sábado, 30 de octubre de 2010

UNA HISTORIA MÍNIMA

Marcada de por vida.
Marta sólo vivió con Gerardo, su padre,  hasta los once años, edad en que éste se separó de su madre. Aquel hombre siempre se desempeñó en labores muy duras como la construcción o la vigilancia. A Marta le daba lástima imaginarlo llegando extenuado a su casa a preparar su comida y a atenderse solo. Por eso le pedía permiso a su Sixta, su madre, para ir a visitarlo a su vivienda ubicada en Siloé. “Y una vez me cogió la noche allí. Me puse a conversar y se me pasó el tiempo hasta que me dieron las ocho o nueve. Ya no alcanzaba carro. Me puse a ver televisión. Ya como a las diez yo le dije a él que iba a dormir en el suelo que era de puro barro. Él me dijo que no, que eso estaba mojado, que yo me iba a buscar una enfermedad ahí. Me charló como decimos nosotros. Que durmiera en la cama y que durmiera en la cama. Y yo que no. Y él que sí. Hasta que me tocó. Vaya sorpresa la que me llevé cuando se metió a la cama desnudo. Y yo me acosté con ese miedo de que él me fuera a hacer algo, pero igual. Yo a no dejarme y él que sí”. Tras el abuso le aseguró que de nada le valía acusarlo porque era su palabra contra la de ella.

Ese hecho la dejaría marcada de por vida. Cuando le contó a la familia paterna lo ocurrido montaron en cólera. Nadie le creyó. Todos la juzgaron de mentirosa. El violador también negó todo. Sixta la llevó donde un médico que certificó que había ocurrido una violación. “Íbamos a ponerle demanda a mi papá, pero lastimosamente no pudimos” asegura Marta,  debido a que la familia paterna los amenazó: “decían que mi papá estaba muy viejo pa caer en una cárcel. Que si le llegaba a pasar algo a él nosotros llevábamos del bulto también". Ni hablar de la familia materna: el trato con ellos es distante y uno de sus tíos tiene las mismas mañas que Gerardo.  Una de sus hermanas tampoco le quiso creer en ese entonces; ahora sí lo hace aparentemente porque estuvo a punto correr la misma suerte. Su hermano tampoco le dio crédito a su acusación. “Mi hermano nunca cree que mi papá sea así. Saca la cara por él. Hasta ahora que consiguió mujer y como que le pasó lo mismo con la mujer y desde allí vio que mi papá era un poquito pasado”

Su padre siempre le ha recalcado que no la quiere como una hija sino como una mujer pues, según él, ni ella ni su hermano son sus hijos. “Y como no hay pruebas para uno decir si es verdad o es mentira. Él me ha dicho que si quiere me deja preñada. Es que él sabe magia negra y magia blanca, si me entiende. Y si quiere hacerle daño a uno se lo hace”. El hombre aprendió a dominar la brujería hace muchos años en su natal Florida, Valle. Alguna vez Marta lo descubrió alumbrando con una vela la foto de una de sus amantes; con ese ritual pretendía forzar su regreso.

Al rememorar su infancia un alud de malos recuerdos empieza a desgarrar su mente. Ella es de aspecto aindiado, su cabello negro y de apariencia descuidada; se lo amarra con una moña. Es de baja estatura, tez trigueña. Recuerda mientras desliza la plancha caliente sobre un pantalón. Ya ha terminado de barrer, lavar la ropa y asear la casa. Es empleada doméstica.  Además de abusar de ella su padre: “me pegaba mucho, me daba peinilla, me daba con palo, con piedra, con lo que cayera. Teniendo yo ocho años, todavía me acuerdo, mató un hermanito de nueve meses”

En cuanto a Sixta, hace 14 años falleció víctima de un cáncer en la matriz. “¿Cómo murió?: tuvo seis meses tirada en cama. Le mandaban mucho medicamento. Seis meses me tocó atenderla a mí. No me duele haber hecho lo que hice por ella porque realmente uno tiene que hacer lo que sea por una madre en las buenas o en las malas”. A pesar de esos cuidados quien terminó siendo la beneficiaria de la pensión del Seguro Social que heredó Sixta, fue su hermana menor. Ella, agonizando, tomó esa decisión aduciendo que era la última niña que había parido y “la que más quería”. La familia nunca ha estado de acuerdo con ese proceder,  pues, según ellos,  la “hija más querida”  se ha dedicado a dilapidar la pensión o ingresar lo que queda en un banco, sin querer sacarlo.  Marta le reprocha que ni siquiera ayude a Gerardo ahora que atraviesa una mala situación. Y es que a pesar del daño que él le infligió, ella no puedo odiarlo sino que por el contrario desearía auxiliarlo. No lo odia a pesar de que le sigue insistiendo que se vaya a vivir con él, aunque, claro, delante de las tías le pide que disimule 

Gerardo y Sixta se separaron. Marta se fue al lado de su madre. La progenitora no  volvió a casarse pero reanudó su vida amorosa al lado de un joven perteneciente a la Policía Militar que primero intentó conquistar a Marta, pero fracasó y por eso se quedó  con la madre. Era un hombre trabajador y la ayudaba, “pero como dice el dicho lo bueno no dura; a lo último se dañó. Empezó a meter bazuco. Mi mamá empezó a trabajar también. Él comenzó a querer como a mandar, querer como cascar a mi mamá. Cada rato me la cascaba. Mantenían como perros y gatos”, sentencia Marta. Sus compañeros de la PM no veían con buenos ojos su adicción. Él solía drogarse en un sitio llamado el hueco, y ellos le aseguraron que si lo volvían a ver por allí lo liquidaban. “el muchacho no creyó. Ese día no se nos metió a la pieza, eran como las dos de la mañana. Nosotros ahí con él sacándolo pa afuera y él más pa adentro. Ese día le dieron una pela a ese señor. Le dieron como violín prestado. Le dañaron una mano. La dañaron un pie los mismos compañeros porque metía vicio”. Tras eso Sixta empezó a alejarse del individuo. El detonante de la separación fue una ocasión que Marta llegó de una rumba y encontró a su madre a las tres de la mañana sentada en un anden y llorando. Había salido de la casa por las amenazas de muerte que le profería su pareja.  Él intentó arreglar las cosas, pero la mujer no accedió.

Al poco tiempo la enfermedad se anidó en la matriz de Sixta. “Mi papá- recuerda Marta- siempre tiene el vicio de decir que a mi mamá lo que le pasó es que había abortado, porque la menstruación le venía como en hemorragia por la misma enfermedad que tenía”. Sixta, a diferencia de su hija,  nunca perdonó a su ex esposo por tanta impiedad. Ella contaba con 35 años y Marta con 18 cuando finalmente el cáncer la venció.  

Tras escapar del yugo de Gerardo, Sixta se vio forzada a partirse el lomo trabajando, en casas de familia, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Marta antes de cumplir los 12 años siguió su ejemplo: primero trabajó en la galería de siloé. “Ahí me toco ponerme a vender lo que es fruta, lo que es revuelto y cositas así”. Al cumplir los doce dejó ese oficio y se embarcó en el mundo de las empleadas domésticas. Salía de estudiar, dejaba los útiles a un lado, comía y se dirigía a la primera casa de familia donde trabajó. Enfrentarse a ese nuevo mundo no fue fácil: “no es lo mismo en su casa que en otra parte. Uno en su casa hace las cosas como uno quiera, mientras que uno en otra parte tiene que poner cuidado en una cosa, que en la otra. Que las comidas, que la ropa, que los baños. Gente muy exigente en esa parte.” Sus primeros patrones eran vegetarianos y ella nunca ha visto con agrado llenar su boca de raíces, arroces integrales y hierbas. Tan sólo trabajó allí seis meses. Le pagaban alrededor de cincuenta mil pesos mensuales en ese tiempo.  La mayoría de ese dinero se lo daba a su mamá. Ella le dejaba dos mil o mil pesos para que “mecateara”.   Marta recuerda que ella: "nunca estuvo recuerda Marta de acuerdo que yo trabajara. Pero yo le dije que me gustaría trabajar y tener mi plata y no esperar que le estén dando todo a uno: que un brassiere, que un calzón…sino que ir comprando lo de uno”. Antes de ponerse a trabajar Marta cuidaba a su hermana más pequeña; cuando se metió en el mundo laboral a su mamá le toco pedir permiso sus patrones para poder llevar a esa pequeña niña a su lugar de trabajo.

Retornó a la galería tras acabar su experiencia con los vegetarianos. Tenía que madrugar a las tres de la mañana y descender la loma para estar puntual en su oficio. La labor empezaba a las cinco de la mañana y consistía en ofrecer productos y empacar. Terminaba a las tres o cuatro de la tarde. Todo ese tiempo tenía que permanecer de pie y la paga era irrisoria: dos mil quinientos para desayunar y tres mil pesos libres diariamente. Al menos tenía como ventaja recibir un almuerzo trancado y una buena sobremesa,  y también: “Me daban esos medios bultos de papa picada que uno le dice. Dicen que es mala, pero uno le dice que es picada. A veces me la regalaban o me la vendían por mil pesos, quinientos pesos. Lo que quedaba me lo daban para que me lo llevara pa’ mi casa. Todo lo que me quedaba ahí no tenía necesidad de comprar”. En ese oficio duró 4 años.

Después de la galería volvió a casas de familia. Inició un periplo por todo Cali: trabajó en Alameda; en la Luna, en Santa Elena; Camino Real, en La Floresta. De esas oportunidades sólo una vez trabajó de interna y no lo vuelve hace pues al fin de cuentas “lo escurren a uno mucho”. Debía levantarse a las cinco de la mañana y se llegaba de improviso una visita a las diez de la noche, debía atenderla ofreciéndole un café o un jugo. El poco margen de tiempo para descansar provocaba  una acumulación de cansancio que imposibilitaba hacer bien los oficios de la casa. Ni siquiera le respetaban el domingo como día de descanso: “allá cada mes le daban descanso a uno. Y cuidar unos perrotes y hasta barrerles todo eso, ¡no!”.  Tan sólo le pagaban $120000 pesos en ese tiempo lo que califica como “muy poquito”. Duró 4 meses en ese trabajo.

Patrones de conducta.
También le han tocado muchos patrones que le han propuesto ir a la cama. Recuerda un caso particular ocurrido en el barrio Caldas: “…hubo uno, pero ya estaba viejito. Aunque no tan viejito porque se le despertaba la conciencia. Yo ignoraba porque no le duraban las empleadas. A uno se le hace raro que llegue una empleada y que dure dos días no más. Yo comencé a trabajar normal hasta que me di cuenta de lo que pasaba…Quería que se lo chupara. Que la mujer no se daba cuenta. Y no había pasado solamente conmigo sino con todas las empleadas que tenían. Y por culpa de ese señor ya han echado a varias. Me tocó salirme” además de eso añade que si fuera ambiciosa hubiera accedido por debajo de cuerda a cambio de plata, pero “Uno prefiere comerse la cosa buena que la cosa mala y lo que no le gusta no se lo come tampoco”

A otros patrones los describe como muy humillativos. Alguna vez una patrona le informó que los únicos que tenían derecho de comer huevo en sus casa eran sus hijos;  en cierto ocasión a Marta se le alcanzó a “chamuscar por los laditos” uno de esos huevos y la señora la obligó a que lo botara en la basura. Además vivía espetándole: “‘que vea que eso allí no va’, ‘que usted no sabe hacer nada’,  ‘que usted no se mosquea’. En otras partes también me decían lo mismo. Yo soy mala pa’ estarle contestando a la gente. A mi me daba era rabia. Y de la rabia me daba por llorar” En una casa en Siloé se tuvo que enfrentar a una niñera que resulto peor que los propios patrones. “’que esas paredes están sucias’, ‘que hágale por aquí’, ‘que eso no’, y yo ‘entonces hágale usted’. Todas las empleadas que van allá no lo sirven a la señora. Pero sólo a ella porque a los dueños de la casa todos les parecía bien, que está bien una cosa, que está bien la otra. Yo sólo fui como un día no más. No volví”

Pero siempre está la otra cara de la moneda. Recuerda especialmente a su patrona cuando trabajó en Camino Real. Le ayudaba en la cocina. Conversaban como dos amigas . Cuando Marta no tenía para el pasaje le regalaba cinco mil pesos. Los sábados le obsequiaba bolsas atestadas de mercado.

 
Entre sus patrones tuvo a un consumidor de drogas y también a quienes las trafican. Del primero no dice gran cosa, pero de los traquetos sí. Ocurrió en una vivienda de El Ingenio 1. Lo único malo de ellos, según ella: "es que eran duros pa’ pagar. Mantenían diciendo que no tenían plata pero pa’ andar tomando todos los días sí tenían. Todos los días que uno iba los veían tomando. Mantenían borrachos o haciendo planes pa irse pa bailar, pa tomar”.  Le pagaban veinte mil pesos diarios. Inició el trabajo con un advertencia: “una empleada de allá me dijo: ‘usted lo que vea aquí, lo que vea haciendo y esto…cuando se den cuenta que usted está abriendo la boca la quiebran o la mandan a quebrar’”.  Además de eso hablaban recurrentemente de armamentos, de droga y negocios ilícitos y por ello Marta infirió la clase de actividades en los que estaban involucrados. Confirmó sus sospechas cuando en una ocasión entabló conversación con el hermano de su patrona. Éste la aseguró que a la hermana la estaban buscando para matarla porque estaban inmiscuidos en negocios turbios. Marta la describe como una mujer hermosa, mona, con el cuerpo y los dedos atiborrados de anillos y joyas de oro. “como dos meses trabajé con ellos porque ella era una persona muy exigente. Exigía más no pagaba. Quería que de un momento a otro volara uno a hacerle lo que ella quisiera. Tenía que estar en menos de media hora la casa arreglada y era una casa de dos pisos con señora sala, con señoras piezas. Uno tiene que tomarse su tiempo pa’ hacer las cosas. Si uno hace las cosas a la carrera todo le queda mal hecho. Entonces no me amañé”.  Además le quedaron debiendo doscientos mil pesos

Pero antes de irse sostuvo esa conversación reveladora con el hermano de su patrona. Marta lo intrigó asegurándole que tenía un don. Le predijo que iban a matar a su cuñado, aunque al final terminaron asesinando a otra persona. Fue tal la impresión que le causó al joven esa predicción que se la comunicó a la hermana y está decidió buscar a Marta después de que había abandonado el trabajo. Quizás la empleada de servicio heredó los “talentos de su padre” aunque no se considera una adivina. Según ella puede adivinar información de seres queridos que se encuentran lejos. O atraer a ciertas personas con una vela. “Inclusive el hermano me timbró ese día al celular que yo tenía antes y me dijo que la hermana me necesitaba,  porque él le había comentado a ella lo que yo le había dicho. La hermana le había dicho que como sabía yo todo eso. Le había dicho que si me podía localizar, que ella necesitaba hablar conmigo. El muchacho sí me localizó, pero yo nunca le di la cara a ella”  

Menos del mínimo.
Además de haber conocido narcos, viciosos, viejos verdes, buenas patronas y  media ciudad gracias a su trabajo, asegura de él que: “hay en partes donde uno trabaja por menos y hay en partes donde uno trabaja por más, porque uno en una casa cobra veinticinco por todo lo que toca que hacer. En otras partes lloran porque es muy caro entonces toca mermarles a quince a veinte”

Para la familia de Marta eso que hace es regalar su trabajo, pero ella tiene argumentos para justificarse. Por ejemplo, una de sus hermanas trabaja de interna y asegura que sólo lo hace si le pagan el mínimo “y  hoy en día no se puede trabajar por el mínimo, porque si uno no trabaja por doscientos, por trecientos llega otra y le quita el puesto. Entonces a uno le toca regalarse”. En estos momentos trabaja en tres casas. En el sitio donde está planchando y, al mismo tiempo,  revelando su historia, ella recibe 13000 pesos en promedio. A veces reúne cincuenta mil quincenales, otras veces setenta mil. De cualquier manera el dinero que devenga no llega al salario mínimo. Resulta increíble que con ese dinero deba pagar el arriendo de una pieza en Siloé que le vale setenta mil pesos. Además de responder por su hija Sara de 14 años, y santiago el hijo recién nacido al que le compra comida y pañales. Sólo se ahorra la leche porque sostiene que en su pecho todavía le queda. Con lo poco que le sobra- y resulta difícil creer que en efecto eso pase- compra uno o dos cigarrillos “Antes mecateaba, ahora ya me toca apretarme”. El arriendo incluye servicios. Incluso le han ofrecido que “consiga un televisor que eso ni parabólica me cobran. Y yo de donde me voy a conseguir un televisor. No ve que mi hija empeñó el de ella por hacerle caso al supuesto marido”

Personas que le ayuden econonómicamente sólo su hermana la que está interna. Y un anciano de un taller automotriz llamado Cristóbal,  “pero con interés. Con el interés de que yo tenga relaciones con él. Pero yo le digo, cuando no hay amor de dónde le nacen a uno las ganas de tener relaciones con una persona. Por lo menos yo no soy de esas. Si a mi no me nace yo no tengo nada con nadie. Él tiene esa esperanza y le digo que no. que conmigo no la cuente”, sostiene la empleada. La escasez de dinero le ha significado a Marta aguantar hambre. Muchas veces debe dirigirse donde sus tías para que le regalen un bocado de comida. Y en ocasiones son tan marcadas las malas expresiones que se dibujan en sus caras, que ella prefiere despedirse antes de que le ofrezcan cualquier cosa. Varias veces se ha ido a la cama sin comer engañando al hambre con un vaso de agua. Lidiar con su hija tampoco le resulta fácil. “Mi hija anda de arriba para abajo. Ella antes dejó el marido que tenía”. Termino quinto de primaria y se retiró pues no quiso continuar estudiando a pesar de que lo hacía gratis en la Central de Comercio. “ella quiere estudiar donde es más caro. Yo no tengo la capacidad para pagar matrícula y mensualidad y todo lo que piden ahí, cuadernos, cartillas, para dentro de tres meses tener que tirar eso a la basura “, afirma. Para complicar el asunto su padre que vive en Estado Unidos no ha querido volver a ayudarle económicamente porque se enteró de “que había conseguido marido” y además le han llevado el rumor de que ella consume droga. Trabaja  en el país del Norte en oficios varios, ya consiguió mujer y tiene una hija. Pero curiosamente no es el papa biológico de Sara. Marta lo conoció en una miniteca estando en embarazo y empezaron una relación. Él tomó a Sara como su hija y respondió por ella hasta que emigró al Norte. El padre biológico simplemente se esfumó.  Marta puso al tanto a su hija de la verdad y ella “Lo tomó con mucha tranquilidad. Y a ella le preguntan quién es el papá y ella dice que el que está en Estados Unidos”

Sobre su oficio dice: “Es lo único que se hacer porque estudiada no soy. Yo no puedo decir que me voy ir a trabajar de secretaria porque ahí sí pierdo el año. Yo no puedo decir que meterme de cajera porque ahí si ya me corchan a mi porque yo no se nada. Pero a mi me gusta  el trabajo que yo hago porque uno se ocupa mucho, no piensa tanto, se relaja uno más. Yo por lo menos aquí cuando me relajo, no pienso en mis problemas”. Al igual que su hija académicamente sólo hizo la primaria. Decidió salirse porque a los once años tuvo un retraso: “Yo pensé que era que estaba en embarazo, aunque no tenía relaciones con nadie. O sea uno de niño como que se le meten cosas a la cabeza. Dos meses que no me llegaba, no me llegaba”. Sixta le insistió que siguiera estudiando. Le compró los útiles necesarios, pero Marta se encargó de vender hasta los libros de texto. “Mi mamá me dijo: ‘por qué’  y yo le dije ‘mamá yo tengo un atraso y de pronto puede ser un embarazo y a mi me da pena ponerme a estudiar con barriga’ “. Pasados los dos meses continúo la menstruación interrumpida, pero los estudios interrumpidos no corrieron la misma suerte. “Después me puse a estudiar nocturna y tampoco me gustó por que nocturna es una alcahuetería pa las personas. Hay unos que se meten a los palos a meter vicio. Hay mujeres que se van por allá a tantearse con los hombres. De noche uno ve muchas cosas que me quedé con la boca abierta”

Sara no quiere repetir el destino de su mamá y su abuela; textualmente dice que de “manteca” no trabaja. Para Marta su trabajo no es deshonra. Dice con convencimiento que cuando las mujeres se casan se convierten en mantecas de su maridos, y esa situación es mucho peor porque ni siquiera les pagan. Hace poco un tío le ofreció a la díscola niña trabajar cuidando un bebé: “que la esposa de él va a conseguir trabajo y entonces necesita quien le cuide al bebé. ¿Pero en qué año? No sé. Quedaron de avisar”. Mientras Marta termina de planchar, Sara se encuentra cuidando a Santiago en la pieza de $70000. “Ella- sentencia Marta- no aspira a nada bueno. Le digo yo porque entre mamá e hija tenemos confianza. Ella quiere hacer todo y a lo último no hace nada. Que quiere aprender a hacer modistería, que quiere aprender peluquería, que quiere aprender de todo y no aprende nada”

Cuando pequeña sus aspiraciones eran trabajar y ayudar a sus padres. Pero la principal era: “Hacerme a una casita así sea de esterilla, no importa, el todo es tener donde meter la cabeza y donde recoger uno la familia. Usted sabe que con una casita no tiene que estar pensando que llegó el mes de arriendo como me está pasando. Uno sabe que en su casa paga los servicios, paga lo que le toque y no se está matando la cabeza pensando en…” no concluye la idea. Pero si ha concluido  su oficio. Se cambia de ropa, sale a hacer un mandado para cambiar un billete, recibe los trece mil pesos de parte de su patrona. Por último regrese a su pieza alquilada para constatar que su principal aspiración no se ha materializado, después de haberle contado a un desconocido, el hijo de su patrona, su historia. Una historia mínima.

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