miércoles, 4 de noviembre de 2015

LA BASTARDA PARTE 6

Sin tapujos Marta aceptó el reto de su amiga débora. No podía dejar de atribuirle algo de razón a sus palabras; la idea de seducir al prometido de su hermana era muy tentadora, la llenaba de adrenalina. Y es que la excitación que Fabio le provocaba era ya imposible de ocultar. Le hacía nervir la sangre, le hacía trepidar las venas. Esa noche la díscola Marta sonó que aquel hombre tan suculento la poseía, la hacía suya. Sentía el calor de sus brazos rodeándolo con una mezcla de fuerza, vigor y ternura. Sentía su miembro caliente introduciéndose hasta lo más profundo de su ser. Ese hombre había logrado poner a sus hormonas en un estado de ebullición y efervescencia fabuloso. Sí. Estaba decidida. Lo iba a seducir e iba a consumar ese deseo que la embargaba.


Al día siguiente, las vecinas de los Peláez Cancino, la negra Berenice y su hija Ebelia, recibieron una desagradable visita. Sonó el timbre y presurosa Ebelia decidió averiguar quién era.

_ Otra vez usted señora. Creí haberle dicho muy claro que no la quería volver a ver por mi casa -le dijo Ebelia a su suegra, Prudencia.
_ Tenemos que hablar- contestó ésta. Acto seguido Ebelia intentó cerrar la puerta, pero la molesta visitante se lo impidió.
_ ¿A qué vino señora?
_ ¿Como que a qué? Pues a exigirle por enésima vez que deje en paz a mi hijo, que se olvide de esa idea absurdo de casarse con él.
_ Pues perdió su tiempo porque esa decisión no tiene reversa.

Intrigada por la discusión la negra Berenice se acercó a la puerta.

_ ¿Qué se le ofrece señora? -dijo.
_ ¡Qué bueno que están las dos! - anotó Prudencia- Ustedes tienen que entrar en razón, tienen que darse cuenta de que ese matrimonio es una locura. Mi familia y la de ustedes es muy diferente.
_ ¡Ay señora! Hoy no amanecí con ganas de oír sus estupideces -aseguró Ebelia con vehemencia.
_ Aquí la única estupidez es ese matrimonio. A mi no me tiene que engañar. Usted sólo busca escalar posiciones sociales. Usted sólo quiere a mi hijo por su plata.
_ Señora haga el favor de retirarse, ¿Sí? -interrumpió Berenice.
_ ¿Cuánta plata quiere para dejar a mi hijo en paz? Porque al fin de cuentas eso es lo único que le interesa a usted, la plata. ¿Cuánto quiere para dejar a mi hijo en paz?
_ Se equivoca señora. A mi no me interesa la plata. Yo no soy como usted. Y no pierda su tiempo que el amor que yo siento por su hijo es tan grande que ni todo el oro del mundo yo renunciaría a él.
_ No sea tan cursi y tan ridícula. Y sobre todo tan hipócrita. Usted creyó que se ganó la lotería conociendo a mi hijo. Pero mírese. Usted es muy poca cosa para él. Usted pertenece a una raza inferior -afirmó Prudencia pronunciando cada palabra con evidente rabia.

En ese instante Berenice se situó en frente de Prudencia.

_ Yo no voy a permitir que maltrata a mi hija. Usted no es más que una vieja amargada, elitista. Deja a su hijo vivir su vida y tomar sus propias decisiones que él ya está muy grande para eso.
_ Vuelvo y les repito, ¿Cuánta plata quieren par de marronas infelices?

La cólera se apoderó de Berenice y movida por ella terminó abofeteando a la inoportuna visitante.

_ Maldita negra -masculló Prudencia tocándose la mejilla- como se atrevió a ponerme sus cochinas manos encima.
_ Usted se lo buscó paliducha asquerosa. Vaya más bien y consígase un macho que le haga el favorcito, se nota que es eso lo que le hace falta.
_ Esta va a ser mi última adevertencia par de mojones. Ni crean que se les va a arreglar la vida a costa de mi fortuna. Yo voy a hacer todo lo que esté en mis manos para evitar que mi hijo cometa la estupidez de enredarse con una mujerzuela.
_ Nada de lo que haga le va a funcionar. Señora. Hay algo que nos va a unir a su hijo y a mí para siempre. Yo estoy embarazado de Eduardo. Sí señora. La felicito. Va a ser abuela -confesó Ebelia con alegre ironía.
_ Eso no puede ser verdad. Se embarazó para amarrarlo. Eso tiene que ser una mentira.
_ Es verdad señora. Tengo dos meses de embarazo. Así que además del regalo de matrimonio, vaya preparando el regalito para mi bebé.
_ ¿Quién sabe de quién sera hijo ese bastardo? Debe ser de alguno de los negros con los que se revuelva.

La ira de Berenice estalló

_ ¡Lárguese señora antes que la encienda a golpes!
_ No crean que ganaron la partida par de mojonas. Yo no me creo el cuento del supuesto embarazo. Y menos creo que pueda ser de mi hijo. Van a saber de mí. Y usted, negra, se va a arrepentir toda su vida de haber puesto sus ojos en mi hijo -alegó Prudencia y acto seguido emprendió la marcha.
_ ¡Hasta nunca paliducha amargada! -dijo Berenice.

Finalmente madre e hijo se fundieron en un abrazo mientras observaban a Prudencia alejarse.


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