domingo, 24 de marzo de 2019

TERESA Y MIRTA: LA HUIDA.

Mirta no tuvo problemas a la hora de seducir al alcalde del pueblo en el que nació y creció. Sabía que para ciertos hombres la carne, entre más joven y tierna, resulta más suculenta y por eso sus quince años que recién había cumplido se constituyeron en el gancho perfecto para atrapar a ese pez gordo que le ayudaría a mejorar su precaria situación económica. Teresa, su hermana mayor, hace mucho había dejado atrás su juventud y ahora estaba resignada a ejercer el triste rol de ama de casa para un marido y unos hijos que solo la veían como una simple esclava.

_ ¿Huevo otra vez?_ espetó el marido aquella mañana de marzo-. Ya le he dicho mil veces que estoy mamado de desayunar con huevos todos los hijueputas días. Cómprese unos choricitos o qué sé yo. ¿O es que ni para eso sirve?

Escenas como esa se repetían a diario, bien fuera protagonizadas por el cónyuge de Teresa o por los hijos de la pareja. Precisamente esa tarde de marzo el hijo mayor le reclamaría también por comida.

_ ¿Qué hizo de almuerzo, madre?
_ Arroz y fríjoles_ contestó la mujer mientras lavaba unos platos.
_ ¿Otra vez lo mismo?
_ No tengo plata para nada más. Usted sabe que su papá lleva muchos años dándome la misma plata cada mes para lo de la comida. Y eso ya no me alcanza.
_ ¿Es eso o más bien que a usted le da pereza cocinar cosas diferentes? Es increíble. Usted lo único que hace en la vida es ser ama de casa y ni siquiera eso lo hace bien- aseveró el joven antes de levantarse de su silla y salir de la cocina.

Al caer la noche el marido de Teresa la buscó para exigirle el cumplimiento de sus "obligaciones maritales". Aunque el sexo con aquel repelente ser ya no le producía disfrute ni placer ella durante muchos años accedió a sus pretensiones, pero últimamente ya no estaba dispuesta a hacerlo.

_Siempre es lo mismo con usted. Todas las mujeres de mis amigos son felices cada vez que se las comen.
_ Yo no soy una vieja arrecha como esas.
_ ¿No será más bien que ya se consiguió mozo y por eso ya no quiere estar conmigo?
_ Conseguirse amantes son sus mañas. No las mías.
_ Usted últimamente anda como muy alzada. ¿Quién sabe quién la tendrá así de alebrestada? Pero óigame bien, Teresa: hay de usted si yo la descubro en vainas raras, porque le aseguro que ese día va a saber quién soy yo_ dijo el hombre con tono amenazante para acto seguido abandonar furioso el lecho matrimonial.

Casi al mismo tiempo Mirta trataba de contener su repulsión mientras follaba con el viejo alcalde. Siempre que estaba con él no dudaba al día siguiente en contarla los pormenores a Lucía, su mejor amiga en el colegio. Apenas se encontró con su confidente en el patio del colegio donde cursaba décimo grado de bachillerato esta le confesó algo desconcertarte.

_La mujer de ese señor ya está sospechando que él tiene una amante y está furiosa.
_ ¿Y eso a mí qué me importa?
_ ¡No sea boba! Esa señora es peligrosa. Dicen que su familia está metida en negocios raros. Yo de usted no insistiría en estar con ese señor.

Solo le bastaron un par de semanas a Claudia Marcela, la esposa engañada, para descubrir, valiéndose de un investigador privado, que una colegiala de 15 años era la amante de su marido. Sintió mucha rabia y pensó en contratar a un matón que acabara con la vida de Mirta, pero para su desgracia esa niña resultó ser hija de una mujer que en el pasado había ayudado mucho a su familia. Así que optó por una medida aparentemente salomónica. Marzo estaba llegando a su fin. Mirta estaba saliendo del colegio cuando fue abordada por un individuo motorizado:

_ ¿Usted es Mirta González?
_ Sí.
_ Le tengo un recado de doña Claudia. ¿Si sabe quién es?
_ No tengo ni idea de quién me está hablando.
_ Es la esposa del señor con el que usted se está revolcando.
_ ¿Perdón?_ preguntó Mirta con afectada indignación.
_ No se haga la boba que ella ya sabe en que andan usted y el marido. Pero no se preocupe. Ella no le va a hacer nada. Solo me mandó a que le hiciera una advertencia. Váyase de este pueblo y no vuelva a asomar sus narices por aquí. Tiene dos días para largarse, porque si no, hasta aquí llegó usted, mamita_ aseveró el tenebroso hombre en moto mientras Mirta lo miraba estupefacta. Acto seguido se marcho del lugar dejando tras de sí una nube de polvo.

Lo primero que hizo Mirta al llegar a la casa en la que vivía con su ya anciana abuela fue llamar a Teresa.

_ ¿A usted cómo se le ocurrió meterse con ese señor? Los hermanos de la mujer de él son muy peligrosos. Dicen que son mafiosos y que fue por ellos que ese señor llegó a la Alcaldía.
_ Yo no estoy para sermones. Necesitó que me ayude, Teresa. Yo no sé para dónde irme.
_ No quedará de otra que se vaya para la capital. Allá vive una prima mía que a lo mejor le pueda dar posada por un tiempo.
_ ¿Y qué va a pasar con la abuela?
_ En eso debió pensar antes de ponerse a hacer estupideces. No se preocupe que de ella me encargo yo. Lo importante ahora es que aliste su maleta y si es posible esta misma noche se vaya de este pueblo.

Luego de colgar el teléfono Teresa fue a abrirle la puerta a su marido que, fiel a su costumbre de todos los viernes, estaba borracho. A rastras Teresa lo llevó hasta la cama, pero estando allí el hombre, de nuevo, le empezó a exigir el cumplimiento de sus "deberes conyugales". "Usted está borracho. Lo que debe hacer es dormirse para que se le pase esa borrachera", aseveró Marta. "Yo no quiero dormir. Yo lo que quiero es estar con mi mujer. Ya estoy cansado de buscar por fuera lo me deberían dar en mi propia casa", respondió el hombre. Inició un forcejeo entre ambos. "Suélteme. ¿No le da pena confesar que se va a meter con cualquier fufurufa?", se quejó Marta, frento a lo cual su marido aseguró: "La culpa de eso la tiene usted que no me complace como hombre. Eso debe ser que deber tener un mozo. Pero ya me cansé. Va a tener que cumplir como mujer a las buenas o a las malas". Esa última frase fue la antesala para la violación que sufriría Teresa a manos de su propio cónyuge.

Una vez cometido el ultraje aquel hombre se quedó profundamente dormido. A hurtadillas Mirta arregló su equipaje y decidió tomar una decisión que había aplazado hace mucho tiempo: la de abandonar a sus hijos y su marido. Se encontró con Mirta en la terminal de transportes y juntas emprendieron el viaje a la capital.

domingo, 3 de marzo de 2019

RELATO DE UN PERDEDOR

Lunes. Terminó el fin de semana y de nuevo debo someterme a la tortura de ir al colegio. Todos dicen que la etapa escolar es la más bonita en la vida de cualquier persona, pero en mi caso no se aplica esa creencia popular; al contrario, cada vez que pongo un pie en el aula es como si me internara en una selva plagada de fieras que no hacen más que dañarme. Pero no me dañan con sus garras y dientes. Lo hacen con sus comentarios y burlas. Todo en mí les genera repulsión: mi carácter solitario y callado, mi excesiva pasividad, los olores pestilentes que despide mi cuerpo. Sí, humores que  reflejan mi podredumbre física que a su vez encierra mi podredumbre moral, pero no voy a detenerme en dar más detalles al respecto. Lo cierto es que todo lo que haga o diga se convierte en excusa para carcajadas hirientes o amargos abucheos. Las burlas no solo vienen de los "populares" del salón. Incluso mi propio círculo de "amigos" se encarga de recordarme cada día lo patético que soy.
En ese grupo de supuestos amigos hay un chico proveniente del eje cafetero al que yo aventajo en estatura por más de 20 centímetros. Todos golpean y humillan sin miramiento a ese pobre pigmeo y sin embargo yo soy incapaz de defenderme de sus burlas. Existe otro al que apoden el boquinche. Al igual que yo, es el hazmerreír del salón y pese a eso tampoco he tenido el suficiente peso en los testículos para responder a sus agresiones. Ese es el pan de todos los días en mi vida.

Martes. Hoy hay clase de educación física y todos mis compañeros esperan con emoción que dé inicio. Yo en cambio daría lo que fuera por no tener que participar en ella. Yo y los deportes... bueno, más exactamente yo y los balones no nos entendemos. Recuerdo una vez que el profesor nos puso a competir en carreras de atletismo. "El que corra con ese tipo termina la carrera sin problemas y si quiere puede hasta tomarse un tintico mientras espera que él termine", anotó irónicamente uno de mis compañeros en esa ocasión. No doy pie con bola ni jugando fútbol, ni baloncesto, ni tenis... el asunto es tan serio que a veces me ponen a jugar fútbol con las mujeres. Perdonen si eso suena machista, pero es la verdad. Volviendo al tema de los balones la verdad es que les tengo fobia. Un día estaba leyendo un libro en pleno recreo -eso da perfecta cuenta de qué tan noño soy- y un estudiante de un grado superior no tuvo empacho de arrojarme una pelota en plena cabeza.

Miércoles. Sin querer he pisado excremento de perro y en medio de mi marcada estupidez no se me ocurre idea mejor que tratar de limpiar la suela de mi zapato con las patas de mi pupitre. Honestamente no sé que me lleva a cometer semejante estupidez. Como no puede ser de otra manera los compañeros no tardan en notar el desagradable hedor. Una compañera acude en mi defensa arguyendo que a cualquiera le puede pasar algo así. No, chica, no a cualquiera le pasan cosas así; experiencias de ese estilo solo las viven quienes fueron mandados a este mundo con el único y expreso propósito de ser el objeto de burlas por parte de los demás. Ya me imagino a Dios, arrellanado en una nube en lo más alto del cielo, estallando en carcajadas al ver cada suceso patético y rídículo del cual soy protagonista día tras día.
Para tratar de borrar el trago amargo que me dejó esa experiencia me aventuro a ir a un prostíbulo. Quiero intentar estar con una mujer. Quiero encontrar en mi algún resquicio de esa hombría que quizás me ha faltado para dejar de fungir el triste rol de tapete que todo el mundo pisa sin reparo alguno. Tomo esa decisión con el temor de representar una vez más un papelón. Soy eyaculador precoz, polvo de gallo, o como se le quiera llamar a ese molesto mal y temo que ese trastorno aparezca en escena, pero no hay tal; no "me vengo" en cuestión de segundos porque mi pene sencillamente no se para, no hay erección. Tanta es la frustración que siento en ese instante que la amargura y desazón que me producen el solo hecho de vivir se incrementan a niveles estratosféricos.

Jueves. Día del amor y la amistad. En la cara de mi amigo secreto se dibuja un gesto muy extraño una vez le entrego su obsequió. De repente se pone de pie aquel que me sacó a mí como amigo secreto. "Mi regaló va a ser muy dulce", espeta y acto seguido me entrega un elemento muy duro envuelto en papel regalo rojo. Deshago el obsequio de su envoltura y me doy cuenta de que es una panela. Todos dentro del aula estallan en unas risas cargadas de odio e inquina, mientras que afuera de ella descubró a la novia de mi verdugo disfrutando de ese espectáculo deprimente. Ya en casa y analizando la situación con  cabeza fría puedo comprender que todo se trató de una trampa muy bien planeada. Desde un momentó el tipo se las arregló para que yo fuera su amigo secreto y preparó el mejor método para liquidarme moralmente, claro está, secundado por sus amiguetes. Eso explicaría la expresión de burla que vi reflejada en mi amigo secreto, la cual sin duda anticipaba lo que se me venía pierna arriba.

Viernes. Llego a mi salón de clases, me paro frente aquel que hace tan solo un día me había sometido al escarnio público y en cuestión de segundos sacó un revólver de mi mochila y le pegó un tiro que impacta en toda su testa. El pobre infeliz no tiene tiempo ni de reaccionar mientras sus amigos observan impávidos y estupefactos. Veo como se desploma y de su sucia cabeza empieza a manar abundante sangre. Por un momento pienso que en vez de sangre debió fluir mierda líquida que es lo que llena la cabeza de ese pobre diablo. ¿Que cómo conseguí el arma? Esas son las ventajas de vivir en un país que garantiza su uso como un derecho constitucional. Hasta las puedes conseguir en una farmacia. No falta quienes aducen que las armas no deben estar en manos de cualquiera, sino que su uso se debe circunscribir a los agentes del Estado. "Las armas las carga el diablo", reza el refrán. Quizás sea cierto. Recuerdo que un amigo me contó que su padre, un militar retirado, en medio de una discusión familiar amenazó a su esposa -es decir la madre de mi compañero- con una pistola. Amenazó a una señora que siempre fue ejemplo de moderación y ecuanimidad.


Pero en fin, en esos momentos de efervescencia y calor, yo no puedo ni quiero reparar en ese tipo de reflexiones. Me percato de que la  novia del muerto se acerca alarmada por el escándalo. Observo fijamente a esa meretriz cuya vagina siempre fue una propiedad colectiva de todos los hombres de ese colegio en el que a mala hora me metieron a estudiar. Me abalanzo sobre ella y por fin ese heterosexual que yacía como sedado en un recodo de mi ser reacciona y me compele a violar a la casquivana con salvajismo.
De repente despierto. Ni mi verdugo murió ni abusé de su novia. Todo resultó ser una ilusión elaborada por mi mente, una falacia onírica que mi subconsciente fabricó para darle un poco de paz a mi espíritu atribulado por el fracaso, la verguenza y la frustración. En síntesis, sigo y seguiré siendo el mismo perdedor de siempre.