lunes, 3 de enero de 2011

La verdad

Los espacios televisivos que tienen como ingrediente principal el uso del polígrafo han hecho carrera a nivel mundial. Básicamente siguen las mismas reglas: primero someten a alguien a 100 preguntas sobre su vida, obra y milagros ante la llamada 'máquina de la verdad'; luego graban al individuo en un estudio con toda la parafernalia correspondiente, y ante un nútrido público, y le formulan 21 de los 100 cuestionamientos anteriormente hechos. El participante, entre más preguntas conteste con la 'verdad', más dinero gana. Pero al mismo tiempo las preguntas se vuelven más comprometedoras y sacan a la luz los aspectos más oscuros de la vida del entrevistado. En la versión colombiana un hombre confesó haber sido acusado por violación; otro confesó engañar a su mujer con hombres; una abogada admitió haber comprado testigos y otra afirmó que sería capaz de anteponer su felicidad a la de sus hijos. No faltó quien admitiera haber cometido robos en su empresa. Pero el tono de las preguntas rebasó todos los parámetros éticos cuando una mujer confesó sin empacho que había contratado un sicario para que le diera muerte a su marido.

Antes de nada hay que decir que quienes se someten a este programa, lo están arriesgando todo por un fraude. El mismo esquema con que funciona el programa entraña la primera trampa. La selección de 21 preguntas sobre cien siempre será amañada y pondrá en desventaja a los concursantes. Lo justo es que a todos les hicieran las 100 preguntas para que estuvieran en igualdad de condiciones, pero por cuestiones de tiempo obviamente no se hace. ¿Pero quién puede garantizar que a un pobre infeliz que conteste 99 preguntas con sinceridad y mienta en una, no le incluyan la mentira entre las 21 preguntas y pierda? ¿O que otro sujeto que contestó 21 preguntas con sinceridad y el resto falsas, cuente con la suerte de que los productores ignores sus 'mentiras' y le formulen sólo los cuestionamientos en los que acertó? Esa trampa inicial somete el juego al azar y le quita legitimidad al concurso, si es que la tiene.

Pero la trampa, el fraude y la estafa no están sólo allí. Poligrafistas expertos han denunciado el mal uso que le dan a su herramienta de trabajo en estos  programas amarillistas. En primer lugar las preguntas formuladas deben referirse a hechos puntuales y concretos -¿usted robó? ¿usted matò?-, y no a suposiciones, pensamientos y sentimientos que están sujetos a las dualidades y contradicciones propias del ser humano. Los poligrafistas también recomiendan que las preguntas se limiten a máximo 10; las 100 que se formulan ante el detector de mentiras son una cifra exagerada que mengua su efectividad puesto que el interrogado se relaja durante la entrevista y puede engañarlo.
Por otra parte están los dilemas éticos que surgen al darle precio a la intimidad de la gente, en una perversión del sistema capitalista. Y aún más grave, premiar con dinero la confesión de graves delitos, haciendo parecer eso como una recompensa a la sinceridad cuando en realidad sólo busca la generación de morbo y rating. En pocas palabras, el todo vale por dinero se quiere disfrazar como una exaltación a la sinceridad.

Y a pesar de todo Celio está obsesionado por participar en esos programas. Al fin y al cabo -y a pesar de que sepa que al hacerlo destruiria moralmente a su familia, y de paso a sí mismo- ansía que se sepa quién es en realidad: que ha sentido atracción sexual por niños; que ha tenido la idea obsesiva de violar a una mujer; que es un ser patético que sólo da lástima. En definitiva, quiere que salga a flote lo más bajo de su personalidad, porque siente que es un acto de hipocrecía el mantenerlo oculto. Acaso no son igual de perversos los que en aras de rating son capaces de llevar a la television a una mujer que mandó matar a su marido para que confiese su crimen ante cámaras, que aquellos que ocultan toda su miseria, su mezquindad y su crapulencia a los ojos del mundo. A veces sería bueno que todo el mundo se mostrará en toda su dimensión, exhibiendo sus facetas más bellas y más oscuras, pero no por plata sino para que los demás sepan quién es. Sería muy interesante.