domingo, 5 de mayo de 2019

TERESA Y MIRTA: LA LLEGADA A LA GRAN MANSIÓN

_ ¿Y usted por qué decidió dejar a su marido y a sus hijos?- inquirió Mirta.
_ No voy a hablar de eso ahora. Más bien explíqueme usted por qué le dio por meterse con ese señor que encima de que está casado casi que le triplica la edad a usted.
_ Porque esa es la única manera que encontré de salir de ese hueco donde me tocó vivir. Pero ahora lo que me preocupa es mi mamá...

El viaje fue relativamente rápido y tranquilo. Al llegar a su destino las hermanas fugitivas se apearon del bus, tomaron sus pertenencias y abordaron un taxi que las condujera a la casa de Patricia, una prima que hace muchos años había resuelto radicarse en la capital.

"¿Y eso? ¿Por qué les dio el arrebato de venirse así, de buenas a primeras?", preguntó la pariente lejana a las recién llegadas mientras les servía un café. Teresa le explicó a grandes rasgos el porqué de la intempestiva decisión.

_ Grave la situación. Obviamente yo les puedo dar posada, ¿pero qué se van a poner a hacer ustedes acá? Las cosas hoy en día no están fáciles en esta ciudad -sentenció Patricia.
_ Nosotras vamos a ponernos a buscar algún trabajo, pero eso sí, Patricia, júrenos que si alguien le pregunta usted no les va a decir que ni nos vio ni que estamos acá ni nada.- anotó Teresa.
_ Claro... eso yo lo entendió. Me imagino que  su marido debe estar furioso. Pero bueno, yo conozco una señora, una cardióloga que está necesitando dos empleadas de servicio. Yo creo que ustedes dos...
_ A mí no me gusta hacer oficio ni esas cosas- alegó Mirta.
_ Por favor, niña, -replicó Teresa- nosotros en este momento no nos podemos dar el lujo de despreciar un trabajo. El problema es que Mirta apenas va a cumplir 16 años el mes entrante...
_Ese sí es un problema- afirmó Patricia-. Pero Mirta está desarrolladita. Ya parece mayor de edad...

La mujer hizo una pausa y les lanzó una propuesta a sus primas: falsificar una cédula de ciudadanía para que Mirta pudiera aplicar a la vacante. La mayor de las hermanas aceptó y acto seguido pidió permiso para hacer una llamada telefónica a una amiga de ese pueblo que había decidido dejar atrás. Ella puso al corriente a Teresa sobre el ataque de histeria que había protagonizado su marido luego de saberse abandonado. Hasta había jurado buscar a la esposa fugada por debajo de las piedras y matarla si acaso confirmaba sus sospechas de que ella había decidido huir con un amante. Teresa solo atinó a pedirle a su interlocutora que estuviera al pendiente de su anciana madre que por obra de los últimos acontecimientos había quedado completamente sola.

En cuestión de días Patricias se las arregló para obtener el documento de identificación falso para Mirta y así el par de hermanas, la menor a regañadientes, eso sí, fueron entrevistadas por la prestigiosa cardióloga Bárbara Hernández. Acosada por el afán de conseguir a las dos empleadas domésticas que tanto le hacían falta y confiada en las buenas recomendaciones, la doctora resolvió contratar a las dos mujeres, aunque en honor a la verdad la juventud y belleza de Mirta estuvo a punto de disuadirla de hacerlo.

_ Tere, tiene una llamada -dijo Patricia mientras sostenía el auricular del teléfono- Es la señora Bárbara.
_ Alo, buenas tardes, señora Bárbara.
_ ¿Cómo le va? Mire, tomé la decisión de contratarlas por un periodo de prueba de dos meses. Patricia me las recomendó especialmente y yo confío en el buen criterio de ella. La espero a usted y a su hermana mañana a primera hora para explicarles bien cuáles serán sus funciones.
_  Señora Bárbara, muchas gracias.

Así fue como al día siguiente las dos hermanas se presentaron en la casa que se convertiría en su nuevo hogar.

_ Básicamente lo que necesito es que usted, ¿Teresa es que se llama? -inquirió Bárbara con el desdén propio de las personas que gozan de una buena posición económica
_ Sí, señora...
_ Usted se va a encargar principalmente de la cocina y el aseo general, mientras que su hermana se va a dedicar a cuidar a Jenny, mi hija, aunque obviamente también le tiene que colaborar con el aseo de su casa... _en ese instante sonó el timbre- Ese debe ser mi esposo. Fernando, por favor, ven...

Apareció en escena un hombre de 35 años aproximadamente cuyo atractivo físico no causó indiferencia en Mirta. En efecto, se trataba de Fernando Gutiérrez, el esposo de Bárbara y, por ende, el señor de la casa. Su mujer le presentó a las nuevas empleadas y en sus ojos se reflejó la lujuria al ver a la más joven de ellas. En síntesis, desde el primer instante el patrón y la sirvienta sintió atracción mutua.