sábado, 29 de junio de 2013

La censura y los medios



Para empezar debo comenzar por decir que no estoy de acuerdo con ningún tipo de censura y mucho menos apruebo que alguna instancia -bien sea gubernamental, militar, o de cualquier tipo- se arrogue el derecho de ejercerla para vetar contenidos contrarios a sus intereses. El acceso a la información debe estar libre de restricciones para que los ciudadanos sean capaces de formarse un criterio sin distorsiones y se conviertan así en sujetos críticos y analíticos.

La censura es propia de gobiernos y modelos de Estado dictatoriales que están empeñados en encubrir sus errores y desaciertos y ensalzar sus logros para crear de esa manera una imagen falseada de su situación política, social y económica. 

Ejemplos hay muchos. Recientemente en la República Popular China se han censurado informaciones provenientes de medios extranjeros sobre la corrupción de miembros del partido comunista del gigante asiático. Una descripción muy elocuente de esa distorsión de la realidad está plasmada en la novela ‘1984’ de George Orwell donde se recrea una sociedad ficticia donde el gobierno falsea a su antojo los hechos y la historia llegando al punto de modificar algo que supuestamente es inmodificable como el pasado. Es así como en la obra literaria el gobierno del Gran Hermano desaparece, tanto de los archivos oficiales como de los medios de comunicación, cualquier vestigio de aquellos que se volvieron por cualquier motivo molestos para el régimen.

Otro caso muy cercano de censura ocurre en Venezuela, país donde el régimen chavista ha llegado al punto de no renovarle la licencia de transmisión a un medio de comunicación como RCTV sólo por ser crítico de sus excesos.

La autocensura
En el caso particular de Colombia –en especial en los últimos años- no ha sido la censura lo que ha primado, sino la autocensura. Es decir, la decisión de los dueños de los medios de comunicación por abstenerse de tratar y difundir ciertos contenidos mientras hace eco a otros.

Pero, ¿por qué ocurre esto? La respuesta podría ser simple: los medios de comunicación en Colombia en su mayoría pertenecen a grandes conglomerados económicos que tienen intereses en diferentes sectores de servicios, industria y agroindustria, entre otros. Estos medios están alineados a los postulados del neoliberalismo, el libre comercio, la inversión extranjera y los beneficios a grandes empresas. En ese orden de ideas se enfocan en mostrar una imagen positiva de este modelo económico y de los gobiernos que lo impulsan o defienden. 

Las fuerzas de seguridad del Estado que en teoría existen para preservar la vida, obra y bienes de los ciudadanos, pero que en la práctica protegen el modelo económico anteriormente descrito, también son objeto de especial tratamiento por parte de los grandes medios de comunicación. Cuando ocurre un delito cometido por la Fuerza Pública, los grandes medios de comunicación no lo difunden con la misma intensidad que aquellos crímenes –totalmente condenables, por supuesto- cometidos por las Farc. Hay una asimetría en el tratamiento de la información que es especialmente notoria en los noticieros de los canales privados de televisión.

El fenómeno de la autocensura fue especialmente visible en el gobierno del ex presidente Álvaro Uribe Vélez. Durante sus ocho años de mandato el ex mandatario antioqueño impulsó medidas que favorecieron el crecimiento de las grandes empresas. Además una de sus banderas de gobierno fueron la confianza inversionista y la firme del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.  Fue así como su gobierno recibió el guiño de los medios masivos de Comunicación e incluso Alejandro Santos, director de la influyente revista Semana, manifestó su simpatía hacia él. El ex presidente Uribe se convirtió en una vedette de los medios que se encargaron de mostrar sus logros –los cuales nadie puede desconocer, sobre todo en materia de seguridad- a la par que circunscribían a espacios marginales los escándalos y cuestionamientos que envolvieron su mandato.

Otro factor que sin duda propicia la censura en Colombia es el miedo. Grupos criminales como las FARC, el ELN, las bacrim, los paramilitares, bandas del narcotráfico y, desafortunadamente, algunos agentes del mismo Estado amedrentan y ejercen violencia contra los comunicadores para aplicarles una mordaza y evitar que denuncien sus tropelías. 

Es así como los mismos medios se silencian a sí mismos para no tocar temas sensibles que afecten un status quo que les es favorable o por simple temor. En conclusión puedo decir que todos los que estudiamos periodismo lo hicimos con la ilusión de ejercer nuestra carrera de manera independiente, valiente y sin ataduras que obstaculizaran nuestra profesión. Soñamos con ser periodistas críticos, analíticos que denuncien y que no se prosternen ante los grandes poderes políticos y económicos. No obstante la realidad suele ser muy distinta.

Un remedio para contrarrestar la autocensura consistiría en que los grandes medios hicieran un acto de contrición y se comprometieran a darle un tratamiento más equilibrado a la información. También es importante que surjan medios alternativos que no respondan a intereses netamente mercantilistas y, por último, es fundamental que el Estado garantice la seguridad de los comunicadores.

Censura no, moderación sí
Queda claro que a mi parecer no debe existir censura de ninguna especie y considero maravilloso que hoy se pueda tener acceso casi que ilimitado a la información gracias a  internet. También miro con simpatía fenómenos como el de Anonimous y Wikileaks, dos organizaciones que han revelado oscuros secretos de los grandes poderes en el mundo. De alguna manera estos fenómenos favorecen una democratización del acceso a la información. No obstante si considero que debe haber moderación por parte de quienes difunden estas informaciones. Hoy en día cualquier puede fungir de comunicador sin ningún control lo que le permite difundir noticias falaces o malintencionadas. Quienes transmiten la información deben esmerarse en ser exhaustivos en cuanto a verificar la veracidad de sus noticias y no limitarse a propalar rumores sin fundamento que puedan destruir honras o afectar negativamente a las personas o a la sociedad.

También debe haber instancias capaces de ejercer controles hacia aquellos que convierten los medios de comunicación en tribunas para la chabacanería, el doble sentido, la ridiculización de las personas o la propagación de noticias mendaces que sólo favorecen los intereses de algunas personas que mueven los hilos de estos mismos medios. Eso sucede muchos sobre todo en medios radiales y juveniles que hacen apología a la vulgaridad, o con ciertos periodistas sin ética que convierten su profesión en una herramienta para hacer proselitismo político a cambio de prebendas y favores.