miércoles, 6 de enero de 2016

LA BASTARDA PARTE 26

MIÉRCOLES 20 DE MAYO

_ ¿Y esperanza nada que baja? Yo ya voy de salida para la clínica -preguntó Yolanda.
_ Tía, por favor, espéreme. Me quede dormida. Apenas me estoy terminando de agarra -le contestó Esperanza desde las escaleras de la casa. Acababa de salir de la ducha y tan solo una toalla cubría su cuerpo. Horacio no le quitaba la mirada de encima.
_ Lo siento mucho, pero ya se me hizo tarde. Nos vemos en la clínica.
_ Está bien tía. Allá nos vemos.

Horacio salió a trabajar al poco tiempo, así que Esperanza se quedo sola en casa. El hombre había caminado unas cuadras cuando se percató de que había olvidado unos exámenes que debía entregar ya calificados a sus estudiantes. Decidió devolverse. Entró a la casa con sigilo y notó que la sobrina de su mujer aún estaba en casa. Impelido por el morbo subió con sigilo hacia el segundo piso, se aproximó a la habitación de Esperanza y aprovechando que la puerta estaba entreabierta decidió espiar a la muchacha. Sus ojos se llenaron de lascivia cuando contemparon la espalda desnuda de la joven quien confiando en la supuesta soledad de la casa, terminaba de vestirse sin ningún pudor. Horacio resolvió marcharse antes que de Esperanza notara su presencia.

Mientras tanto Yolanda, ya en la clínica, sostenía la que quizás era su última conversación con su muribunda madre.

_ ¿Cómo están las cosas en la casa? -indagó la deshauciada vieja.
_ Igual Mamá. No han habido novedades.
_ ¿Y esperanza cómo está?
_ Ya debe estar en camino. Íbamos a venir juntas, pero le cogió la noche.
_ Yolanda, usted sabe que yo tengo los días contados. Quiero aprovechar que estamos solas para hablar con usted.
_ ¿De qué mamá? Déjeme adivinar: de Esperanza.
_ Sí.
_ ¿Qué pasa con ella?
_ Yo sé bien que usted a ella nunca la ha querido... -dijo la anciana e hizo una pausa para toser- ...pero quiero que me jure que después de que yo me muera usted no le va a hacer la vida imposible a esa pobre niña.

Yolanda guardó silencio ante esa petición.

_ Júremelo Yolanda. Yo tengo tanto miedo de que usted se ensañe con esa niña apenas yo no esté aquí- insistió la vieja Alicia.

Eran las ocho de la mañana y Ebelia ya alistaba todo para abrir la peluquería. Su hija María Berenice la acompañaba en garage de la casa el cual habían adecuado como local donde funcionaba el negocio.

_ ¿Y cómo seguirá doña Alicia?- preguntó Ebelia.
_ Mal. Los médicos no dan mayores esperanzas.
_ Pobre Esperanza. No me imagino que será de su vida cuando falte su abuelita.
_ Yo creo que todos pensamos en lo mismo. Es obvio que la bruja de la tía le va a convertir la vida en un infierno.
_ No hable así de esa pobre mujer.
_ Mamá, ¿usted por qué la otra vez dijo que esa señora tenía razones de peso para odiar a Esperanza.
_ Yo nunca he dicho eso.
_ Sí lo dijo mamá. ¿Usted qué es lo que sabe? Cuénteme.
_ Yo no sé nada.
_ Yo no sé por qué tanto misterio  con el pasado de Esperanza. El mismo misterio que tienen usted y mi abuela sobre el tema de mi papá. Mamá, ¿por qué mi papá no vivió con nosotros ni se casó con usted? ¿Y por qué nosotros no tenemos ningún vínculo con la familia de mi papá?
_ Ningún misterio. Su papá y yo no nos entendimos y por eso nunca vivimos juntos. Y al poco tiempo de usted nacer él falleció en ese accidente.
_ ¿Y la familia de mi papá? Él no tuvo papás, hermanos, primos...

Ebelia interrumpió lo que estaba haciendo y miró a su hija fijamente.

_ ¿Es que acaso su abuela y yo no le hemos bastado como familia? ¿No le hemos dado todo el amor del mundo como para que usted ahora esté reclamando conocer a su familia paterna?
_ ¿Y qué tiene de malo? ¿Acaso la familia de mi papá son un montón de delincuentes, leprosos, asesinos? ¿Cuál es el problema en que quiera conocerlos?
_ ¿Quiere saber la verdad? Está bien. Su abuela, la mamá de su papá, pertenecía a una de las familias más pudientes de este pueblo y nunca estuvo de acuerdo con la relación entre su papá y yo. Siempre nos hizo la vida imposible, eso sin contar que era una señora totalmente racista. Usted no se imagina la manera en que nos humillaba a su abuela y a mí.
_ ¿Y esa señora todavía vive?
_ No sé. No volví a saber nada de ella.

Prudencia Esguerra todavía vivía, enferma y achacosa, pero vivía. Tras la muerte de su hijo Eduardo sólo le quedaba un pariente cercano: su sobrino Oliverio Esguerra a quien continuamente visitaba como lo estaba haciendo aquella mañana.

_ ¿Y cómo están las cosas Oliverio? -preguntó la mujer arrellanada en una vieja silla y sosteniendo una taza de café con su mano izquierda.
_ Bien tía, muy bien.
_ Si vio el escándalo que se formó con la muerte de ese cura.
_ Sí. Algo he oído.
_ Todo el mundo piensa que usted está detrás de ese crimen.
_ ¿Y usted qué piensa tia? ¿Coincide con "todo el mundo"?
_ Yo ya no sé qué pensar. Desde que usted decidió dedicarse a ese negocio, perdió todos los escrúpulos... Pero no, no se lo digo por juzgarlo ni recriminarlo. Sólo me causa curiosidad que el heredero del hombre más rico de este pueblo haya decidido meterse en esa clase de negocios turbios, por llamarlos de alguna manera.
_ Los hombres somos ambiciosos por naturaleza. Cuando uno tiene poder quiere acumular todavía más poder.
_ No lo critico. Usted verá como hace sus cosas. Sólo le recomiendo que anda con mucha cautela. Esos negocios en los que usted anda metido son muy peligrosos.
_ Eso lo tengo perfectamente claro tía.
_ ¿Y usted no piensa que la muerte de ese cura puede atraer más atención de la que conviene hacia este pueblo? Mire que hasta los medios nacionales reseñaron la muerte de ese curita.



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