miércoles, 30 de diciembre de 2020

MALA VECINDAD

Como era su costumbre y luego de cumplir una extenuante jornada de trabajo, Antonieta arribó a su apartamento a eso de las siete de la noche. Abrió la puerta y la recibió su robusto y mimoso gato negro. Ella aspiraba a poder descansar plácidamente, pero sus vecinos del piso de arriba tenían preparada una de las típicas fiestas con las que solían perturbar y crispar los ánimos de la pobre Antonieta. La menuda mujer de baja estatura y frondoso cabello negro posó su cabeza sobre la almohada y sintió que empezaba a conciliar el sueño. Al parecer la tableta de quietapina de 25 milígramos que había ingerido horas atrás estaba haciendo efecto. De repente se escuchó un ruidajo vomitivo que hizo vibrar las ventanas del apartamento 203 del Edificio Torres de La Fontana. Antonieta se levantó de su cama, se dirigió a la sala y tomó el citófono.

_ Alo, portero, hágame un favor: llame al apartamento 303. Eso como que tienen allá unos mariachis o una papayera o qué sé yo y el ruido es insoportable.

_ Lo que pasa es que la señora Marta está de cumpleaños- contestó el hombre a cargo de la portería.

_ Parece que en ese apartamento vivieran de cumpleaños en cumpleaños todo el tiempo, porque todas las noches es la misma historia. Por favor suba y dígales que respeten y si no le paran bolas llame a la Policía.

Para Juvencio, el portero, no era novedad escuchar las continuas quejas que interponía Antonieta y sobre eso solo atinaba a comentarles a sus compañeros de trabajo: “si a esa señora le molesta tanto el ruido que se vaya a vivir a un cementerio”. No obstante, cumplió con su deber de solicitarles a los vecinos ruidosos que moderaran su escándalo.

_ ¿Otra vez esa vieja loca poniendo quejas? ¡Que se abra! – le respondió Marta, la cumpleañera, al portero una vez este subió a rogarle que le pusiera freno al alboroto. Finalmente aceptó aminorar un poco la intensidad de la música.

Mas Antonieta no estaba conforme. La ira que solía dominarla, y que intentaba aplacar con el consumo de ácido valproico, llegó a un punto en que sencillamente se desbordó y derribó los muros que la misma Antonieta había creado para contenerla. Abrió el cajón de la mesa de noche y tomó un revólver que había allí, lo escondió en su pijama, subió al apartamento de su odiosa vecina, tocó a su puerta y, feliz al comprobar que era ella quien abría, le descerrajó varios balazos sobre su repugnante humanidad. La infame Marta se desplomó sobre el suelo ante la mirada atónita de los invitados a la celebración de su onomástico. De repente Antonieta despertó. El crimen cometido no había sido nada más que una ilusión onírica.

Al día siguiente la menuda dama de cabello azabache se levantó y salió rumbo a su trabajo. Luego de cumplir con sus obligaciones retornó a su hogar presa de la incertidumbre de saber si esta vez sí podría descansar. Saludo a su rechoncho gato y para su satisfacción comprobó que esta vez los inefables vecinitos no harían de las suyas. Alguien tocó a la puerta. Era Juvencio.

_ Doña Antonieta, alguien llamó diciendo que estaban haciendo bulla en este apartamento. He estado llamando al citófono, pero no me contestan.

_ Usted sabe que yo sí soy buena vecina, Juvencio. Nunca hago escándalos de nada.

No había terminado Antonieta de pronunciar esas palabras cuando su gordo minino aprovechó para escaparse de la casa. Fue tras su pista, pero, a pesar de su obesidad, el gato resultó extremadamente rápido en su fuga y se perdió del mapa. Antonieta recorrió e inspeccionó cada recoveco del edificio e incluso salió a la calle para hallar al animal, pero todo fue en vano. Cansada y rendida se lanzó sobre su cama y se deshizo en lágrimas.

Y llegó otro día. Como era sábado, Antonieta solo trabajó media jornada, aunque trabajar fue un decir, porque todo el tiempo estuvo acongojada por la desaparición de su mascota. Llegó a su edificio y le preguntó a Juvencio si alguien había dado razón del gato. “Si apareció”, afirmó el portero. Y en efecto el gato sí había aparecido, pero muerto. Sin mayor empatía, el celador condujo a Antonieta al lugar donde repasaba el cuerpo inánime del rollizo felino. Al parecer lo habían envenenado.

Coincidencialmente el domingo era la asamblea de copropietarios y Antonieta aprovechó la oportunidad para denunciar la muerte de su entrañable compañero de vida:

_ En este edificio yo tengo que convivir con criminales. No les basta con no respetar ninguna norma de convivencia, sino que además matan a las mascotas.

_ Cuide su lengua, señora, que usted no tiene pruebas de que ninguno de nosotros haya matado a su gato –interrumpió Marta, la vecina ruidosa-. Ese animal apareció muerto afuera del edificio. Seguro que fue alguien de afuera. Y a final de cuentas la culpa fue suya por permitir que ese animal se le volara.

_ Con todo el respeto, señora, pero a esos animales los dejan salir y se terminan cagando en cualquier parte. Luego quién se aguanta el olor –opinó otro vecino.

_ A la larga si piensa que nosotros somos bullosos y asesinos de animales y de lo peor, ¿por qué sigue viviendo aquí? ¡Váyase a vivir a otra parte! –sentenció Marta con un tono amenazante.

La muerte del gato fue el estímulo que precisaba Antonieta para resolver marcharse de ese edificio en el que solo había encontrado infelicidad. Se dedicó las semanas siguientes a buscar dónde irse y cuando por fin encontró el sitio idóneo y tenía preparado ya todo para el trasteo, encontró un anónimo que le deslizaron debajo de la puerta de su apartamento mientras dormía. En el papel alguien le confesaba que su gato había sido liquidado ni más ni menos que por Marta, su infame vecina. Antonieta arrugó el anónimo entre sus manos y sintió que al hacerlo la ira volvía a salirse de su cauce hasta alcanzar límites sumamente peligrosos. Toda esa rabia condujo sus pasos hacia el apartamento de arriba, tocó la puerta y la recibió quien esperaba que la recibiera.

_ Vieja infeliz y asquerosa, ya sé que usted fue la que envenenó a mi gato –masculló la mujer menuda mientras el enojo palpitaba en sus sienes. Levantó sus manos hacia su robusta rival y comenzó a golpearla, mas no contaba con que esta sacaría una navaja quién sabe de dónde y Antonieta, para su desgracia, no supo cómo defenderse, ya que a diferencia de lo acontecido en su sueño ahora estaba desarmada. Al final terminó haciéndole compañía a su gato.


viernes, 20 de noviembre de 2020

LA MASACRADORA

Era de noche y como de costumbre me encontraba yo tumbado en la cama y con los ojos fijos en la pantalla del computador. Una densa oscuridad dominaba mi habitación cuando de repente sentí alrededor mío a unas extrañas creaturas aladas revoloteando. Encendí la luz y aquellos seres se apostaron alrededor del bombillo. Su número era abrumador. Resolví pedirle ayuda a mi madre y ella ipso facto se dirigió hacia mi alcoba, apuntó hacia el emjambre de bestias aladas el arma letal y de esta emanó un potente veneno que las liquidó en el acto. Con gusto vi cómo se precipitaban inánimes hacia el suelo. Me sentí aliviado, pero después de meditar un poco me embargó un sentimiento de culpa; mi madre había masacrado a unas creaturas quizás molestas, mas en definitiva inofensivas. ¿Merece el soberbió ser humano arrogarse el derecho de acabar con los otros seres vivientes con los que comparte espacio? Finalmente me venció el sueño y al despertar al día siguiendo contemplé con horror cómo mi gata devoró los cadáveres de aquellos seres alados. 

martes, 20 de octubre de 2020

LA HISTORIA SIN NOMBRE PARTE 1

Vivir en el barrio Pueblo Viejo obligaba a tener que habituarse a observar desde las ventanas a malandros vendiendo y consumiendo droga, energúmenos dirimiendo sus diferencias a punta de machete, casos de violencia intrafamiliar y peleas de diversa índole. También había que acostumbrar el oído a escuchar a todo volumen música sencillamente vomitiva y que perturbaba cualquier alma noble. Eso era lo que a diario debía soportar Carolina Correa, una costurera, que por cosas de la (¿falta?) de suerte había recalado en ese tugurio repulsivo. Allí día a día había luchado para sacar adelante a sus tres hijos: Violeta, la mayor, Helena, la de la mitad, y Octavio, el menor quien por cuenta de la violencia del barrio estaba condenado a movilizarse en una silla de ruedas.

- Algún día, Helena. Le juró que algún día tenemos que salir de este asqueroso hueco.
- Otra vez con lo mismo, hermanita. 
- ¿Y mi mamá dónde está?
- Salió a entregarle unas cortinas a doña María.
- Me da tanto malgenio ver a mi mamá matándose para ganar cuatro pesos. Yo no quiero ese destino para mí.
- No debemos ser desagradecidos. Por ese trabajo tan modesto  de mi mamá es que hemos podido salir adelante.

La abnegada Helena con sus ademanes y gestos hacía énfasis en que al tratar de "modesto" el oficio de su progenitora lo hacía en sentido irónico, pues a fin de cuentas era una labor tan respetable como cualquiera. En ese instante ingresó a la sala, lugar donde tenía lugar la charla de las dos hermanas, Octavio con el interés de unirse a la conversación. Lo hizo maniobrando con gran destreza su desvencijada silla de ruedas.

- ¿Y qué se supone que se va a poner a hacer? ¿Se va a poner a prepaguear? -le preguntó con marcado desparpajo el muchacho a su hermana mayor.
- ¿Por qué no? Atributos no me faltan. Yo no tengo nada que envidiarle a varios gurres de aquí del barrio que se dedican a eso.
- ¡No diga eso ni en broma, Violeta! -interrumpió la cándida Helena.

Violeta no mentía. Sabía que contaba con la belleza y las curvas suficientes para triunfar vendiendo su cuerpo o como modelo de web cam. 

- Este par de tetas me tienen que servir de algo. Capaz y me levantó a un traqueto tapado en plata.
- Usted ha visto demasiadas telenovelas. Mire que dedicarse a eso no es tan fácil como lo muestran en televisión -anotó Octavio.
- La vida es tan injusta -suspiró Violeta mientras se arrellaba en una vieja silla-. A unos la vida les ha dado tanto y a otros nos ha dado tan poco. Miren a mi tío Miguel y a nuestros primitos, todos dediparados, mirando a todo el mundo por encima del hombre.
- En la vida hay que aprender a resignarse y aceptar que unos nacieron con estrella y otros nacimos estrellados- opinó Helena.

Miguel era medio hermano de Carolina. Era dueño de varios restaurantes que le habían ayudado acumular una fortuna considerable. Vivía con Melissa, su mujer, y dos hijos: Esteban y María Valentina.

- ¿Dónde está Esteban? -le preguntó Miguel a su esposa.
- Me imagino que en su cuarto.
- Durmiendo supongo. Son las dos de la tarde y ese muchacho pegado de las cobijas como siempre.
- No vayan a pelear otra vez, ¡por favor!
- Esta situación la tenemos que solucionar de una vez por todas. Yo no le voy a alcahuetear más la vagancia a ese muchacho. Ya se ha cambiado tres veces de carrera y yo sinceramente no le veo ningún futuro. Necesito que lo llames y de paso llama a Valentina también.

La reunión se llevó a cabo en el despacho de Miguel. Esteban arribó al recinto asumiendo la misma actitud negligente y despreocupada que tanto enervaba a su padre.

- Papá, yo no estoy de ánimo para cantaletas.
- No te preocupes que lo de hoy no es una cantaleta, sino un ultimátum. Yo no voy a seguir acolitándote la vagancia y la pereza. Si quieres seguir estudiando lo vas a tener que hacer en una universidad pública.
- ¡¿Qué?! -preguntó Esteban visiblemente sorprendido.
- Lo estarás diciendo en broma -afirmó Melisa.
- Ninguna broma. Yo no voy a pagar más millonadas en universidades privadas. Si este zángano quiere seguir estudiando que lo haga en una universidad pública. Me imagino que con el puntaje que sacó en las pruebas de Estado lo admitirán en cualquier carrera.
- ¡Por Dios, esas universidades están llenas de comunistas!- se quejó furiosa la madre.
- ¡¿Papá, tú a ti me ves mezclándome con piojosos y pobretones?!
- Pueden revirar, pueden protestar, pero la decisión está tomada y no hay marcha atrás.




lunes, 21 de septiembre de 2020

SÓLO ESO… UN CARTÓN

 

Lo de Paola siempre fueron las letras. Mas cuando le dijo a su madre que quería estudiar literatura, recibió una tajante respuesta: “¡no, con eso te vas a morir de hambre!” Las limitaciones económicas le impusieron a la espigada morena nacida en Tumaco la obligación de escoger una carrera más ‘rentable’. “Viajé a Cali. Me presenté en Univalle para estudiar administración de empresas y quedé”, cuenta. Pero poco tiempo después resolvió cambiarse a comunicación social. Sencillamente no pudo huir del influjo de las palabras escritas.

 

Inició esa carrera con el anhelo de escribir algún día en un periódico de renombre. Pero esa ilusión no resistió su paso por la Escuela de Comunicación Social. Jesús Martín Barbero, a través de sus textos, se encargó de poner a la tumaqueña en contra de los diabólicos medios masivos de comunicación. “Por eso –recuerda- cuando debí buscar la práctica profesional no me presenté a El País”.

 

Descartada esa alternativa, Paola debió recorrer un sendero pedregoso para ejercer su pasantía. Primero lo intentó en un instituto de la Universidad. Sólo resistió un mes allí.  “Durante ese tiempo lo más parecido a lo aprendido en la carrera que pude aplicar fue corregirle unas comas a un texto del jefe. De resto lo único que hacía era sacar copias, organizar cuadros en Excel… ¡Y también aprendí cómo doblar planos de arquitectura!”, relata con una sonrisa dibujada en su rostro.

 

Presa de la frustración solicitó en la Escuela un cambio de práctica. Pasó a vincularse a un programa del Canal Universitario donde enfrentó una nueva decepción: “Ninguna de mis ideas le gustaba al director de ese espacio. Me decía que estaba MFT, ‘miando fuera del tiesto’, porque yo quería hacer programas sobre lo que significa la universidad pública desde una perspectiva política. Es que en ese canal le apuestan a otras cosas porque ya tienen programado el chip de lo que el mercado quiere. Por eso allá uno ve más gente de universidades privadas que de Univalle”. Ante la avalancha incesante de negativas, Paola optó por renunciar.  A final cumplió con el requisito de las pasantías en la Facultad de Humanidades de su alma máter. Debió redactar boletines, tomar fotos y cubrir eventos.

 

Tras entregar su tesis la morena del Pacífico ni siquiera intentó buscar trabajo pues sencillamente ignoraba para qué era útil. “En la universidad  aprendés  a comprender a Sloterdijk, pero finalmente no sabés en qué te vas a enfocar para trabajar. No tenés un saber específico aplicable”, opina. Y agrega que: “uno está encapsulado en la Escuela y cree que es el gran investigador, el artista, el cineasta, pero cuando sale uno se da cuenta de que lo ven como alguien que pone carteleras, coge un teléfono y hace boletines”.

 

Reconoce, por supuesto, que algunos comunicadores univallunos han logrado descollar en el terreno artístico, la producción audiovisual, etc., “pero a costa de ganar méritos trabajando ad honorem o apoyados por los papás. Muchos no podemos darnos ese lujo”.

 

En efecto, Paola tenía que responder por el arriendo, la comida, los servicios. Para su fortuna una oportunidad tocó  a su puerta: “Un profesor, una semana antes de mi grado, me comentó sobre una vacante en CISALVA. Mandé los papeles y me seleccionaron para trabajar por un año”, relata. Pero ya está próxima la fecha en que terminará su contrato y ésta vez sí se ha puesto en la tarea de buscar empleo: “Me he metido a Computrabajo y ha sido una desilusión. A veces me dan ganas de ponerme a llorar”.

 

A la escasez de ofertas para comunicadores se suma el pobre acompañamiento que da la universidad a sus graduandos para que se engranen en el mundo laboral.  “Yo me he metido a la página de egresados y como que nunca funciona”, sostiene la comunicadora. Algunos de sus compañeros para suplir ese vacío institucional “mandan ‘fantásticos’ correos con ofertas de empleo que exigen experiencia de 10 años. Son cosas inalcanzables para gente como uno que apenas hace un año se graduó”, anota indignada.

 

A pesar de todo Paola puede sentirse relativamente afortunada. Con tristeza señala que varios de sus compañeros están desempleados y cuando consiguen algún trabajo: “dura tres meses y es por prestación de servicios”. Hace poco oyó de labios de un amigo una historia que la aterró: “me contó que él tenía una amiga comunicadora que a pesar de tener dos maestrías trabajaba en un lugar como correctora de estilo y le pagaban el mínimo”.

 

Preparándose para huir

Al igual que la tumaqueña, Eliana estudió en Univalle por limitaciones económicas. “Pero igual –aclara- nunca deseé otra institución, pues no hubiera encajado social, ideológica, política y visualmente en una universidad privada”.

 

Ejerció su pasantía en El País. Dentro de ese tradicional rotativo experimentó en carne propia lo que muchas veces leyó en textos de investigadores, periodistas y sociólogos: “comprobé que los medios de comunicación en Colombia son empresas al servicio del capital y de un monopolio histórico de unas cuantas familias. Por ser empresas económicas -y no sociales como lo demanda la Ley- se venden al más poderoso: al gobierno de turno, que normalmente en nuestro país, aunque se disfrace de demócrata, es facho”, sentencia.

 

Al final concluyó que el comunicador que se vincula a esos medios debe entregar todas sus “disposiciones ideológicas y éticas” a su editor “para que al otro día publiquen un periódico comercial y de acuerdo a  los intereses de sus aliados económicos”. Curioso resulta que una mujer de un espíritu tan crítico se decidiera por El País para sus prácticas, pero como ella misma relata jocosamente: “la verdad antes de entrar allá nunca lo había leído”.

 

Tras su salida de ese medio, Eliana no se ha visto forzada a iniciar la frenética cacería de un empleo porque cuenta con un negocio familiar que es su sustento. Divide su tiempo entre la atención de ese ‘chuzo’ y un curso de inglés con miras a buscar becas de postgrado en otro país. Durante ese proceso ha descubierto que: “al diseñar tu hoja de vida para aspirar a una beca es preciso que incluyas hasta el más mínimo taller, porque debes competir con muchas más personas que sueñan con huir de un país que brinda pocas posibilidades investigativas y académicas a los profesionales, limitándolos así a engrosar las filas de empleados con bajos salarios”.

 

Prefiere Eliana buscar en otra nación lo que no encuentra en la suya propia, antes que someterse a ser una “profesional” que a cambio de mejorar su estatus y recibir un “buen” sueldo, “entrega a una empresa las horas irremplazables de su vida y las experiencias que no vivirá por estar en un cubículo, desde las 8:00 am hasta las 9:00 pm, escribiendo lo que a su jefe editor le parezca bueno”.

 

Sólo somos un nombre

A Christhian, también comunicador de Univalle, lo embarga la sensación de haber despilfarrado su tiempo entregando una cantidad infinita de hojas de vida vía web y en persona. “Hoy en día sólo buscan comunicadores organizacionales  y uno se enfrenta además al  estigma de ser egresado de una universidad pública. Tanto es así que en varias entrevistas de trabajo he tenido que  responder ‘no, yo no soy de los que tiran piedras’”, revela.

 

Devolverse a su tierra natal, Roldanillo, fue la única opción que le quedó al ver que en Cali “no resultaba nada”. En 2004 había abandonado ese municipio enclavado en el Norte del Valle para estudiar comunicación, carrera que pensó le ofrecería mejores oportunidades que una licenciatura en literatura, la otra opción que había contemplado. “Ahora trabajó medio tiempo en una sala de internet y me he visto forzado a seguir viviendo con mis padres”, confiesa con cierto malestar. Ha llegado al punto de implorar ayuda a políticos de su ciudad sin que esos ruegos hayan tenido eco.

 

¿Y qué papel ha jugado la Escuela de Comunicación en la crisis que lo agobia? “De parte de la Escuela no siento más que el olvido”, responde con amargura el joven de límpidos ojos azules y una estatura que rebasa el 1.80. Cuenta que ha pedido ayuda para ubicarse laboralmente a distintas personas vinculadas a ella, “pero a la fecha no la he recibido”. En cuanto a la división de egresados, para él no pasa de ser un chiste: “Hace un año me gradué y está es la hora en que ni siquiera puedo acceder a sus bases de datos en internet para buscar empleo, dizque porque mi acreditación como egresado está en proceso. ¿Cómo es posible que se tarden tanto en realizar un trámite tan sencillo?”, denuncia.

 

Pero no todo ha sido tan malo. A diferencia de Paola y Eliana, el roldanillense fue afortunado con su práctica profesional. “Fue excelente  en términos académicos –asegura- Escribí varios artículos para el periódico universitario La palabra y recibí una nota final muy alta”.  Sin embargo, el pago que recibía no era el mejor y por eso no siguió colaborando en ese impreso una vez concluyó el periodo de práctica.

 

¿Y qué hay de sus compañeros de estudio?, ¿También se han visto a gatas para ejercer su carrera con dignidad? Contesta que algunos devengan un salario mínimo a cambio de trabajar en periódicos de corto tiraje o virtuales. “Sé del caso de una compañera que labora para una compañía grande, pero sólo percibe un sueldo de $800.000”, añade. Para él ello obedece a que: “Los comunicadores de Univalle no tenemos cabida ni en el gremio del arte, ni en el de la educación y a veces ni siquiera en el de los medios. Y el enfoque investigativo de la Escuela no tiene mucho espacio en el sector empresarial. Allí buscan comunicadores organizacionales. O técnicos en comunicación, expertos en manejar cámaras y cables”.

 

Además, según Christhian, los univallunos están en desventaja frente a los autónomos, javerianos y santiaguinos porque. “sus universidades gozan de una buena reputación que Univalle no tiene y porque en verdad reciben de ellas un apoyo palpable; no como en Univalle donde apenas somos un nombre en sus registros de egresados”.

 

Javeriano llama javeriano

Sin embargo el graduarse de una universidad privada no es garantía de éxito laboral y de ello puede dar fe Diana, una joven comunicadora de la Universidad Javeriana. Se inclinó por ese alma máter a instancias de su tío. Desde muy pequeña le oyó decir una frase que se le grabó en la mente: javeriano ayuda javeriano. “Tanto él como mi mamá estudiaron contaduría, ella en la Libre y él en la Javeriana. Se graduaron casi al mismo tiempo, pero él siempre consiguió mejores trabajos. Y todos los obtuvo por amigos de su universidad”, cuenta.

 

Diana siempre soñó con pararse frente una cámara, pero para asegurar aun más su futuro profesional estudió comunicación con enfoque organizacional “porque aparentemente tenía más demanda”. No tardó, sin embargo, en darse cuenta de que no transitaría sobre un lecho de rosas por el sólo hecho de haberse especializado en ese campo.  Aunque le fue muy bien en sus prácticas al final por diferencias con su jefe directo no pude continuar allí. Debió entonces buscar empleo. “Pero pasaron los meses y no conseguía nada en organizacional”, recuerda.

 

A pesar de su gusto por el periodismo, nunca se atrevió a llevar una hoja de vida a periódicos o emisoras: “una profesora –explica- me frustró diciéndome que redactaba muy mal, entonces me convencí de que lo impreso no era lo mío. Y en radio jamás supe a quién llevarle una hoja de vida, pues no tenía los contactos. Si te metes a una página de empleo nunca vas a encontrar que Caracol Radio necesita locutor. Todo es voz a voz”.

 

En cuanto a la televisión se enfrentó a un problema de medidas. Pero no aquellas que tasan el nivel intelectual de las comunicadoras, sino las que calculan el tamaño de sus culos y tetas. “Los medios lo que necesitan son viejas que estén buenas. Si vas a un casting, ves ese tipo de mujeres. Y obviamente yo, la gordita y bajita, al lado de ellas no tengo mucho que hacer por más que lo haga bien”.

 

Tras cinco meses desempleada, Diana visitó el colegio donde estudió su bachillerato para ofrecer sus servicios como comunicadora aunque no recibiera paga. Su estrategia le funcionó: “me contrataron por prestación de servicios. Me pagaban un salario integral y yo tenía que sacar de ahí lo de mis prestaciones. Fue difícil porque el colegio es cristiano. Yo, por ejemplo, manejaba la emisora escolar y las directivas se molestaban por el volumen de la música, así los estudiantes estuvieran en pleno recreo. Además revisaban con lupa las letras de las canciones que ponía”, confiesa.

 

En el plantel trabajó un año pues se cumplió el contrato laboral. Meses después encontraría un nuevo empleo, pero no producto de las hojas de vida que repartió a diestra y siniestra, sino gracias a la ayuda de una amiga de la Javeriana. “Por ella entré a un proyecto en la Univalle que duró tres meses. Creo que es el mejor trabajo que he tenido. En cuanto al pago lo único malo es lo demorado, pero igual uno sabe que la plata esta fija”, narra la joven con cierta añoranza.

 

Pero así como Diana ha sido rescatada de las garras de la desocupación por sus amigas javerianas, también ha perdido oportunidades por carecer del contacto adecuado. Es que aquella máxima de Arquímedes, “dadme una palanca y moveré al mundo”, sí que se aplica en el mundo laboral. Luego de terminar su labor en Univalle fue llamada a una entrevista en una empresa x. Una muchacha de su universidad que iba en un semestre inferior también fue convocada. “Ella como experiencia sólo tenía la práctica –relata-. Comenzamos muchos el proceso de selección y en la última fase quedamos ella y yo. Al final la eligieron a ella””.

 

”A mí sí me quedó la espinita –admite- Yo pensé ‘tan chistoso, ella apenas tiene la práctica y yo que tengo práctica más otros tres empleos, ¿cómo es esto?’ Ese mismo día me metí a su twitter y leí que le escribió a alguien ‘Amiga, mañana nos vemos en mi primer día de trabajo’. De ociosa me puse a averiguar y descubrí que esa amiga tenía un cargo muy importante en la oficina de comunicaciones de la empresa”.

 

La crisis laboral también ha tocado a sus amigas de la Javeriana. “Una de ellas –revela- atiende quejas y reclamos en una empresa de telefonía celular. Lleva dos años allá y sin embargo siempre sigue buscando, porque obviamente si uno estudió algo es para ejercerlo. Pero no ha conseguido nada. Otra está trabajando en la notaría del papá como su asistente”.

 

Afortunados, así deberían sentirse Diana y sus tres pares univallunos por haber logrado hacerse al anhelado título profesional,  hazaña nada desdeñable en un país donde hay más de tres millones de bachilleres que nunca accedieron a la educación superior. Pero la realidad fuera de las universidades sólo les ha ofrecido desocupación o empleos precarios y contrarios a sus expectativas y convicciones. Es en ese instante cuando la carga simbólica que reviste al diploma universitario, representada en una fastuosa ceremonia donde los “futuros profesionales” lucen elegantes togas y birretes, se desvanece.  A fin de cuentas un cartón sin tetas, sin palancas, sin experiencia de 10 años es sólo eso… un cartón.

 

 

 

 

sábado, 23 de mayo de 2020

DIARIO DEL COVID 19 (23-05-20) DIAN

Empezaré por decir que nuevamente Coomeva incumplió con sus obligaciones. El 7 de mayo solicité por correo la orden para mis medicamentos. Pasó el tiempo y la eps hizo caso omiso a mi petición. Interpuse queja en la Supersalud, mas esta vez no surtió efecto. En vista de que ya se me habían acabado los medicamentos, no me quedó más remedio que adentrarme el lunes pasado al barrio Buenos Aires, porque allí se encuentran unas farmacias donde suelo adquirir las consabidas pastillas a un costo mucho menor. Me llamó la atención de ese periplo ver que prácticamente la totalidad de almacenes y negocios a lo largo de la Carrera 70 entre calles Quinta y Tercera estaba funcionando. Además era mucha la gente fuera de sus casas, incluidas personas vendiendo en los andenes alcohol, tapabocas y demás elementos para protegerse del coronavirus. En los barrios populares sencillamente no hay cuarentena que valga. 
Días después resolví interponer otra queja, pero esta vez ante la Defensoría del Paciente de la Secretaría de Salud Municipal. La gestión de esta entidad sí funcionó y de inmediato Coomeva me envió la orden para reclamar las medicinas. Esa fue una pequeña victoria contra el ineficiente sistema de salud colombiano.
No obstante, ayer recibí otra amarga sorpresa. Llegó a mi correo electrónico una carta de la DIAN en la que me informan que fui incluido en la lista de personas naturales omisas en la presentación de la declaración de renta correspondiente al año 2018, lo anterior, según esa entidad gubernamental, por haber realizado compras y consumos, ese mismo año 2018, que superaban el tope de 46 millones de pesos. En la misiva me conminan a realizar dicha declaración y pagar las multas a que haya lugar, y para ello tengo un plazo de quince días. Radiqué una queja ante esa dependencia pues a mi juicio todo se trata de un error: revisé la información reportada por terceros que reposa en la misma DIAN y la suma es muy inferior a los 46 millones que me endilga esa entidad, así que desconozco de dónde sacan ellos que yo realicé compras y consumos por semejante suma tan exorbitante... al menos para mí.
Si en llegado caso resulta ser cierto que sí debo declarar renta y pagar las multas, no me quedará otra alternativa que asesorarme con un contador, pues no tengo la menor idea de cómo se lleva a cabo ese trámite.
A otras personas les llegó la misma carta y por eso me preguntó: ¿será una estrategia del actual Gobierno pa' cuadrar caja y recibir de vuelta los dineros que ha tenido que entregar en forma de subsidios y vainas parecidas? ¡Qué tristeza!

domingo, 17 de mayo de 2020

DIARIO DEL COVID 19 (17-05-20) ME DIERON DE BAJA EN ATEXTO

Ya se van a cumplir los dos meses de confinamiento aquí en Colombia. El debate en este tiempo se ha centrado entre mantener una cuarentena estricta que preserve la mayor cantidad de vidas posible y un desescalamiento del confinamiento que evite el colapso de la economía. A mí no me ha dado tan duro el encierro, porque, al menos por ahora, cuento con una entrada económica que me hace sentir tranquilo, pero sé que hay muchísima gente que si no sale a trabajar un día sencillamente no come ese mismo día. Ya se han convertido en un elemento común del paisaje que se ve desde mi ventana los grupos de venezolanos pidiendo limosna, ambulantes vendiendo aguacates o mazamorra e incluso mariachis ofreciendo serenatas a cambio de algunos pesos.
Lo cierto es que para distraerme en medio del encierro y ganar unos pesos extra decidí comenzar a trabajar en una plataforma de transcripciones llamada Atexto. En realidad hace mucho me había inscrito a ese portal, pero decidí renunciar al no ver mayores frutos. Sin embargo la cuarentena sirvió de excusa y motivación para retomar dicha actividad. El trabajo es sencillo: corregir transcripciones de escasos segundos de duración. La primera noche corregí unas cuantas y al día siguiente revisé algunas más. Luego de eso no hubo audios disponibles por alrededor de dos o tres días. Finalmente hoy domingo pude volver a revisar más transcripciones, pero en medio del fragor del trabajo la plataforma me expulsó y una vez quise volver a ingresar no pude hacerlo porque sencillamente la contraseña no servía. Intenté cambiar de contraseña y fue ahí cuando la plataforma desplegó un mensaje que aclaró parte de mis dudas: mi cuenta había sido dada de baja. Lo que no supe es ¿por qué?
Supongo yo que la razón de la cancelación de mi cuenta fue el no seguir al pie de la letra las instrucciones que da la misma plataforma para corregir las transcripciones, indicaciones que a decir verdad yo no consulté a fondo. Ni modo: el trabajo resultaba ser hasta entretenido, pero no era mucho lo que uno se ganaba. Apenas alcancé a facturar cerca de 0.3 dólares, el equivalente de mil pesos colombianos. Una chichigüa. 
Yo ya he tenido experiencia previa como transcriptor. Cerca de dos años trabajé con un empresa desgrabando audios de corporaciones públicas y entidades españolas. También transcribí por mi cuenta audios se audiencias en juzgados, asambleas de accionistas de una empresa azucarera, llamadas telefónicas de agentes de call center y entrevistas para proyectos académicos. Parece un trabajo fácil, mas no lo es pues implica aguzar el oído, descifrar lo que los intervinientes tratan de decir por más enredado que sea y tener una cierta cultura general y apropiación de distintos temas para identificar y transcribir términos que el común de la gente puede que no entienda. Además, dicho sea de paso, es un trabajo que demanda saber escribir medianamente bien y con buena ortografía. Eso sin contar que es una labor tremendamente agotadora que exige mucha concentración y dedicación; si uno se distrae cinco minutos pierde valioso tiempo para transcribir. Fue esta última una de las razones que  me llevó a abandonar ese trabajo.
Se supone que el 25 de mayo acaba esta cuarentena, aunque intuyo que lo más seguro es que la extenderá quién sabe hasta cuándo. Esperemos que nos depara este encierro. 

martes, 14 de abril de 2020

DIARIO DEL COVID 19 (14-04-20) ALEXANDRA

Desde ayer o antier tenía pensado comunicarme con Alexandra, una de mis hermanas radicada hace años en España y de la cual ya aludí en este diario, pero fue finalmente ella la que me habló a través de Whatsapp. Luego de indagar cómo estábamos yo y la familia me contó que el padre de una amiga suya que vive en Londres falleció a causa del Covid 19, mientras que otra amiga que vive sola en Madrid también dio positivo a la enfermedad. Toda Europa está sufriendo los estragos de la peste que llegó de Oriente. Mi hermana me pidió que orara por su amiga enferma y también me exhortó a acercarme a Dios. Preguntó si era verdad que pensaba meterme de cura, algo que mi papá hace poco le dijo a modo de broma. Yo por mi parte le expliqué que no pensaba dedicarme a la vida religiosa, mas sí me estaba aproximando más al Creador. Leer eso a través de Whatsapp al parecer reconfortó a mi hermana.
Al margen de eso todo sigue igual. Al principio estaba muy angustiado con la posibilidad de que yo o mis padres cayéramos enfermos por causa del virus, pero, tal y como se lo manifesté a Alexandra, con el tiempo opté por relajarme y no dejarme sugestionar, ya que sí permito que eso pase seguramente mis defensas caerán en picada y ahí sí estaré más expuesto al Covid 19 y otras enfermedades. No sé si ya había comentado sobre esa decisión, mas si lo hice no está de más recordarlo.
Al margen de la conversación con mi hermana no ha pasado nada significativo. Contrario a muchos que manifiestan haber sido víctimas de insomnio por la angustia que causa esta situación, yo he podido dormir bien, mucho mejor de lo que duermo usualmente. Lo que sí me preocupa es un acentuado dolor que siento en el pie derecho. Según una doctora que consulté a través de una plataforma de consultas médicas gratuitas podría tratarse de un esguince de tobillo. Si la molestia continúa no me quedará más remedio que acudir a urgencias. Y finalmente la eps, a instancias de una queja que interpuse en la Supersalud, me envió la orden para reclamar mis medicamentos.