martes, 20 de octubre de 2020

LA HISTORIA SIN NOMBRE PARTE 1

Vivir en el barrio Pueblo Viejo obligaba a tener que habituarse a observar desde las ventanas a malandros vendiendo y consumiendo droga, energúmenos dirimiendo sus diferencias a punta de machete, casos de violencia intrafamiliar y peleas de diversa índole. También había que acostumbrar el oído a escuchar a todo volumen música sencillamente vomitiva y que perturbaba cualquier alma noble. Eso era lo que a diario debía soportar Carolina Correa, una costurera, que por cosas de la (¿falta?) de suerte había recalado en ese tugurio repulsivo. Allí día a día había luchado para sacar adelante a sus tres hijos: Violeta, la mayor, Helena, la de la mitad, y Octavio, el menor quien por cuenta de la violencia del barrio estaba condenado a movilizarse en una silla de ruedas.

- Algún día, Helena. Le juró que algún día tenemos que salir de este asqueroso hueco.
- Otra vez con lo mismo, hermanita. 
- ¿Y mi mamá dónde está?
- Salió a entregarle unas cortinas a doña María.
- Me da tanto malgenio ver a mi mamá matándose para ganar cuatro pesos. Yo no quiero ese destino para mí.
- No debemos ser desagradecidos. Por ese trabajo tan modesto  de mi mamá es que hemos podido salir adelante.

La abnegada Helena con sus ademanes y gestos hacía énfasis en que al tratar de "modesto" el oficio de su progenitora lo hacía en sentido irónico, pues a fin de cuentas era una labor tan respetable como cualquiera. En ese instante ingresó a la sala, lugar donde tenía lugar la charla de las dos hermanas, Octavio con el interés de unirse a la conversación. Lo hizo maniobrando con gran destreza su desvencijada silla de ruedas.

- ¿Y qué se supone que se va a poner a hacer? ¿Se va a poner a prepaguear? -le preguntó con marcado desparpajo el muchacho a su hermana mayor.
- ¿Por qué no? Atributos no me faltan. Yo no tengo nada que envidiarle a varios gurres de aquí del barrio que se dedican a eso.
- ¡No diga eso ni en broma, Violeta! -interrumpió la cándida Helena.

Violeta no mentía. Sabía que contaba con la belleza y las curvas suficientes para triunfar vendiendo su cuerpo o como modelo de web cam. 

- Este par de tetas me tienen que servir de algo. Capaz y me levantó a un traqueto tapado en plata.
- Usted ha visto demasiadas telenovelas. Mire que dedicarse a eso no es tan fácil como lo muestran en televisión -anotó Octavio.
- La vida es tan injusta -suspiró Violeta mientras se arrellaba en una vieja silla-. A unos la vida les ha dado tanto y a otros nos ha dado tan poco. Miren a mi tío Miguel y a nuestros primitos, todos dediparados, mirando a todo el mundo por encima del hombre.
- En la vida hay que aprender a resignarse y aceptar que unos nacieron con estrella y otros nacimos estrellados- opinó Helena.

Miguel era medio hermano de Carolina. Era dueño de varios restaurantes que le habían ayudado acumular una fortuna considerable. Vivía con Melissa, su mujer, y dos hijos: Esteban y María Valentina.

- ¿Dónde está Esteban? -le preguntó Miguel a su esposa.
- Me imagino que en su cuarto.
- Durmiendo supongo. Son las dos de la tarde y ese muchacho pegado de las cobijas como siempre.
- No vayan a pelear otra vez, ¡por favor!
- Esta situación la tenemos que solucionar de una vez por todas. Yo no le voy a alcahuetear más la vagancia a ese muchacho. Ya se ha cambiado tres veces de carrera y yo sinceramente no le veo ningún futuro. Necesito que lo llames y de paso llama a Valentina también.

La reunión se llevó a cabo en el despacho de Miguel. Esteban arribó al recinto asumiendo la misma actitud negligente y despreocupada que tanto enervaba a su padre.

- Papá, yo no estoy de ánimo para cantaletas.
- No te preocupes que lo de hoy no es una cantaleta, sino un ultimátum. Yo no voy a seguir acolitándote la vagancia y la pereza. Si quieres seguir estudiando lo vas a tener que hacer en una universidad pública.
- ¡¿Qué?! -preguntó Esteban visiblemente sorprendido.
- Lo estarás diciendo en broma -afirmó Melisa.
- Ninguna broma. Yo no voy a pagar más millonadas en universidades privadas. Si este zángano quiere seguir estudiando que lo haga en una universidad pública. Me imagino que con el puntaje que sacó en las pruebas de Estado lo admitirán en cualquier carrera.
- ¡Por Dios, esas universidades están llenas de comunistas!- se quejó furiosa la madre.
- ¡¿Papá, tú a ti me ves mezclándome con piojosos y pobretones?!
- Pueden revirar, pueden protestar, pero la decisión está tomada y no hay marcha atrás.