sábado, 12 de octubre de 2013

ANÁLISIS DE 'EL POLÍTICO' DE PLATÓN

En la primera parte del diálogo intitulado ‘El Político’ Platón intenta construir una definición de lo que es la política y producto de dicho esfuerzo concluye que ésta –a la que confiere el título de “arte real”- es una ciencia de naturaleza cognoscitiva. Para el autor es preciso dividir en dos ramas esa ciencia cognoscitiva.

Con el objeto de efectuar esta división el autor acude al ejemplo del arte de calcular cuya función no es otra que la de juzgar lo que él conoce, en contraposición de la ciencia ejercida por los arquitectos quienes no se limitan a emitir sus juicios, sino que “debe(n) continuar dando las directivas apropiadas a cada uno de los obreros, hasta tanto ellos hayan cumplido la labor que se les ordenó”[1]. Al primer tipo de ciencia la denomina crítica y a la segunda, directiva. La política pertenece, según Platón, a esta segunda categoría.

El autor, a través del diálogo sostenido por el Extranjero y el Joven Sócrates, continúa aproximándose a la definición de político dividiendo en pares cada uno de los conceptos que salen a flote durante su disertación; es así como divide la ciencia directiva entre aquella ejecutada por los “heraldos” y quienes se limitan a impartir directivas ajenas, y la calificada como autodirectiva que es la que realmente corresponde a quienes ejercen el arte real, es decir los auténticos gobernantes.   

El proceso continúa y así Platón señala que el arte real está orientado a dirigir a seres vivos. En esta instancia es cuando aparece un concepto fundamental para la primera etapa de la lectura: el de crianza, que se divide entre crianza individual y crianza colectiva. Por supuesto que Platón pone de manifiesto cuál de estos dos tipos de crianza es inherente al arte real: “Pero claro está –dice el autor- que en el político no podemos descubrir un individuo dedicado a la crianza individual, a la manera de quien cuida de un solo buey o ejercita su único caballo, sino que más se asemeja a un pastor de caballos o de bueyes”[2]

Este concepto del político como hombre dedicado a la crianza colectiva de otros hombres se torna conflictivo cuando Platón, en boca de El Extranjero, manifiesta que hay muchas artes que le disputan a ese político la potestad de criar al rebaño humano. El problema entonces radica en apartar del político “a cuantos se agitan en su derredor y le disputan el arte de apacentar” esto con el objeto de presentarlo a él “en su pureza…”[3].

Para enmendar el error en el que se cayó al dar una definición incompleta del arte real, Platón apela a un extenso mito que recrea un mundo bajo la tutela de un Dios que prodiga a los seres humanos todo cuanto necesiten para subsistir sin que éstos deban hacer ningún esfuerzo. Pero esa deidad finalmente decide abandonar a su suerte aquel mundo obligándolo a gobernar por sí solo a las criaturas que en él habitan; el mundo entonces se convierte en un caos en donde los seres humanos se ven obligados a luchar arduamente para conseguir qué comer, cómo sobrevivir.

Dicho mito, en concepto del autor, revela las deficiencias de la definición de político como pastor que cría la colectividad de seres humanos, ya que ésta se asimila con la idea de pastor divino de la primera fase del mito, cuando en realidad los “políticos actuales son mucho más semejantes por su naturaleza a los hombres por ellos gobernados y que la cultura y la educación de la que tienen parte se aproximan mucho más a las de sus gobernados”[4]. En procura de revertir esta equivocación Platón propone acudir a la idea de cuidado y no a la de crianza  cuando se hace referencia al arte político. En conclusión, el mito sirve para rectificar o mejor desandar un camino quizás equivocado o impreciso que el autor había tomado para explicar la naturaleza del arte real.

Después de hecha esta rectificación para el autor se vuelve imprescindible recurrir a un modelo que sirva para explicar qué es y cómo se explica el arte político. La pertinencia de la adopción de un determinado modelo se explica en el siguiente párrafo: “…¿para nada desentonaríamos ni tú ni yo –dice el extranjero-, si comenzáramos tratando de ver en un modelo particular la naturaleza del modelo en general y, a continuación, trasladando a la forma del rey, que es la más importante, la misma forma que hallamos en cosas menores, nos propusiéramos, mediante un modelo, conocer metódicamente en qué consiste la atención de los asuntos de la ciudad, para que el sueño se vuelva vigilia?”[5]

Este fragmento de la lectura yo lo interpretó de la siguiente manera: el arte de tejer guarda similitudes con el arte político, o al menos se pueden comparar de manera metafórica; es decir que un arte relativamente conocido y fácil de comprender como el de confeccionar tejidos serviría de ejemplo para explicar una ciencia mucha más abstracta y aparentemente más compleja como lo es la política. Tal modelo podría parangonarse con las parábolas de Jesucristo, relatos que apelando a sucesos propios de la cotidianidad de las personas a quienes iban dirigidos trataban de explicar cuestiones de naturaleza divina o religiosa.

Luego de elegido el arte de tejer, el autor procede a dividirlo por pares tal y como lo ha hecho a lo largo del texto para identificar aquellas características que realmente lo diferencian de cualquier otro tipo de arte que dispute su labor. En este proceso se identifican “dos artes referidas a todo cuanto se hace (…) uno que es concausa de la producción y otro que es causa del mismo”[6]. En el caso del arte de tejer, las concausas serían aquellas que proveen las lanzaderas y demás instrumentos destinados a la confección de las vestimentas. Las causas, por su parte, abarcarían a la acción de fabricarlas como tal.

Posteriormente Platón extrapola el ejemplo de las concausas y causas al arte político: “…a todas aquellas artes que fabrican algún instrumento, pequeño o grande, referido a la ciudad, se las tendrá por concausas: sin ellas jamás podrá existir ni ciudad ni política; sin embargo, a ninguna de ellas la consideraremos jamás función del arte real”, dice[7]. Vale la pena destacar que en lo referido a la producción de las vestimentas,  las concausas son un arte “disociador” (cardar, hilar), mientras que el arte de tejer es de naturaleza asociativa ya que su función es entrelazar dos hilos para crear una unidad que proteja al cuerpo de la intemperie. Es decir, en mi concepto, que la política es un arte que asocia diversos elementos de la ciudad para procurar su protección y bienestar tal y como se explica más adelante en el texto.

A continuación en el texto se expone que el único régimen real es el del rey que, poseyendo el arte real, imparte directivas justas y convenientes que propenden por el bienestar, el cuidado y el mejoramiento del rebaño bajo su dominio, sin importar si estas directivas son aceptadas voluntariamente o impuestas forzosamente, o si se ajustan o no a códigos y leyes ya existentes.

Los otros regímenes políticos serían simples imitaciones de aquel régimen ideal, réplicas que necesariamente deberán ceñirse a un código escrito para prevenir que sus gobernantes tomen decisiones perjudiciales o inconvenientes para el bienestar de sus gobernados. Al aplicar este esquema al gobierno de los ricos, se llamará aristocracia cuando se adhiera a normas escritas y a las costumbres tradicionales; si hace caso omiso a las leyes se le denominará oligarquía.

Platón, refiriéndose a la monarquía, dice: “si gobierna un único individuo que se halla en verdadera posesión de la ciencia, se le aplicara, en todos los casos, el mismo nombre de ‘rey’ y ningún otro”. En el caso contrario, cuando se haga referencia a “un único gobernante que no actúa ni conforme a las leyes ni según costumbres, pero pretende, a la manera de quien posee un arte, que debe realizarse lo mejor, aun cuando sea contra la letra escrita, siendo la concupiscencia y la ignorancia guías de esta imitación”, se le llamará tirano[8].

Así Platón rectifica una definición de tirano que había enunciada en páginas anteriores del texto. Debemos retroceder hasta el momento del diálogo en el que El Extranjero decide cambiar la noción de “crianza” del rebaño que realiza el político, por la de “cuidado”.  Este cuidado, según el autor, puede ser compulsivo o voluntario. Quien posee el arte real nunca pondría en práctica ese arte compulsivamente, es decir, imponiendo sus directivas por encima de la voluntad de los gobernados. “Cuando recurre a la compulsión llamamos ‘tiránico’ al arte de brindar cuidados”[9], afirma Platón. Sin embargo este autor posteriormente especifica que un gobierno tiránico no se define en razón de la imposición de sus decisiones, sino más bien de que éstas se alejen de los códigos escritos y las costumbres, y además busquen resultados contrarios al bienestar y protección de los gobernados.

Sobre la valentía y la sensatez
Nos acercamos al final del texto y encontramos que el autor incorpora tres conceptos que guardan afinidad con la ciencia política: la oratoria, la estrategia y la jurisprudencia. A la primera Platón la considera “la competencia propia del político”[10]. Sobre la segunda, el autor manifiesta que el “amo y señor” del arte bélico en su conjunto es el arte real. Sin embargo sobre la jurisprudencia señala que ésta no es función real; el político es entonces un guardián de las leyes y “está al servicio de esta función”[11]. En honor a la verdad debo decir que este punto no me quedó del todo claro ya que según el mismo texto el régimen perfecto es aquel cuyo gobernante –el filósofo rey- posee la experticia suficiente para “elaborar”, cuando la situación lo amerita, normas que se ajusten y sirvan para solucionar problemas muy específicos que surjan en el seno de las ciudades, cuando las preexistentes resulten ineficaces para enfrentar dichos conflictos.

Ya para terminar es preciso traer a colación cuáles son los elementos de los que se sirve el político para confeccionar “el más magnífico y excelso de todos los tejidos”, tal y como está señalado al final del texto. Para esclarecer esta cuestión es preciso decir que existen dos partes antagónicas de la virtud: la sensatez y la valentía. Estas dos cualidades en su justa medida son dignas de encomio, pero cuando rayan en la exageración se convierten en peligrosos defectos sobre todo en lo referente a la ciudad y los peligros que la rodean. Aquellos habitantes de la ciudad que son en extremo sensatos corren el riesgo, según Platón,  de perder “toda aptitud para la guerra, crean en la juventud idéntica disposición y están siempre a merced de sus agresores, razón por la cual no hace falta que pasen muchos años para que tanto ellos como sus hijos y la ciudad toda, a menudo sin darse cuenta, se vuelvan de libres, esclavos”[12].

Por otro lado los excesivamente valientes “están siempre urgiendo a sus ciudades a entrar en alguna guerra (…) y exponiéndola a enemistad con muchos y poderosos oponentes, acaban por destruirla íntegramente…”[13]. Ahora bien, ante semejante situación Platón plantea que el arte real combina y entrelaza a quienes tengan inclinaciones por la sensatez o por la valentía tal y como lo hace el tejedor con la urdimbre y la trama; aquellos con carácter propenso a la valentía serían el equivalente a la primera, mientras que aquellos inclinados hacia la sensatez se asimilarían a la segunda.

Pero antes de continuar es fundamental recordar el papel que para Platón desempeña la educación en el entrelazamiento de la trama (sensatez) y urdimbre (valentía). No se debe pensar que cualquiera es digno de poder convertirse en una persona digna de pertenecer al régimen real. El arte real “no permitirá a quienes por ley educan y crían, ejercitar a sus pupilos sino en aquellos con cuya realización se logre algún carácter que sea conveniente para la mezcla que es su obra (…) a quienes son incapaces de participar de un carácter valiente y sensato y de todo cuanto tienda a la virtud, y que, por el contrario, debido a la fuerza de su mala naturaleza son arrastrados a la impiedad, a la desmesura y a la injusticia, los elimina con la muerte o el exilio o los castiga con las penas más infamantes”[14].

Ese fragmento de la lectura yo lo interpreto de la siguiente manera: sólo aquellos que tengan una propensión natural hacia la virtud (manifestada en forma de sensatez o valentía) pueden ser acreedores de una educación que potencialice esa condición y los convierta en personas aptas para hacer parte de los hilos que componen el tejido que envuelve y protege a la ciudad.
Además de esta educación, al final de la lectura se plantea otra estrategia para hacer más sólida esa mezcla entre caracteres mesurados y aquellos osados: consiste en la promoción de enlaces matrimoniales entre personas con inclinaciones antagónicas, es decir, entre sensatos y valientes, ya que “la valentía, si se ha reproducido en muchas generaciones sin mezcla con una índole sensata (…) acaba, al fin, en una abundante floración de locuras”. Entre tanto, “el alma saturada de modestia y sin mezcla con la audacia valiente, si así se reproduce por muchas generaciones, naturalmente se va abastardando más de lo oportuno y acaba, por fin, por arruinarse completamente”[15].

                                                                                                                    





[1] Platón, “Político” en Diálogos, traducción María Isabel Santa Cruz, Editorial Gredos S.A, Madrid, 1992, pág. 506
[2] Op. Cit. Pág. 509
[3] Op. Cit. Pág. 524
[4] Op. Cit. Pág. 540
[5] Op. Cit. Pág. 548
[6] Op. Cit. Pág. 554
[7] Op. Cit. Pág. 568
[8] Op. Cit. Pág. 596
[9] Op. Cit. Pág. 544
[10] Op. CIt. Pág. 604
[11] Op. Cit. Pág. 605
[12] Op. Cit. Pág. 610
[13] Ibídem
[14] Op. Cit. Pág. 612
[15] Op. Cit. Pág. 615

martes, 8 de octubre de 2013

(SOBRE) VIVIR EN CALI

Si usted es patán, arrogante, le importa un pito el bienestar de los otros, y es bulloso y pendenciero, se sentirá a sus anchas en una ciudad como Cali. No le importará ver cómo alguien arroja a la calle el empaque de cualquier alimento, sólo porque le dio pereza guardárselo en el bolsillo para deshacerse de él en su casa. Tampoco le importará ver la ciudad inundada de toneladas de basura. Mientras usted esté limpio la suciedad del exterior no importa; además tarde o temprano tendrá que pasar el carro recolector de desperdicios.

Es probable que para usted no suponga ningún problema toparse en un parque con un sujeto malencarado que saca a pasear a un rabioso pitbull sin collar  y sin correa, con la única intención de aparentar más hombría de la que realmente tiene. Menos sufrirá si el individuo en cuestión voltea para otro lado mientras su chandita defeca en cualquier sitio, sin afanarse por recoger esos excrementos. Que los demás se las arreglan para caminar haciendo equilibrios sólo con el fin de no embadurnar sus zapatos con esa mierda.

Seguro para usted no representará mayor lío abordar el MÍO y observar a hombres jóvenes arrellanados en los puestos azules destinados a ancianos, discapacitados y embarazadas. Tampoco tendrá inconveniente en tener de vecino a un manteco oyendo a todo volumen reggaetón en su celular o en  cualquier radio viejo.

Si por casualidad tiene que viajar en un bus tradicional, no tendrá inconveniente en escuchar las clasudas emisoras que le gustan a los choferes y sus ayudantes: Guarralímpica Estéreo, Radio Uno, etc., todas caracterizadas por sus locutores vulgares y horteros que hacen gala de un humor de letrina.

Menos va a sufrir por tener de vecinos a lunáticos que cada ocho días hacen fiesta hasta altas horas de la  madrugada, o por vivir cerca de una cantina disfrazada de tienda desde la que surgen los destemplados y vomitivos cánticos de los ‘líricos’ de la música popular. Al fin y al cabo el caleño es alegre por naturaleza.

Tampoco lamentará el  no poder caminar a sus anchas por un  barrio del oriente de Cali por temor a cruzar una frontera invisible y ganarse una puñalada o un balazo descerrajado por un pandillero desquiciado.

No le importará tampoco el abrumador desempleo que asfixia esta ciudad, ni el hecho de que tantos infelices deban vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario exiguo, teniendo que aguantar además largas jornadas, dominicales y horas extras no pagados, rabietas y madrazos de los jefes y el hecho de desempeñarse en una labor en la que no crecen personal, ni intelectualmente.

Menos le va a importar vivir en una ciudad y un país en donde sólo progresan los hijos de ricos, los traquetos y narcos, y las prostitutas; donde a una ‘chica águila’ le pagan por el simple hecho de ser bonita y exhibir sus piernas, culos y tetas.

Tampoco será de su incumbencia el creciente desplazamiento de miserables que a falta de un Estado que procure su bienestar, invaden cuanto recoveco encuentran en los cerros de la ciudad para instalar sus ranchos en los que malviven.

¿A usted eso qué le va a importar? Pero si eso sí le importa y le duele, de verdad lo siento por usted, pues no le toca  vivir en Cali, le toca sobrevivir.