jueves, 28 de octubre de 2010

El Demonio Vio

La de Flavio es la historia de un ser enclenque y pusilánime. Se  crió en una lúgubre casa de color verde junto a sus padres y  una mujer con la que no compartía lazos de sangre, pero a la que consideraba una hermana. Por respeto a su honra la llamaremos la Innombrable.

Desde temprana edad los demonios de la soledad y la amargura atormentaron a Flavio, haciéndolo un ser gris e infeliz. A los doce años  afloró en él una homosexualidad que tuve que reprimir por miedo a la machista sociedad en la que vivía. A diferencia de otros de sus coterráneos que habían empezado vida sexual desde temprana edad, Flavio perdió la virginidad  a escasos días de cumplir los 18 años. Antes de conocer por fin lo que era compartir lecho con otro hombre, el joven tímido sólo había alimentado su líbido con fantasías ridículas y cursis.

Sin embargo tras esa primera experiencia se tuvo que enfrentar a cientos de escollos que arruinaron su vida sexual. No hay por qué entrar en detalles. Lo cierto es que tan mediocre ejercicio de los placeres carnales alimentó en él el deseo de ser víctima de una violación. Pensaba que la violación, por execrable que fuera, era la manifestación más certera de la pasión que uno podría provocar en otros. Y si Flavio conseguía desatar esa pasión ciega e indomable en alguien, sin duda eso repararía en algo su destrozado amor propio. O al menos era lo que esperaba.

Los problemas sexuales eran de toda índole y le hacían sentir a Flavio que se había convertido en un sujeto de burla y diversión para el destino, la suerte e inclusive el mismos Dios . Primero probó ser el sujeto pasivo en las relaciones con otros hombres, pero fracasó en ese rol. Debido a ello le apostó a volverse un ente penetrador e, incluso, contempló la idea de intimar con una mujer. Ese fue un gran error: abrió una caja de pandora de la que emergió un horrible espectro de heterosexualidad que a la postre lo haría sufrir. Como penetrador también fracasó: era eyaculador precoz. La frustración empezó a asfixiarlo y llenarlo de odio. Y esos sentimientos, a su vez, alimentaron una obsesión extraña: abusar de  una mujer.  Pero no a una fémina cualquiera. La malsana obsesión tenía una candidata clara: la Innombrable. ¿Por qué ella?, quién sabe. Lo cierto es que por ironías de la vida el chico que deseaba ardorosamente ser violado, ahora se atormentaba por ideas constantes que lo empujaban a convertirse él mismo en un abusador.

Esa extraña pulsión, a la que Flavio bautizó Demonio Vio, lo acongojaba terriblemente; por su arremetida sentía que no tenía la autoridad moral para juzgar a nadie y sentir indignación por los crímenes y comportamientos más horrendos de la humanidad. Todas las infamias comenzaron a parecerle normales y justificables. Y sin duda le  mortificaba la facilidad con que su mente permitía ese horrible relativismo moral. Aunque no podía apagar los malsanos pensamientos generados por el Demonio Vio, se atormentaba terriblemente porque se sentía vacío, se sentía maligno, se sentía inescrupoloso. Y para él, que en el pasado había sido tan moralista y apegado a la rectitud, una persona de esas características sólo merecía morir.

Sentía rabia por que no podía indignarse sinceramente por la pobreza, la violencia sexual, la injusticia; al fin y alcabo con qué moral podía criticar a los ejecutores de esos horrendos actos, si él era capaz de pensarlos e imaginarlos.

Durante un año soportó  la molesta presencia de ese máldito huésped. Pensó en suicidarse, pero su cobardía lo cohibió de cometer ese acto, al que consideraba la última vía para redimirse. Al fin y al cabo si era capaz de sacrificar su vida en aras de eliminar junto con ella a Vio, eso lo podría rehabilitar moralmente. Pero fue incapaz de emprender ese último acto de dignidad.

Un día la desesperación lo llevó a iniciar un viaje al oriente de su país. Había oído que por esos lares existía un lago milagroso cuya agua exorcizaba cualquier posesión demoniaca.

Inició una travesía que lo llevó a atravesar caudalosos ríos, escalar empinadas cumbres y soportar todo tipo de clims. Al arribar a su destino encontró a un anciano que supuestamente cuidaba el cuerpo de agua:

_Oiga señor  -dijo Flavio- es verdad que el consumo de este agua acaba con cualquier posesión demoniaca.
_ Sí -contestó el anciano- pero debes beber el líquido por seis meses ininterrumpidos.
_ Pero, ¿sí hay garantía de que el remedio funcione?
_ Sí, pero se requiere mucha voluntad.

Durante seis meses bebió religiosamente el agua. Después se dirigió al anciano:
_ He cumplido con el plazo. Y aunque reconozco que el demonio se ha debilitado, aun no desaparece del todo-  afirmó Flavio.
_ Creo que debes tomar el agua por un año más. Es la única forma de combatir el caos que había en tu mente- replicó el anciano.

Esa revelación lo decepcionó pues la ingesta de aquella agua supuestamente bendita le había causado una diarrea terrible que había afectado aun más su pobre vida sexual. Pensó innumerables veces en suspender su consumo, pero nunca se atrevió. Al fin y al cabo debía reconocer que el demonio no desaparecía, pero cada día que pasaba  atacaba con menos fuerza. Flavio poco a poco empezó a recuperar esos cimientos morales que había perdido. Comenzó a ceder en él ese sentimientro de culpa por albergar tan horrendos deseos que, a su juicio, lo hacían indigno de merecer cualquier éxito, cualquier logro, cualquier consideración, cualquier afecto.

Como en la Montaña Mágica de Mann, donde siete semanas se convirtieron en siete años, en la vida de Flavio los seis meses se habían trasformado en dos años...  Cada que visitaba al anciano éste siempre le repetía: “te veo muy bien. Continúa tomando el agua”. Hasta que por fin Flavio escuchó esas palabras que tanto espero.

_  Puedes suspender el consumo del agua- afirmó el anciano

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