martes, 31 de julio de 2012

NEGOCIO MADE IN CALI


En el país del Sagrado Corazón alquilan piezas, vestidos, armas… y lavadoras. Durante seis años Carlos Valencia trabajó en una empresa dedicada a alquilar esos aparatos que le ahorran a las personas dolores en sus riñones, manos maltratadas y horas enteras frente a un lavadero.  “Pero llegó un día en que me aburrí de  trabajarle a otros. Por eso monté mi propio negocio hace seis meses”, confiesa.

Emprendió esa aventura con una lavadora de segunda que le costó $100 mil.  “luego - cuenta- compré otra a $150 mil. Y mi hija me colaboró con otras dos también de segunda”. Por su alquiler cobra dependiendo del barrio donde las soliciten: “siempre he trabajado en el Norte. Si piden una lavadora en el barrio Popular, cobro $1000 por hora. Pero si solicitan el servicio en barrios que quedan más lejos como Álamos o Vipasa, pido $1500”, explica.

Hasta ahora afirma que le ha ido bien. Pero admite que “de lunes a viernes el negocio es flojo. Se mueve más los sábados y domingos, sobre todo cuando coinciden con la quincena”. No ha sido fácil para él acostumbrarse a sacrificar sus fines de semana. Con un dejo de tristeza en su voz se queja de que “uno no puede decirle al cliente ‘mañana domingo no trabajo’. Ahí mismo llaman a otro lado, porque en esto hay mucha competencia. Yo llevo tiempo sin poder visitar a mi familia que vive en Yumbo,  porque no me queda tiempo”.

A Carlos le gusta trabajar solo. Él mismo se encarga de transportar las lavadoras a los domicilios de sus clientes, en primer lugar porque no gana lo suficiente para contratar a alguien que se encargue de esa tarea y en segundo lugar “porque esos muchachos no tratan bien las máquinas y las terminan dañando. Además no vienen a trabajar un sábado o un domingo porque el día anterior se fueron de fiesta y amanecieron enguayabados”.

A eso se suma que hay clientes “complicados”. Si el muchacho que transporta la lavadora no es de su simpatía “son capaces de inventar que se robó cualquier cosa de la casa para embalarlo”, narra. Sin miedo revela que a él, en su anterior trabajo, le llegó a pasar: “Fui a llevar una lavadora a una muchacha que vivía en Floralia. Me devolví a la empresa y a las dos horas ella llamó diciendo que se le había perdido una cartera.  Me echó la culpa prácticamente. Después se supo que la ladrona era una amiga que vivía con ella”.

En otras ocasiones esos usuarios han dañado sus máquinas porque “les echan mucha ropa o porque tienen niños pequeños que oprimen las teclas que no son”. Ante esa situación Carlos no puede hacer mucho: “Uno les cambia la lavadora por otra, porque si uno se pone alegar con ellos buscan a otro que les preste el servicio”. Tampoco faltan los clientes “vivos” que se roban las lavadoras.

A pesar de los obstáculos Carlos le seguirá apostando a ese modelo de negocio que, según él,  “nació en Cali” y de aquí se ha expandido a toda Colombia. Aunque sabe que mantenerse es difícil porque  “son negocios que así como van llegando,  también se acaban”.