viernes, 7 de diciembre de 2012

EL JUICIO


Viernes 02 de noviembre. El dios de los cristianos fue llamado a comparecer al Tribunal Diocesano Universal, la máxima instancia encargada de juzgar a todas las deidades existentes en el Universo. Sí, el dios de los cristianos no es el único; cada planeta donde existe vida está gobernado por su propio dios.

Miles de años atrás el dios de los cristianos ni siquiera podía denominarse como tal. No era más que un simple espíritu que aspiraba a convertirse en divinidad y para ello debió estudiar arduamente en la Universidad Diocesana Universal. Compartió aulas con muchos que tenían el mismo anhelo; al final a todos, como tesis de grado, les correspondió crear su propio mundo y dotarlo de vida.

La creación del dios de los cristianos despertó la admiración y asombro de los profesores de la Universidad Diocesana. No era para menos dada su hermosura, diversidad, riqueza y creatividad. El dios de los cristianos se esmeró en crear una cantidad infinita de especies animales y vegetales que vivían en armonía en un mundo rebosante de colorido y exuberancia. Sobra decir que logró, gracias a tan majestuosa obra, graduarse con honores del alma máter.

Pero la condición de divinidad omnipotente no tardó en hacer mella en el laureado egresado. Se llenó de soberbia y vanidad, sentimientos que lo llevaron a crear un ser que ‘superará’ a la otras formas de vida.  Fue así como propició las condiciones más adecuadas para que apareciera en escena el ser humano, un animal como todos los demás que sólo se distinguía por poseer una inteligencia mucho más ‘desarrollada’. No hace falta señalar las nefastas consecuencias que acarreó el surgimiento de tan singular creatura.

_ Es evidente que el dios de los cristianos ha actuado con negligencia. Creó al ser humano para dejarlo a su suerte, permitiendo que hiciera y deshiciera en el planeta Tierra- señaló de forma enfática el fiscal que había decidido llevar a juicio al creador de la vida en el tercer planeta del sistema solar.
_ Sea más específico en sus acusaciones– solicitó el Juez.
_ Basta echar un vistazo al estado actual del planeta a cargo de este demiurgo para darse cuenta del caos en que está inmerso. El llamado hombre se ha encargado de destruir sistemáticamente a todas las demás especies animales y vegetales. Ha contaminado ríos, desecado ciénagas y humedales, deforestado miles de hectáreas de bosques y selvas y extinguido numerosas especies animales.
”Pero como si no fuese poco con destruir el hábitat de las otras especies, el humano se ha ensañado contra sus congéneres. Basta ver la cantidad de asesinatos, abusos sexuales, torturas y demás vejámenes y actos depravados que cometen los hombres a diario para formarse una clara idea de la inoperancia de mi acusado. En su momento todos ustedes alabaron la genialidad de esta deidad, pero ahora ha quedado comprobado que él mismo ha contribuido por omisión a hacer añicos su obra sin que nadie le ponga freno”
_ ¿Qué tiene que decir el sindicado en su defensa? –inquirió el juez.
_ Su señoría –alegó el dios de los cristianos- Yo no voy a eludir mi responsabilidad. Sé mejor que nadie que mi creación adolece de grandes fallas. Pero es que yo nunca pretendí crear un sistema paternalista en el que yo vigilara estrechamente a mis creaciones y las borrara del mapa cada vez que se equivocaran. Mi objetivo desde el principio es que los humanos aprendieran a vivir en armonía con la naturaleza, con los otros animales y con sus semejantes por sí mismos. Que el respeto y el cuidado de su entorno fuera fruto de su experiencia y no de mis imposiciones…
_ ¡Patrañas! –interrumpió el fiscal- Ese es el argumento que esta deidad ha esgrimido por siglos para justificar su inacción. Pero es que ese precisamente es el problema: desde hace mucho tiempo ha sido más que evidente que los hombres son incapaces de “vivir en armonía con su entorno” por ellos mismos. La situación demandaba medidas más coercitivas y menos tolerantes.

En la sala se escaparon algunos comentarios de los muchos asistentes a la audiencia. Uno de ellos masculló: “qué defensa más absurda la del dios de los cristianos. Si los humanos se quisieron destruir entre ellos mismos vaya y venga. Pero qué culpa tienen las pobres plantas y animales que han sido aniquilados. Ellos nunca tuvieron cómo defenderse ante la arremetida humana. Y este monigote no hizo nada para protegerlos. Es un sádico”.

“¿Qué pruebas tiene para respaldar sus acusaciones Fiscal?”, preguntó el Juez. De Inmediato el Fiscal puso sobre el podio del togado cientos de fotografías, documentos, incluso videos que daban cuenta de los delitos más horrendos: trata de personas, masacres, prostitución infantil. Una de las carpetas proporcionadas por el sujeto acusador contenía imágenes de animales confinados en reducidas jaulas, con sus cuerpos llenos de magulladuras, sin alguna de sus extremidades. Algunos habían perdido uno de sus ojos, habían sido violados o estaban encadenados. Eran imágenes realmente escalofriantes.

El fiscal tomó algunas de esas fotos y las exhibió ante los presentes. La mayoría no ocultaron su indignación al contemplar al espléndido pájaro elefante extinto por la mano del hombre, a un caballo famélico arrastrando una pesada carretilla atiborrada de escombros y a un toro que parecía derramar lágrimas luego de que el torero le hubiera clavado en el lomo una banderilla.
 _Todo no es más que exageraciones motivadas por la envidia que siempre me han tenido –arguyó el dios de los cristianos- Le puedo garantizar su señoría que si me dan un tiempo yo puedo remediar la situación.
_ ¡Qué cínico! –Replicó el Fiscal- Después de miles de años por fin muestra interés en “remediar la situación”. Esa situación, como usted la llama, ha llegado a un nivel tan caótico que casi no tiene remedio. Porque no admite que usted disfrutaba con tanta depravación. Que se masturbaba viendo como ultrajaban a cientos de mujeres o reía contemplando como miles de animales se quedaban sin donde vivir por culpa de la expansión sin freno de la raza humana.

Los ánimos se caldearon. Se oían palabras de reproche en toda la sala. El juez llamó al orden y le exigió al Fiscal compostura y prudencia. Acto seguido procedió a  inspeccionar minuciosamente el material probatorio y finalmente anunció un receso durante el cual iba a decidir su veredicto.

Terminado el receso afirmó: “Bueno, creo que el material es profuso y contundente. No me queda más remedio dios de los cristianos que revocarle la credencial que lo acredita como deidad. Desde el día de hoy ya no tiene mando sobre la Tierra. Se nombrará a un dios sustituto hasta que el director de la Universidad Diocesana escoja entre sus egresados más brillantes a la divinidad más idónea para hacerse cargo de ese planeta de la vía láctea.

Sábado 03 de noviembre.  Varios hombres se aprestaban a talar un majestuoso árbol que cobijaba con su sombra un amplio sector del sur de Cali, sólo con el fin de darle paso a la construcción de un enorme centro comercial. Procedieron a encender la motosierra. De repente una nube de pájaros que tenían su hogar en el árbol se abalanzó sobre ellos; usando sus picos como dagas las aves penetraron en cada resquicio de la humanidad de esos hombres causándoles la muerte instantánea.  El dios sustituto había empezado a poner orden en la casa.

viernes, 2 de noviembre de 2012

NEGOCIO MADE IN CALI



En éste, el país del Sagrado Corazón alquilan piezas, vestidos, vientres, armas… y lavadoras. Carlos Valencia, un valluno de 40 años acostumbrada desde siempre a trabajar “en lo que saliera”, estuvo vinculado durante seis años a una empresa dedicada al alquiler de esos aparatos que le ahorran a las personas dolores en sus riñones, manos maltratadas y horas enteras frente a un lavadero. 

Ya es una imagen habitual en las calles de Cali –como para congelarla en una postal o retratarla en una estampilla- la de jóvenes “viga” transportando en triciclos las lavadoras para luego cargarlas sobre sus espaldas hasta el interior de la casa de cada cliente. Esa era la labor que debía desempeñar Carlos. “Pero llegó un día en que me aburrí de  trabajarle a otros. Por eso monté mi propio negocio hace seis meses”, confiesa.

Los comienzos del negocio
El hombre emprendió esa aventura con una lavadora de segunda que le costó $100 mil. No contaba con el capital suficiente para adquirir una nueva.  “luego -cuenta- compré otra a $150 mil. Y mi hija me colaboró con otras dos también de segunda”. Por su alquiler cobra dependiendo del barrio donde las soliciten: “siempre he trabajado en el Norte. Si piden una lavadora en el barrio Popular, cobro $1000 por hora. Pero si solicitan el servicio en barrios que quedan más lejos como Álamos o Vipasa, pido $1500”, explica.

Hasta ahora afirma que le ha ido bien. Pero admite que “de lunes a viernes el negocio es flojo. Se mueve más los sábados y domingos, sobre todo cuando coinciden con la quincena”. No ha sido fácil para él acostumbrarse a sacrificar sus fines de semana. Con un dejo de tristeza en su voz se queja de que “uno no puede decirle al cliente ‘mañana domingo no trabajo’. Ahí mismo llaman a otro lado, porque en esto hay mucha competencia. Yo llevo tiempo sin poder visitar a mi familia que vive en Yumbo,  porque no me queda tiempo”.

Clientes complicados
A Carlos le gusta trabajar solo. Él mismo se encarga de llevar las lavadoras a los domicilios de sus clientes, en primer lugar porque no gana lo suficiente para contratar a alguien que se encargue de esa tarea y en segundo lugar “porque esos muchachos no tratan bien las máquinas y las terminan dañando. Además en cualquier momento les da por no venir a trabajar un sábado o un domingo, porque el día anterior se fueron de fiesta y amanecieron enguayabados”.

Hay que sumarle a todo ello la existencia de clientes “complicados”. Si el muchacho que transporta la lavadora no es de su simpatía “son capaces de inventar que se robó cualquier cosa de la casa para embalarlo”, narra Carlos. Sin miedo revela que a él, en su anterior trabajo, le llegó a pasar: “Fui a llevarle una lavadora a una muchacha que vivía en Floralia. Me devolví a la empresa y a las dos horas ella llamó diciendo que se le había perdido una cartera.  Me echó la culpa prácticamente. Después se supo que la ladrona era una amiga que vivía con ella”.

Otros usuarios han terminado dañando las herramientas de trabajo de Carlos porque “les echan mucha ropa o porque tienen niños pequeños que oprimen las teclas que no son”. Ante esa situación él no puede hacer mucho: “uno les cambia la lavadora por otra, porque si uno se pone alegar con ellos buscan a otro que les preste el servicio”.

Tampoco faltan los avivatos –fieles exponentes de la malicia indígena colombiana- que se hacen pasar por clientes para robarse los aparatos. Por eso Carlos explica que “uno no puede confiarse. Uno tiene que analizar al cliente. Si yo veo que es sospechoso, que la casa está vacía o el tipo se está como mudando, ahí mismo yo me traigo la lavadora”.

Made in Cali
El mantenimiento de los aparatos también corre por cuenta del diligente señor Valencia. “Yo mismo las reviso, las lavó y las desinfectó”, anota. Cuando un cliente empieza a quejarse diciendo que la lavadora “está molestando”, él mismo Carlos –a quien la experiencia le ha enseñado a entender el funcionamiento de esas máquinas como si él fuera el médico y ellas sus pacientes- se encarga de chequear qué problema tienen. “Si es grave –sentencia- le cambio al cliente la lavadora por otra. Si es algo que pueda solucionar en el apartamento donde esté la lavadora, ahí mismo la cuadro”.

A pesar de los obstáculos el hombre de hablar pausado le seguirá apostando a ese modelo de negocio que, según él,  “nació en Cali” y de aquí se ha expandido a toda Colombia. “Yo he estado en Los Llanos, en el Huila, en Santa Marta y hasta en El Chocó y en todas esas partes ya se ve ese servicio.

Aunque sabe que mantenerse en ese singular oficio no es fácil. “Aquí en Cali hay empresarios que tienen hasta 80 lavadoras. Pero son negocios que así como van llegando,  también se acaban”, afirma el hombre con un tono melancólico.

lunes, 27 de agosto de 2012

CASO TAME: INJUSTICIA MEDIÁTICA

El lunes 27 de agosto el ex subteniente Raúl Muñoz Linarez fue declarado culpable de la violación de Jenny Torres de 14 años en Tame, Arauca, y el posterior asesinato de ella y sus dos hermanitos. "Las pruebas no son muchas, pero son contundentes", declaró la jueza que emitió el fallo condenatorio tras casi dos años de ocurridos los execrables hechos.

Son varias las pruebas recaudadas por las autoridades que incriminaron a Muñoz Linares: el hecho de que se hubiera ausentado de la unidad a la que estaba adscrito durante el mismo lapso de tiempo en que el crimen tuvo lugar; el que durante esa ausencia portara consigo un machete, el mismo tipo de arma con el que fueron ultimados los pequeños; y la coincidencia genética entre las muestras de semen tomadas al militar y  aquellas halladas en los cuerpos de la menor ultrajada.

Hubo muchas trabas en este proceso judicial, entre ellas el constante cambio de abogado defensor del uniformado y el sospechoso asesinato de la jueza que originalmente llevaba el caso en Arauca, atribuido al ELN.  La defensa del militar intentó convencer a la justicia de que la muerte de los tres menores había sido cometida por las FARC, pero los testigos que presentó para probar esa  versión no confirmaron que hubiesen presenciado el acto barbárico y tampoco señalaron con nombre propio qué miembros del grupo guerrillero habrían participado en su comisión.

Al margen de esos hechos, causa curiosidad el tratamiento dado por los medios tanto al crimen de los hermanos torres como al juicio al militar implicado. Ha sido evidente la asimetría entre el cubrimiento mediático a este hecho de sangre y la sobre exposición que ha tenido el llamado caso Colmenares. ¿Por qué el uno merece más atención por parte de la prensa que el otro? ¿Acaso es por qué en el caso Colmenares están involucrados "niños bien" de una prestigiosa universidad privada, unos cocacolos hijos de personajes muy influyentes de nuestro país, mientras que en el caso Tame los protagonistas fueron unos niños pobres que vivían en un apartado rincón de la geografía nacional y cuyos padres son unos humildes jornaleros.

En los últimos meses programas de gran audiencia como Séptimo Día y las Crónicas de Pirry le han dedicado sendos espacios a las extrañas y sospechosas circunstancias en que murió el estudiante de Los Andes. En cambio los vejámenes que sufrieron los hermanos Torres no han merecido ninguna mención por parte del locuaz Pirry y el señor Manuel Tedodoro. ¿Por qué Sin rastro, espacio de Caracol especializado en reconstruir macabros crímenes cometidos contra niños, tampoco ha registrado el triple homicidio y doble acceso carnal violento cometidos por Muñoz Linares según el  fallo que  profirió una juez de la República?

¿Por qué los portales web de los periódicos de circulación nacional cuelgan casi a diario notas sobre la muerte de Colmenares, mientras que al caso  Tame con el pasar de los meses le han concedidos espacios cada vez más marginales? Produce arcadas que El Espectador relegue la noticia del fallo condenatorio contra el militar al espacio más recóndito de su portal web, obligándola a competir espacio y atención con una estúpida, insulsa y anodina nota sobre el sexo oral entre escarabajos.

¿Acaso para los genios de El Espectador están en el mismo nivel las felaciones entre  insectos, que la violación de una niña en manos de un militar? ¿Merece la noticia de la condena de Raúl Muñoz Linares perderse en el mar de informaciones que a diario se producen en este país? ¿O es que acaso por ser el subteniente un ex miembro del impoluto Ejército Nacional, su crimen debe ser minimizado, ignorado, silenciado, para no perjudicar la imagen de tan gloriosa institución?

Esperaré sentado a que el periodista extremo, el mago del periodismo efectista Manuel Teodoro, y la gran prensa colombiana le dediquen al menos unos minutos a uno de los crímenes más ominosos que se han perpetrado en Colombia. Y no se trata de criticar el tratamiento dado al caso Colmenares. Ojalá se esclarezca y si el joven fue asesinado, que sobre sus verdugos caiga todo el peso de la Ley. Pero los medios deberían medir con el mismo rasero todos los hechos de terror que enlutan a Colombia.

martes, 7 de agosto de 2012

4 DE FEBRERO-6 DE MARZO

Corría el 4 de febrero de 2008. Salí muy temprano de mi casa y abordé un bus que me dejara cerca de la Plazoleta de San Francisco en Cali. Al llegar vi que ese espacio estaba a reventar de personas vestidas de blanco. A todos nos había reunido el interés de manifestarnos contra las Farc. Éramos cientos de individuos confundiéndonos en una enorme mancha albina que tras varios minutos avanzó hacia su meta final, la Plazoleta del CAM, devorando en el camino todo lo que se encontrara a su paso. 

No había distinciones. En aquella compacta masa blanca se fundían amas de casa, muchachos, representantes de la Fuerza Pública, universitarios y periodistas. La manifestación aparentemente superaba por mucho las expectativas de sus auspiciadores y su magnitud era ciertamente avasalladora. De repente, ya sobre la Avenida Colombia, observé los cadáveres de los miembros del secretariado de las Farc colgando no recuerdo si de árboles o de los postes de la energía. Habían sido ejecutados y ahora eran expuestos ante la voraz masa blanca para satisfacer su morbo y su afán revanchista. Claro, hay que aclarar que se trataba en realidad de simples muñecos inanimados semejantes a los años viejos que queman en diciembre. De cualquier manera al final me sentí como manipulado; albergué la sensación de que aquella marcha más que reclamar paz, resultó ser en realidad una declaración de odio a las Farc y de apoyo implícito a las políticas del entonces presidente Álvaro Uribe. 

Pero fue un ejercicio de participación ciudadana importante que desnudó el prácticamente nulo apoyo popular con el que cuenta esa guerrilla, apoyo que es requisito fundamental para el éxito de cualquier movimiento insurgente que pretenda llegar al poder. Si el llamado “Ejército del Pueblo” carecía de ese respaldo y a cambio se había granjeado el odio de buena parte de Colombia, era por obra y gracia de sus excesos. 

Un mes después, el 6 de marzo, organizaciones sociales convocaron otra manifestación, esta vez contra los crímenes del paramilitarismo. Decidí participar convencido de la importancia de “llorar por los dos ojos”, como diría tiempo después cierto funcionario público colombiano. Abordé un bus. En su interior una de las pasajeras, afrodescendiente y ya de edad, hablaba sobre esa marcha. “No estoy de acuerdo. Con esa marcha sólo le están dando gusto a las Farc. Eso es lo que ellos quieren”, recuerdo que le oí decir. Me apeé del vehículo y me uní a los manifestantes. Ninguno iba vestido de blanco. De hecho no era exigencia portar prendas de un color determinado. 

Quizás el hecho de todos estuviéramos uniformados con un mismo color en la marcha contra las Farc, creó la ilusión de que ésta era más cohesionada. La del 6 de marzo resultaba ser en cambio más fragmentada y llena de lagunas vacías en medio de grupos de personas que se aglutinaban. Era notoria la presencia de delegados de distintos sindicatos. La llamada sociedad civil también participó, pero saltaba a la vista que su número era muy inferior al registrado en la protesta del 4 de febrero. 

El contraste entre una y otra marcha reflejó la realidad nacional fielmente. Para el colombiano del común el paramilitarsmo no deja de ser un mal menor, un dolor de cabeza necesario y hasta un fenómeno que soterradamente hay que defender, a pesar de todas las atrocidades que se le adjudican -más de 100 mil asesinatos, entre muchas otras. Entre tanto la violencia guerrillera sí despierta el odio más enconado, una rabia que quema las entrañas. Lo natural es que la violencia se condenará con la misma vehemencia, viniese de donde viniese, pero… 

Conforme la marcha continuaba, los contrastes se hacían más latentes. El apoyo popular era escaso. La vida comercial en el centro de Cali continuaba como si nada; en los locales ponían música a niveles que ensordecían a través de potentes bafles. Alguien se me acercó y espetó “Todos los dueños de esos locales son putos paisas”. Los automóviles continuaban su marcha casi pretendiendo embestirnos a quienes protestábamos. El 4 de febrero en cambio las vías lucieron completamente despejadas para que la refulgente masa blanca se moviera a sus anchas. 

Sobre la Calle 13 o Calle 15, ya no recuerdo, oímos unos gritos. “¡Libérenme, estoy secuestrado, libérenme!”, exclamaba un saboteador desde lo alto de un edificio. Algunos sonrieron. Otros de aquellos que nos miraban desde la distancia, nos insultaban. “Váyanse a vivir a Venezuela”, sentenció uno de ellos. 

Cuando la marcha estaba por terminar un individuo intentó pintar un graffiti. La Policía quiso impedírselo, pero muchos de los que estaban a mí alrededor intercedieron en coro por él, exigiéndole a los uniformados que le dejaran plasmar sus consignas en los muros. Me pareció estúpido en su momento que defendieran a capa y espada una simple manifestación de anacrónico vandalismo. 

Al final de ambas marchas me quedó la impresión de vivir en un país de fariseos que le desean la muerte a los guerrilleros que secuestran, siembran minas antipersonales, atacan pueblos con cilindro bomba y trafican con drogas; pero se hacen los de la vista gorda con las masacres, abusos sexuales, actos de sevicia y asesinatos que han cometido los paras. Un país dividido entre una derecha rancia, mayoritaria, hipócrita y una izquierda fragmentada, anquilosada en el tiempo, aferrada a los discursos de siempre. Pero más allá de eso me quedó el consuelo de haber llorado por los dos ojos, así los más reaccionarios miembros de ambos bandos me quisieran linchar porque, a su juicio, le estaba prendiendo una vela a Dios y otra otra al diablo.



viernes, 3 de agosto de 2012

NO VALEN NADA


Domingo 03 de junio. Arribé a las 10:00 am a las Canchas Panamericanas con la intención de participar de un plantón en protesta por la brutal violación y torturas a las que fue sometida Rosa Elvira Cely en Bogotá, vejámenes que finalmente le causaron la muerte. A esa hora debía iniciar el acto, pero tras perderme por un buen tiempo en el mar de fantoches exhibiendo su musculatura que participan en la ciclovía sobre la Novena, no vi rastro de los manifestantes. Sólo hasta las 11 pude avistar a un pequeño grupo de mujeres y hombres con pancartas, camisetas y carteles exigiendo el fin de la violencia hacia el género femenino.

De dicho acto de protesta me enteré a través de facebook. A tempranas horas de ese mismo domingo accedí a la página web de El País y allí no había ninguna mención sobre éste. Quizás –son meras especulaciones- sus organizadoras fallaron al no recurrir a los medios de comunicación para convocar a la ciudadanía. Un boletín enviado a las emisoras, periódicos y noticieros de la ciudad, llamadas a periodistas que cubren temas locales para que ayudaran a invitar a la gente al acto, quizás hubieran marcado la diferencia.

Pero no nos llamemos a engaños. Posiblemente ni la más efectiva labor mediática hubiera logrado vencer la indiferencia de una sociedad con el machismo enraizado hasta sus tuétanos. En Bogotá, por ejemplo, a pesar del apoyo de los medios sólo marcharon 5.000 personas, cifra exigua para una ciudad de ocho millones de habitantes. Y esa realidad refleja cómo en Colombia la mujer no vale nada.

O sí vale, pero sólo por el tamaño de sus culos y tetas. O como un instrumento de satisfacción sexual, sea ésta consentida o no. Caminar sola en una calle a las 10 de la noche es una idiotez que ninguna caleña se puede dar el lujo de cometer, pues los hombres pueden pensar que es un casquivana buscando aventura. ¿Usted estaría tranquilo si su hermana, hija o amiga aborda un taxi a altas horas de la noche o la madrugada? Yo no.

Mas esa no es la única violencia a la que se exponen las mujeres en este país. Los cientos de casos de féminas asesinadas por “motivos pasionales” o cuyos rostros han sido desfigurados con ácido, lo demuestra. Ni de qué decir del hecho de que en Colombia la violencia intrafamiliar sea un delito “querellable”, es decir, que obliga a las mujeres maltratadas a “conciliar” con su compañero agresor.

Noches atrás una terrible pelea en plena madrugada me arrancó de los brazos de morfeo. Un tipo estaba arrastrando de los pelos a su compañera sentimental mientras le propinaba puños en la cara. Ella le rogaba que no le desfigurara el rostro. Yo por cobardía no me atreví a bajar del cuarto piso en el que vivo para tratar de ayudarla. Me limité a llamar a la Policía. Lo triste es que todos siguieron mi ejemplo. Nadie, si siquiera los porteros de las unidades circunvecinas, hizo el mínimo esfuerzo por detener la paliza que sufría la desdichada mujer. Al final las voces del agresor y su pareja dieron pasó a un profundo silencio que fue interrumpido segundo después por la voz de Vicente Fernández entonando “Mujeres Divinas”. De alguna casa vecina habían hecho sonar el tema para ambientar una fiesta. Triste y patética paradoja.

martes, 31 de julio de 2012

NEGOCIO MADE IN CALI


En el país del Sagrado Corazón alquilan piezas, vestidos, armas… y lavadoras. Durante seis años Carlos Valencia trabajó en una empresa dedicada a alquilar esos aparatos que le ahorran a las personas dolores en sus riñones, manos maltratadas y horas enteras frente a un lavadero.  “Pero llegó un día en que me aburrí de  trabajarle a otros. Por eso monté mi propio negocio hace seis meses”, confiesa.

Emprendió esa aventura con una lavadora de segunda que le costó $100 mil.  “luego - cuenta- compré otra a $150 mil. Y mi hija me colaboró con otras dos también de segunda”. Por su alquiler cobra dependiendo del barrio donde las soliciten: “siempre he trabajado en el Norte. Si piden una lavadora en el barrio Popular, cobro $1000 por hora. Pero si solicitan el servicio en barrios que quedan más lejos como Álamos o Vipasa, pido $1500”, explica.

Hasta ahora afirma que le ha ido bien. Pero admite que “de lunes a viernes el negocio es flojo. Se mueve más los sábados y domingos, sobre todo cuando coinciden con la quincena”. No ha sido fácil para él acostumbrarse a sacrificar sus fines de semana. Con un dejo de tristeza en su voz se queja de que “uno no puede decirle al cliente ‘mañana domingo no trabajo’. Ahí mismo llaman a otro lado, porque en esto hay mucha competencia. Yo llevo tiempo sin poder visitar a mi familia que vive en Yumbo,  porque no me queda tiempo”.

A Carlos le gusta trabajar solo. Él mismo se encarga de transportar las lavadoras a los domicilios de sus clientes, en primer lugar porque no gana lo suficiente para contratar a alguien que se encargue de esa tarea y en segundo lugar “porque esos muchachos no tratan bien las máquinas y las terminan dañando. Además no vienen a trabajar un sábado o un domingo porque el día anterior se fueron de fiesta y amanecieron enguayabados”.

A eso se suma que hay clientes “complicados”. Si el muchacho que transporta la lavadora no es de su simpatía “son capaces de inventar que se robó cualquier cosa de la casa para embalarlo”, narra. Sin miedo revela que a él, en su anterior trabajo, le llegó a pasar: “Fui a llevar una lavadora a una muchacha que vivía en Floralia. Me devolví a la empresa y a las dos horas ella llamó diciendo que se le había perdido una cartera.  Me echó la culpa prácticamente. Después se supo que la ladrona era una amiga que vivía con ella”.

En otras ocasiones esos usuarios han dañado sus máquinas porque “les echan mucha ropa o porque tienen niños pequeños que oprimen las teclas que no son”. Ante esa situación Carlos no puede hacer mucho: “Uno les cambia la lavadora por otra, porque si uno se pone alegar con ellos buscan a otro que les preste el servicio”. Tampoco faltan los clientes “vivos” que se roban las lavadoras.

A pesar de los obstáculos Carlos le seguirá apostando a ese modelo de negocio que, según él,  “nació en Cali” y de aquí se ha expandido a toda Colombia. Aunque sabe que mantenerse es difícil porque  “son negocios que así como van llegando,  también se acaban”. 

jueves, 9 de febrero de 2012

Nadie está por encima de la ley

Nadie puede estar por encima de la ley. Ni los sacerdotes, ni los cogresistas, ni los menores de edad que cometen delitos, ni los machos que hacen y deshacen amparados en la dictadura heterocentrista que nos ha dominado por años. Y mucho menos los militares que creen que llevar puesto un uniforme les da licencia para hacer lo que se les antoje. Por eso  estoy en desacuerdo con los tribunales eclesiásticos, la inmunidad parlamentaria, el fuero militar y en general con todas aquellas gabelas jurídicas que revisten de impunidad los crímenes de aquellos que detentan cierta autoridad, o que poseen cierto poder.

En ese orden de ideas aplaudo que la justicia colombiana esté tratando de esclarecer los abusos cometidos durante la retoma del Palacio de Justicia y castigar a los responsables. Sin lugar a dudad la gran responsabilidad del holocausto recae sobre el M19 y nadie puede restarle gravedad a todos los excesos que cometió esa guerrilla en el desarrollo de la toma. Si llegare a se cierto que ejecutaron esa acción para hacerle un mandado al cartel de Medellín -y no por un interés revolucionario como adujeron en su momento- el peso de su culpa es mucho mayor.

Pero ello no justifica los desmanes de los militares en su intento por repeler el ataque subversivo. Once empleados de la cafetería desaparecieron sin dejar rastro. Hay testimonio gráfico de rehenes que salieron vivos asidos a los brazos de militares, mas después aparecieron muertos con tiros de gracia o simplemente nunca aparecieron. También existen testimonios monstruosos sobre torturas a varios rehenes infligidas por militares que incluyeron abusos sexuales a mujeres. Incluso se habla de una mujer embarazada que parió en medio de las torturas y a la cual le arrebataron a su hijo.

Si los militares en realidad cometieron esos vejámenes, deben responder. Uno de los primeros pasos que la Justicia ha tomado en ese sentido es la condena a Alfonso Plazas Vega. Como era de esperarse la ratificación del Tribunal Superior de Cundinamarca de la pena proferida por otro tribunal al militar por la desaparición de dos rehenes durante la retoma, no cayó en gracia en esta país de ultraderecha. Muchos asumen que la justicia se mamertizó o fue infiltrada por el terrorismo; por tanto la pena al militar es un castigo a los "héroes" que "defendieron la democracia" amenazada por el terrorismo.

Mala interpretación: la Justicia no está castigando o coartando a los militares por cumplir con su deber; simplemente les está aplicando una pena justa por los abusos que cometieron. Muchos dicen que los empleados de la cafetería era auxiliadores del M19. Si era así el camino correcto era denunciarlos ante las autoridades judiciales y que éstas determinaran la validez o falsedad de las acusaciones. De cualquier manera es muy difícil justificar el hecho de que fueran sometidos a los tratos más infames.

Algunos dicen que la Justicia se está ensañando con los militares. Pero lo cierto es que durante más de 20 ésta no los llamó a responder por lo ocurrido en la retoma. A la Fuerza Pública la asiste la obligación de velar por el orden y contrarrestar los actos de violencia. Pero de allí a que portar un uniforme les dé el derecho a los policías y militares de hacer lo que les venga en gana sin responder por ello, hay mucho trecho.