Para empezar debo comenzar por decir que no estoy de acuerdo
con ningún tipo de censura y mucho menos apruebo que alguna instancia -bien sea
gubernamental, militar, o de cualquier tipo- se arrogue el derecho de ejercerla
para vetar contenidos contrarios a sus intereses. El acceso a la información
debe estar libre de restricciones para que los ciudadanos sean capaces de
formarse un criterio sin distorsiones y se conviertan así en sujetos críticos y
analíticos.
La censura es propia de gobiernos y modelos de Estado
dictatoriales que están empeñados en encubrir sus errores y desaciertos y ensalzar
sus logros para crear de esa manera una imagen falseada de su situación
política, social y económica.
Ejemplos hay muchos. Recientemente en la República Popular
China se han censurado informaciones provenientes de medios extranjeros sobre
la corrupción de miembros del partido comunista del gigante asiático. Una
descripción muy elocuente de esa distorsión de la realidad está plasmada en la
novela ‘1984’ de George Orwell donde se recrea una sociedad ficticia donde el
gobierno falsea a su antojo los hechos y la historia llegando al punto de
modificar algo que supuestamente es inmodificable como el pasado. Es así como
en la obra literaria el gobierno del Gran Hermano desaparece, tanto de los
archivos oficiales como de los medios de comunicación, cualquier vestigio de
aquellos que se volvieron por cualquier motivo molestos para el régimen.
Otro caso muy cercano de censura ocurre en Venezuela, país
donde el régimen chavista ha llegado al punto de no renovarle la licencia de
transmisión a un medio de comunicación como RCTV sólo por ser crítico de sus
excesos.
La autocensura
En el caso particular de Colombia –en especial en los últimos
años- no ha sido la censura lo que ha primado, sino la autocensura. Es decir,
la decisión de los dueños de los medios de comunicación por abstenerse de
tratar y difundir ciertos contenidos mientras hace eco a otros.
Pero, ¿por qué ocurre esto? La respuesta podría ser simple:
los medios de comunicación en Colombia en su mayoría pertenecen a grandes
conglomerados económicos que tienen intereses en diferentes sectores de
servicios, industria y agroindustria, entre otros. Estos medios están alineados
a los postulados del neoliberalismo, el libre comercio, la inversión extranjera
y los beneficios a grandes empresas. En ese orden de ideas se enfocan en
mostrar una imagen positiva de este modelo económico y de los gobiernos que lo
impulsan o defienden.
Las fuerzas de seguridad del Estado que en teoría existen
para preservar la vida, obra y bienes de los ciudadanos, pero que en la
práctica protegen el modelo económico anteriormente descrito, también son
objeto de especial tratamiento por parte de los grandes medios de comunicación.
Cuando ocurre un delito cometido por la Fuerza Pública, los grandes medios de
comunicación no lo difunden con la misma intensidad que aquellos crímenes
–totalmente condenables, por supuesto- cometidos por las Farc. Hay una asimetría
en el tratamiento de la información que es especialmente notoria en los
noticieros de los canales privados de televisión.
El fenómeno de la autocensura fue especialmente visible en el
gobierno del ex presidente Álvaro Uribe Vélez. Durante sus ocho años de mandato
el ex mandatario antioqueño impulsó medidas que favorecieron el crecimiento de
las grandes empresas. Además una de sus banderas de gobierno fueron la
confianza inversionista y la firme del Tratado de Libre Comercio con los
Estados Unidos. Fue así como su gobierno
recibió el guiño de los medios masivos de Comunicación e incluso Alejandro
Santos, director de la influyente revista Semana, manifestó su simpatía hacia
él. El ex presidente Uribe se convirtió en una vedette de los medios que se
encargaron de mostrar sus logros –los cuales nadie puede desconocer, sobre todo
en materia de seguridad- a la par que circunscribían a espacios marginales los
escándalos y cuestionamientos que envolvieron su mandato.
Otro factor que sin duda propicia la censura en Colombia es
el miedo. Grupos criminales como las FARC, el ELN, las bacrim, los
paramilitares, bandas del narcotráfico y, desafortunadamente, algunos agentes
del mismo Estado amedrentan y ejercen violencia contra los comunicadores para
aplicarles una mordaza y evitar que denuncien sus tropelías.
Es así como los mismos medios se silencian a sí mismos para
no tocar temas sensibles que afecten un status quo que les es favorable o por
simple temor. En conclusión puedo decir que todos los que estudiamos periodismo
lo hicimos con la ilusión de ejercer nuestra carrera de manera independiente,
valiente y sin ataduras que obstaculizaran nuestra profesión. Soñamos con ser
periodistas críticos, analíticos que denuncien y que no se prosternen ante los
grandes poderes políticos y económicos. No obstante la realidad suele ser muy
distinta.
Un remedio para contrarrestar la
autocensura consistiría en que los grandes medios hicieran un acto de
contrición y se comprometieran a darle un tratamiento más equilibrado a la información.
También es importante que surjan medios alternativos que no respondan a
intereses netamente mercantilistas y, por último, es fundamental que el Estado
garantice la seguridad de los comunicadores.
Censura no, moderación sí
Queda claro que a mi parecer no
debe existir censura de ninguna especie y considero maravilloso que hoy se
pueda tener acceso casi que ilimitado a la información gracias a internet. También miro con simpatía fenómenos
como el de Anonimous y Wikileaks, dos organizaciones que han revelado oscuros
secretos de los grandes poderes en el mundo. De alguna manera estos fenómenos
favorecen una democratización del acceso a la información. No obstante si
considero que debe haber moderación por parte de quienes difunden estas
informaciones. Hoy en día cualquier puede fungir de comunicador sin ningún
control lo que le permite difundir noticias falaces o malintencionadas. Quienes
transmiten la información deben esmerarse en ser exhaustivos en cuanto a
verificar la veracidad de sus noticias y no limitarse a propalar rumores sin
fundamento que puedan destruir honras o afectar negativamente a las personas o
a la sociedad.
También debe haber instancias
capaces de ejercer controles hacia aquellos que convierten los medios de comunicación
en tribunas para la chabacanería, el doble sentido, la ridiculización de las
personas o la propagación de noticias mendaces que sólo favorecen los intereses
de algunas personas que mueven los hilos de estos mismos medios. Eso sucede
muchos sobre todo en medios radiales y juveniles que hacen apología a la
vulgaridad, o con ciertos periodistas sin ética que convierten su profesión en
una herramienta para hacer proselitismo político a cambio de prebendas y
favores.