Si usted es patán,
arrogante, le importa un pito el bienestar de los otros, y es bulloso y
pendenciero, se sentirá a sus anchas en una ciudad como Cali. No le importará
ver cómo alguien arroja a la calle el empaque de cualquier alimento, sólo
porque le dio pereza guardárselo en el bolsillo para deshacerse de él en su
casa. Tampoco le importará ver la ciudad inundada de toneladas de basura. Mientras
usted esté limpio la suciedad del exterior no importa; además tarde o temprano
tendrá que pasar el carro recolector de desperdicios.
Es probable que para usted
no suponga ningún problema toparse en un parque con un sujeto malencarado que
saca a pasear a un rabioso pitbull sin collar
y sin correa, con la única intención de aparentar más hombría de la que
realmente tiene. Menos sufrirá si el individuo en cuestión voltea para otro
lado mientras su chandita defeca en cualquier sitio, sin afanarse por recoger
esos excrementos. Que los demás se las arreglan para caminar haciendo
equilibrios sólo con el fin de no embadurnar sus zapatos con esa mierda.
Seguro para usted no
representará mayor lío abordar el MÍO y observar a hombres jóvenes arrellanados
en los puestos azules destinados a ancianos, discapacitados y embarazadas.
Tampoco tendrá inconveniente en tener de vecino a un manteco oyendo a todo
volumen reggaetón en su celular o en
cualquier radio viejo.
Si por casualidad tiene que
viajar en un bus tradicional, no tendrá inconveniente en escuchar las clasudas
emisoras que le gustan a los choferes y sus ayudantes: Guarralímpica Estéreo,
Radio Uno, etc., todas caracterizadas por sus locutores vulgares y horteros que
hacen gala de un humor de letrina.
Menos va a sufrir por tener
de vecinos a lunáticos que cada ocho días hacen fiesta hasta altas horas de
la madrugada, o por vivir cerca de una
cantina disfrazada de tienda desde la que surgen los destemplados y vomitivos
cánticos de los ‘líricos’ de la música popular. Al fin y al cabo el caleño es
alegre por naturaleza.
Tampoco lamentará el no poder caminar a sus anchas por un barrio del oriente de Cali por temor a cruzar
una frontera invisible y ganarse una puñalada o un balazo descerrajado por un
pandillero desquiciado.
No le importará tampoco el
abrumador desempleo que asfixia esta ciudad, ni el hecho de que tantos infelices
deban vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario exiguo, teniendo que
aguantar además largas jornadas, dominicales y horas extras no pagados,
rabietas y madrazos de los jefes y el hecho de desempeñarse en una labor en la
que no crecen personal, ni intelectualmente.
Menos le va a importar vivir
en una ciudad y un país en donde sólo progresan los hijos de ricos, los
traquetos y narcos, y las prostitutas; donde a una ‘chica águila’ le pagan por
el simple hecho de ser bonita y exhibir sus piernas, culos y tetas.
Tampoco será de su
incumbencia el creciente desplazamiento de miserables que a falta de un Estado
que procure su bienestar, invaden cuanto recoveco encuentran en los cerros de
la ciudad para instalar sus ranchos en los que malviven.
¿A usted eso qué le va a
importar? Pero si eso sí le importa y le duele, de verdad lo siento por usted,
pues no le toca vivir en Cali, le toca
sobrevivir.
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