembre de 1848 y en ese tiempo promulgó una nueva constitución que defendía la libertad de prensa, palabra, asociación y enseñanza como derechos absolutos sólo limitados por los derechos de los otros y la seguridad pública. Para Marx esa seguridad no era otra que la de la burguesía, es decir que la propia Carta Magna coartaba la posibilidad de que los obreros se deshicieran de las cadenas de su dominación. Cualquier acto que acometieran contra sus subyugadores sería interpretado como un acto en contra de la seguridad de la Nación. 

El 10 de diciembre de 1848 fue nombrado como presidente Luis Bonaparte. Paralelamente en el seno de la Asamblea Nacional la Burguesía realista, conformada por los grandes terratenientes legitimistas y los grandes industriales y aristócratas orleanistas y aglutinada en el Partido del Orden, se dio a la tarea de sacar del ruedo político a los republicanos burgueses. Cumplidas las elecciones generales este grupo, el Partido del Orden dominado por legitimistas y orleanistas, logró la mayoría de diputados en la Asamblea Nacional. Por su parte, Bonaparte formó un ministerio del Partido del Orden en cabeza de Odilon Barrot. Así este movimiento acumuló en sus manos el poder del gobierno, el Ejército y el  cuerpo legislativo.

Durante estas circunstancias en las que la burguesía realista ejercía su dominación de clase, se gestó otro tímido intento de la clase obrera conducente a obtener una reivindicación política. Ese intento estuvo representado por un gran partido de oposición: La Montaña. Este movimiento socialdemócrata alcanzó 200 de los 750 votos de la Asamblea Nacional tras granjearse la simpatía de los campesinos y los diputados de parís, entre otros. Incluso el jefe de La Montaña fue elevado al rango de noble parlamentario. 

La montaña aglutinaba a los pequeños burgueses y a los obreros, pero éstos últimos ya no buscaban la abolición de la contradicción entre el capital y el trabajo asalariado –es decir, la abolición de su propio estado de dominación-, sino que se contentaban con exigir instituciones democráticas que atenuaran esa contradicción y armonizaran la convivencia entre dominadores y dominados. Es decir que en La Montaña la clase obrera había dejado de ser el actor revolucionario y subversivo de la Insurrección de junio para convertirse en un grupo que se limitaba a perseguir reformas en el seno de la sociedad burguesa.

Con la aparición de La Montaña la burguesía realista sentía que había que acabar con los pequeños burgueses de la misma manera en que antes lo había hecho con el proletariado. Fue así como urdió un plan para apartarla del camino que consistió en desechar un acta de acusación contra Bonaparte y sus Ministros por el bombardeo de las tropas francesas a Roma. Como protesta La Montaña abandonó el parlamento y así se disolvió su poder.

Sin embargo después de liquidado ese enemigo la situación se tornó difícil para los burgueses realistas. El 1 de noviembre de 1849  Bonaparte destituyó el Ministerio Barrot acortando el poder y la influencia del Partido del Orden. Se inició así una etapa de confrontación entre el poder ejecutivo y el legislativo. Simultáneamente al interior del Parlamento se había alcanzado un estado de cosas en que las libertades civiles y los organismos de progreso –que la burguesía había enarbolado en su lucha contra el feudalismo- ahora se constituían en amenazas socialistas contra la dominación de la misma clase burguesa. Se llegó al extremo de pretender vetar la discusión en un régimen parlamentario. A fin de cuentas a esa burguesía no le interesaba compartir el poder o entrar en confrontación con las clases sojuzgadas.

No era para menos. Después de las elecciones parciales del 10 de marzo de 1850 París eligió candidatos socialdemócratas. Bonaparte al verse frente a una revolución decidió postrarse de nuevo a los pies del Partido del Orden ofreciéndole un Ministerio.  Entre tanto la mayoría en el Parlamento elaboró una nueve ley electoral con el propósito de despojar de cualquier vestigio de poder y participación a la clase obrera. Esta ley abolió el sufragio universal e impuso como condición que el elector llevase tres años domiciliado en el punto electoral; a los obreros se les condicionó además la prueba de este domicilio al testimonio de su patrono. Asimismo una nueva Ley de prensa suprimió toda la prensa revolucionaria. Estas medidas legislativas aislaron al proletariado del campo de la lucha. En pocas palabras la propia burguesía iba en contravía de uno de los principales postulados del liberalismo político creado por ella: el derecho al voto, quedando una vez más en evidencia la falsedad y la hipocresía de todos los ideales de igualdad y libertad que este grupo proclamó la durante la revolución francesa.

Sin embargo no sólo los burgueses y proletarios fueron partícipes de estos acontecimientos; un grupo que agrupaba a aquellos que estaban al margen del aparato productivo, el lumpenproletariado, también se convirtió en un actor determinante de esta comedia política. Este grupo representaba un enorme conglomerado que incluía vagabundos, licenciados de tropa y de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbaquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, dueños de burdeles, entre muchos otros. Ellos podían considerarse como un grupo situado por debajo del proletariado que en muchos casos para subsistir se dedicaba a actividades al margen de la ley. Bonaparte se convirtió en su jefe al conformar la Sociedad del 10 de Diciembre. Este “lumpen” representaba el entusiasmo popular y atacaba a los republicanos. 

Bonaparte decidió disolver dicha Sociedad después de que los decembristas fueron denunciados ante la Comisión Permanente por supuestamente orquestar un plan para asesinar al presidente de la Asamblea Nacional. Pero esa fue una disolución que se cumplió sólo en el papel porque la Sociedad del 10 de diciembre pasó a ser un ejército privado de Bonaparte. 

Recapitulando, la historia del proletariado en este periodo de tiempo se resume así: luego de caer el régimen de Luis Felipe los obreros proclaman la república social y se alzan en la Insurrección de Junio siendo duramente reprimidos. Tras esta primera derrota se asocian con la pequeña burguesía y participan de un partido político, La Montaña, que no busca eliminar la contradicción entre capitalistas y asalariados, sino que sólo busca atenuarlo mediante reformas democráticas. La Montaña también resulta derrotada. Por último, el Partido del Orden, temeroso del poder obrero, elimina el sufragio universal para limitar aún más su posibilidad de participación y acción política.

Por otra parte en Francia se había pasado de la era de la Asamblea nacional legislativa- constituyente- marcada por la lucha entre republicanos y realistas, a una época signada por la confrontación entre orleanistas y legitimistas que simbolizaba a su vez el antagonismo entre la ciudad y el campo. Cada bando buscaba restaurar la supremacía y despreciaba el gobierno republicano porque los enfrentaba con las clases sojuzgadas. 

La situación del Partido del Orden en lo sucesivo también se tornaría difícil. Bonaparte se hizo al poder militar y los burgueses realistas perdieron la mayoría en el parlamento. Y en ese contexto se hicieron nuevamente latentes las diferencias de las dos facciones rivales del Partido del Orden: los Orleans y los Borbon. Incluso la aristocracia financiera, uno de los componentes de ese partido, se pasó al bando de los bonapartistas. Finalmente se llegó a un estado de cosas en que una parte de la burguesía deseaba que Bonaparte dimitiese, mientras que la otra esperaba que éste continuara sentada en el sillón presidencial. El 2 de diciembre Bonaparte a través de un golpe de Estado Golpe de estado se hizo al poder, disolvió el parlamento e instauró una dictadura.

En conclusión, Marx, en El 18 brumario de Luis Bonaparte, retrata a un proletariado inoperante, reprimido, que se ve obligado a tranzar con la pequeña burguesía en procura de alcanzar algunas reformas que apenas aliviarían su situación de sometimiento, despojada del poder político y de decisión. Y a una burguesía dividida, incapaz de ser fiel a los postuladas liberales por ella misma defendida en el pasado, enemiga del republicanismo que es la representación más tangible de ese liberalismo, y dispuesta a aliarse con Bonaparte para poder mantener ciertos privilegios y una situación ventajosa para ella como clase.