miércoles, 3 de febrero de 2016

LA BASTARDA PARTE 36

DOMINGO 7 DE JUNIO

A pesar de la terrible resaca que las agobiaba, aquel domingo Esperanza y María Berenice madrugaron, la una a arreglar la cocina y la otra a comprar pan para el desayuno. Aprovechando la ausencia temporal de María Berenice Ebelia le pidió a Esperanza que hablaran a solas en la sala.

_ Dígame doña Ebelia.
_ Esperanza, a mí me da mucha pena decirle esto, pero usted no puede seguir viviendo en esta casa.
_ ¿Por qué? ¿Qué pasó?
_ Yo oí lo que ustedes estaban hablando anoche cuando llegaron de esa fiesta... Mire, yo siento que mi hija está confundida y para que pueda aclarar las cosas yo creo que lo mejor es que usted no continúe viviendo aquí.
_ Yo entiendo. No se preocupe doña Ebelia que ahora mismo empaco mis cosas y me voy -aseguró Esperanza con un cierto dejo de molestia en su voz.

Esperanza se dirigió a la alcoba de María Berenice para empacar sus cosas y preparar su marcha. En ese momento llegó la joven Morena.

_ ¿Qué está haciendo Esperanza?
_ Empacando. Hoy me voy de aquí.
_ ¿Pero por qué se va a ir?

Esperanza interrumpió lo que estaba haciendo para darle una excusa que sonara creíble a su amiga.

_ Mire María, yo llevo casi una semana viviendo aquí y ya me parece una falta de respeto con su mamá y su abuela. Ellas no tienen que seguir cargando con una arrimada en esta casa. Ustedes me tendieron la mano cuando más lo necesitaba, pero ya me parece un descaro seguir viviendo aquí. No quiero que piensen que soy una aprovechada.
_ Aquí nadie piensa eso. Y me parece muy raro que haya tomado esa decisión de un momento a otro... Esperanza, ¿usted se va por lo que le dije anoche?
_ Usted anoche estaba muy tomada. No sabía lo que decía. Lo mejor es olvidemos todo eso.
_ Yo estaba muy conciente de lo que le dije anoche. Yo le dije toda la verdad, todo lo que siento en mi corazón. Pero ya veo que usted no me entiende, ni me va a corresponder. Así que no la voy a detener. Si se quiere ir bien pueda.

Dicho eso, la impulsiva morena abandonó su habitación. Esperanza le pidió que no se fuera, que la escuchara, pero sus súplica no fueron atendidas. Finalmente la joven descendió al primer piso con todo su equipaje a cuestas y se despidió de Ebelia y Berenice.

_ ¿Pero cómo así que se va mija? ¿Por qué?- preguntó Berenice.
_ Ustedes han sido muy buenas conmigo. Me ayudaron cuando más lo necesitaba y eso nunca se los voy a terminar de agradecer. Pero yo tampoco me puedo quedar a vivir aquí para siempre. Sería muy conchudo de mi parte- contestó la joven.
_ ¿Pero a dónde se va a ir mija? Usted para nosotros no es ninguna carga -insistió Berenice.
_ No se preocupe Doña Berenice que yo tengo unos ahorros que me dejó mi abuela y que me van a servir para sobrevivir unos meses mientras consigo trabajo. De todas maneras yo les agradezco mucho todo lo que hicieron. Dios las va a recompensar por toda su bondad.

De esa manera Esperanza se despidió de las mujeres que le dieron cobijo durante varios días.

_ Me parece muy raro que a esa niña le haya dado por irse de un momento a otro -opinó Berenice mientras preparaba el almuerzo.
_ Yo le pedí que se fuera mamá.
_ ¿Y por qué?
_ Anoche las escuche hablando a ella y maría berenice cuando llegaron de esa maldita fiesta. María le confesó a esa niña que estaba enamorada de ella.
_ ¡¿Qué?! Eso no puede ser. Usted debió escuchar mal. Como se le ocurre que mi nieta va a salir con esas cosas -replicó Berenice sin ocultar su estupor.
_ Ojalá hubiera escuchado mal, pero no. Yo creo que María está muy confundida. Está confundiendo el cariño y afecto que le tiene a esa niña con otra cosa... de cualquier manera lo mejor es que esa niña no siguiera viviendo aquí.

Berenice no dejaba de mirar a su hija con ojos llenos de terror y asombro. Mientras tanto en la casa vecina Yolanda y sus hijos se aprestaban a tomar el almuerzo.

_ ¿Y cuándo va a regresar mi papá a esta casa? -preguntó Martina.
_ Yo creo que lo mejor es que ustedes dos se hagan a la idea de que ese hombre no va a volver a esta casa. Yo me voy a separar de él- contestó Yolanda.
_ ¡¿Y por qué mamá?! ¡Es nuestro papá! Todo esto es por culpa de esa infeliz de Esperanza. La odio... Yo no puedo creer que por culpa de esa usted nos vaya a dejar sin papá -se quejó la niña.
_ él siempre va a ser su papá. El hecho de que nos separemos no le va a quitar ese derecho.
_ Mamá, usted tiene que perdonar a mi papá. La culpa de todo la tuvo Esperanza. Esa es una mosca muerta -insistió Martina.
_ Lo siento mucho, pero la decisión está tomada.

Martina se levantó de la mesa y se encerró en su habitación. Esperanza, por su parte, abordó un bus que la dejara en el Centro del pueblo donde se suponía estaban los hoteles más baratos. Antes de buscar dónde hospedarse retiró en un cajero algo de dinero del que le heredó su abuela, y temiendo que alguien pudiera hurtárselo lo escondió en su sostén. Luego se aventuró a caminar por las solitarias calles del centro del pueblo cuando de repente fue interceptada por un amigo de lo ajeno que la despojó de todas sus pertenencias. Presa de la ira y la frustración buscó la ayuda de María Berenice, pero ésta no contestó el celular. A la joven no le quedó más remedio que pagar una habitación con el dinero que ocultó en su pecho y esperar a que fuera lunes para interponer la respectiva denuncia y, de paso, pensar que haría con su vida de ahora en adelante. En el lecho de la pieza que alquiló la muchacha no pudo hacer más que llorar desconsoladamente. No cabía duda de que Dios se había ensañada en contra de ella.








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