viernes, 19 de febrero de 2016

LA BASTARDA PARTE 41

LUNES 15 DE JUNIO

Despuntando el alba el temible OLiverio Esguerra llegó a su casa en compañía de Esperanza. Ambos se apearon del vehículo que los había transportado hasta allí.

_ ¿Qué espera? Entre a la casa -ordenó el mafioso.
_ Primero tengo que ir a una estación de policía a denunciar lo que está pasado.
_ ¿Denunciar qué?
_ ¿Cómo que qué? Que a esas muchachas las tienen secuestradas allá y las están obligando a prostituirse. Usted me tiene que ayudar. Si usted fue capaz de rescatarme eso significa que es una buena persona.
_ ¡Ay niña! -exclamó el hombre mientras reía- Usted resultó más ingenua de lo que pensaba.
_ ¿De qué está hablando?
_ Yo no puedo denunciar lo que está pasando con sus amiguitas, porque eso sería como denunciarme a mí mismo.
_ No entiendo.
_ ¡¿Se lo tengo que explicar con plastilina, o qué?! Yo fui el que mandó a reclutar a esas muchachas para que terminaran trabajando en eso que están haciendo.
_ ¿Usted no era un simple cliente?
_ Mire la camioneta en la que viajamos, mire la mansión en la que vivo... ¿Le parece que yo soy un simple cliente? No niña. Yo prácticamente soy el dueño de este pueblo, soy el dueño de La Esperanza. Aquí no se mueve una hoja sin que yo me dé cuenta. El nombre de OLiverio Esguerra no le dice algo.

Esperanza quedó estupefacta al escuchar esa confesión. Nunca se imaginó que algún día iba a estar en frente del hombre responsable de que un pacífico pueblo se hubiese convertido en un lupanar de viciosos, maleantes y prostitutas.

_ ¿Qué le pasa niña? ¿Por qué se quedó callada? -preguntó el hombre.
_ Usted me debe estar tomando del pelo. Usted no puede ser ese señor.
_ Claro que lo soy. ¿Quiere que le muestre mi cédula para que se convenza?
_ ¿Para qué me rescató de ese lugar? ¿Para que me trajo aquí?
_ La traje aquí porque desde el momento en que nos conocimos decidí que usted iba a ser una posesión mía.

Esperanza emprendió la huida, pero fue interceptada por uno de los lavaperros de ESguerra.

_ ¡¿Suélteme cerdo?!
_ No pierda su tiempo tratando de escapar.  ¡Jairo, llévela a la casa!

El lavaperro obedeció la orden y a rastras condujo a Esperanza al interior de la enorme mansión. Mientras tanto, Yolanda tenía que lidiar con pequeños dramas domésticas.

_ ¿Dónde está su hermana? -le opreguntó la mujer a Pablo mientras éste desayunaba.
_ Está encerrada en su pieza.

Yolanda subió al segundo piso y se internó en el aposento de su hija.

_ ¿Qué pasa? ¿Por qué no se ha bañado y vestido? Se le va a hacer tarde para ir al colegio.
_ Yo no quiero volver a ningún colegio- contestó la joven boca abajo sobre la cama.
_ ¡Déjese de berrinches y alístese?
_ ¡No! Yo lo único que quiero es que mi papá vuelva a esta casa. Yo no quiero vivir sin padre como la maldita de Esperanza.

Yolanda tomó aire y se sentó en la cama junta a su hija.

_ El hecho de que Horacio ya no viva en esta casa no significa que deje de ser su padre.
_ Yo no puedo creer que usted le siga el juego a la morronga de Esperanza. Eso era lo que ella quería, destruirles el matrimonio.
_ No. Ese matrimonio ya estaba destruido desde mucho antes. Y lo siento mucho, puede rogar y patalear, pero yo con su papá no voy a volver. Hágase a la idea- aseguró Yolanda con un tono firme y enfático.

Sentada en uno de los lujosos muebles de la sala de Oliverio Esguerra, Esperanza no hacía más que llorar y llorar.

_ ¿Hasta cuándo va a seguir en esa actitud? -preguntó el hombre.
_ ¿Para qué me trajo aquí? ¿Qué es lo que quiere de mí?
_ De usted lo quiero todo.
_ ¡Primero muerta antes de dejarme poner una mano encima de usted! ¡Yo que pensaba que había encontrado a una buena persona, a mi salvador, al ángel que me había rescatado de un lugar horrible! ¡Pero qué va, terminé en manos del peor hampón de este pueblo!
_ Casi todas las muchachas de este pueblo se sentirían afortunadas de que yo les prestara atención.
_ Yo no soy como todas las demas -señaló Esperanza incorporándome de su asiento y mirando fijamente a los ojos a su interlocutor- Yo no me dejó deslumbrar por lujos y por dinero. Para mí usted no es más que un delincuente. Una persona despreciable que fue capaz de mandar a matar a uno de los hombres más buenos y valientes de este pueblo, el padre Epifanio. Un tipo que envenena a la juventud con esa porquería de la hierba mugen, que obliga a muchachas inocentes a prostituirse, que ha llenado este pueblo de sicarios y delincuentes...
_ ¿Ya terminó? Para usted puede ser lo peor, pero para muchos otros en este pueblo yo soy un ídolo. Todo depende del cristal por el que se mire. A fin de cuentas la moral es una cosa tan relativa. Yo he hecho mucho por este pueblo. Le he entregado más plata a la gente de este pueblo de lo que nunca ha hecho ningún político, ni mucho menos curitas que sólo hablaban basura como el tal padre Epifanio.
_ Epifanio era un santo que buscaba lo mejor para este pueblo, en cambio usted sólo hace esas obritas de caridad para limpiar la conciencia tan cochina que tiene- espetó Esperanza. Oliverio reaccionó rodeándola con sus brazos.- ¡Súelteme!
_ Yo podré ser el ser más ruin de este pueblo, pero ahora usted es mía. Y contra eso no podrá hacer nada -sentenció el hombre para luego besar a la muchacha a la fuerza. Ella reaccionó mordiéndole un labio hasta hacerlo sangrar.
_ ¡Máldita bestia!- Exclamó Oliverio soltando a su presa y llevándose su mano izquierda a la boca- ¿Pero sabe que eso me excita? Entre más bravo el toro mejor la corrida. Más temprano que tarde voy a terminar doblegando ese orgullo que se gasta muchachita pendeja.

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