viernes, 22 de octubre de 2010

La anciana y el brassier negro

Desde temprano una pequeña van los recoge en sus respectivas casas y los deja a las nueve en punto de la mañana dentro del Ancianato San Miguel. Son ancianitos que viven con sus familias, pero por unas cuantas horas son arrancados de la monotonía de su hogar para internarlos en otro espacio igualmente rutinario: el Centro Día. Es un recinto relativamente amplio con un hermoso patio interior custodiado por un imponente árbol. Y fue creado para que los viejitos, tras el pago de un dinero, se distraigan con actividades 'recreativas' desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, hora en que la van los recoge y los lleva de nuevo a sus  domicilios. El espacio está separado del exterior por una reja corrediza de color verde. Y en su interior varias enfermeras coordinan las actividades y vigilan a quienes participan en ellas.

Los ancianos entran al recinto y tras ellos la reja se cierra. Sólo el personal autorizado y los ancianos más lúcidos pueden abrirla de nuevo. Hay varias sillas rímax y los viejitos se sientan. Las enfermeras proceden a tomarles la presión uno por uno. Luego les ordenan armar un círculo. Una de las enfermeras recita un rezo y al concluir ruega a Dios por la protección de quienes están privados de la libertad, bien sea porque están secuestrados o porque están presos en las cárceles. Al concluir la oración comienza a ejecutar ejercicios no muy exigentes para que los ancianos la imiten. Estira los brazos, las piernas, las manos. Se pone de pie y le pide a los que puedan pararse también, que lo hagan. Mueve la cadera en círculos. Concluye con un canto infantil: "cabeza, hombros, rodillas y pies y todos aplaudimos a la vez". Los ancianos tocan las partes del cuerpo mencionadas y luego chocan sus manos haciendo sonar fuertes aplausos.

Luz Mary nunca hace los ejercicios; siempre se arrellana sobre un sofa rojo y duerme profundamente.  Es de baja estatura, obesa. De su cuello cuelga un listón con una llave amarrada. Lucio, el joven que hace voluntariado en el Centro Día, acostumbra acercarse a ella y ofrecerse como su acompañante en una caminata por el Ancianato. A veces ella se niega y a veces accede. Salen de esa cárcel con rejas verdes y caminan por todo el albergue de ancianos, pasando por el hospital geriátrico, la lavandería, el comedor, la sala de fisioterapia; la red de corredores del lugar parece un inmenso laberinto del que por fortuna el voluntario conoce la salida. Según Luz Mary vive sola y nunca cometió la equivocación de casarse y tener hijos. Quién sabe si habrá que creerle. La mayoría de los ancianos del Centro Día sufren de Alzhaimer o demencia y por eso no hay que fiarse de sus confesiones. Luz mary, de pelo corto y siempre vestida a la moda, se sienta al lado de otro viejo llamado Diego. Casi nunca hablan, pero a pesar de eso se puede percibir una gran camaradería entre ellos. Parecen un par de enamorados coquetos que se burlan del paso del tiempo. De Diego no se sabe nada. Es callado, enigmático, Camina encorvando hacia adelante su columna vertebral.

Cuando los viejos terminan sus ejercicios matutinos, las enfermeras proceden a repartirles un pequeño refrigerio. Les dan panes elaborados en la cocina del Ancianato, acompañados con aguapanela o café en leche según escojan los destinatarios de los alimentos. A algunos por requerimientos médicos les proporcionan avena y galletas integrales. Tras comerse el entremés, los ancianos deben adecuarse en las diferentes mesas. Los que quieran pueden participar de las actividades recreativas lideradas por las enfermeras, y que consisten en recortar de revistas cabezas de personas para pegarlas en un papel; o colorear como párvulos algunos dibujos mal hechos; o cortar con unas tijeras trozos de fieltro hasta volverlos picadillo; o quizás coser, o rellenar gatos de peluche con material parecido al algodón; para variar se puede pintar con témpera, recortar palabras que empiezan por m y pegarlas, etc. En este lugar los viejos viajan en una máquina del tiempo y  terminan por realizan sin chistar actividades propias de niños, además de ser tratados como tales. A veces en algunas mesas juegan dominó, sin licor de por medio naturalmente. Y en otras ocasiones, sobre todo los viernes, juegan bingos amenizados por música de antaño. Alguna vez una de las viejitas que, por tener una pierna más larga que la otra, debía valerse de dos bastones para movilizarse, convirtió el suelo del Centro Día en pista de baile y sus bastones en piernas con las que bailó con mayor gracia que un bailarín de esa salsa acrobática,  tan de moda en estos días.

Los que se fueron
En el sofa rojo no sólo se han sentado Diego y Luz Mary. También lo usaba Hilda. Su fuerte y nasal acento pijao delataba en que región había nacido. Alguna vez le contó a Lucio que trabajó durante 20 años en la desaparecida Granahorrar hasta pensionarse. En otra ocasión las ancianas dijeron que aquel joven parecía volteado. Hilda replicó: "él es bien macho. Aténgase y no corran". A las doce en punto los ancianos más lúcidos van al comerdor y almuerzan. Hilda estaba en ese grupo, pero como no seguía la etiqueta debida en la mesa, debió ser retirada de allí. Después le llevaban el almuerzo al Centro Día. Algunas vez contó que sus hijos la pusieron a votar por Antanas Mockus. "Pero ganó Santos", concluyó. Era común verla con un vaso de agua que siempre dejaba a sus pies. Un día tuvo un accidente: se poposeó delante de mucha gente y desde ese día nunca volvió.

Otro que no regresó fue Carlos. Quienes lo conocieron cuando recién empezó a asistir al Centro Día dicen que era vigoroso, dicharachero y lúcido. De esa imagen sólo quedaron retazos. Con el paso del tiempo su cuerpo se puso rígido, dejó de articular palabras para emitir gemidos y las enfermeras debían depositar en su boca una papilla que era lo único que podía ingerir. A veces Lucio acompañaba al hombre de gran estatura a caminar. Tenía que sostenerlo por detrás como si fuese un títere gigante. Debía empujarlo. El anciano daba unos pasos, pero luego se quedaba inmóvil. Era como desplazar una estatua imponente cuyo rostro inspiraba benovolencia y ternura. A veces dormía y sus labios eran succionados hacia dentro de su cavidad bucal, dándole una imagen cadavérica. Cierto día una enfermera le informó a Lucio que Carlos ya no volvería. También se marchó don Aquileo, un viejito al que le encantaba trabajar en la pequeña huerta del Ancianato. Un día puso a Lucio a recoger la maleza que invadía esa huerta. En otra oportunidad se enojó porque se sintió vigilado por el voluntario; sólo toleraba que lo vigilaran las enfermeras. Y otra que también dijo adios fue María Asención. Era una negrita de Buenaventura a la que las enfermeras trataban con cierta rudeza. Un día  anunciaron que había fallecido.

Entre cuerdos y locos
Al comedor sólo van los más lúcidos. Y en el Centro Día  quedan las más dementes: Marina e Inés. Son muy diferentes -la una es bajita y gorda y la otra alta  y enclenque- pero a la vez son muy parecidas. No se les entiende lo que dicen, salvo pequeños instantes en que logran articular algunas palabras. A veces están tan inquietas que las enfermeras las amarran a las sillas con cuerdas que han bautizado con el eufemismo de `inmovilizadores'. Marina generalmente se sienta y empieza a palpar con las palmas de sus manos todo lo que hay a su alrededor. A veces toma objetos alegando que son suyos. Es adorable. Llora constantemente por su mamá y a veces recuerda su muerte. También menciona insistentemente a su hermano Copérnico. Por su parte Inés recuerda con vehemencia a Cecilia Ortiz, su madre, mientras camina sin cesar como alma en pena por todo el Centro Día desde que llega, hasta cuando la recogen. A veces la enclenque anciana se quita la blusa dejando al descubierto su delgadez y cubriendo lo poco que le queda de senos con un brassier negro. Algunos dicen que a esa edad las personas aún son presas de la lìbido.

Elvia Osso es un poco más cuerda que Inés. Al menos articula más claramente las pocas palabras que dice. Por cierto es bastante monotemática: "¿yo pa' dónde me voy? "¿Qué hago?" "¡Dios mio!" "¿Pa' donde me lleva?", son las frases que repite compulsivamente. Odia el Centro día y siempre busca la manera de escaparse, pero nunca lo consigue. El Alzhaimer ha consumido su mente y por eso no recuerda casi nada, excepto a una persona: Lisímaco, su padre, quien al parecer tenía un fuerte carácter y se enojaba cuando ella salía sola y se demoraba. A veces se torna muy violenta y no duda en atacar con sus uñas, cual si fuera una gata, a quien le impida salir del Centro Día.

La anciana más lúcida es quizás Argenis Contreras. Viene del Tolima como Hilda. Casi  no puede caminar pero esa incapacidad se ve compensada por su enorme claridez mental. Cuenta que su pasión es la costura y en el pasado llegó a tener varios empleados bajo su mando en un taller de confecciones. Ahora ha visto su impetú reducido por vivir en una casa en la que a sus parientes "no les gustan muchas cosas que yo les digo". Alguna vez un viejo cascarrabias llamado Fortunato Sánchez increpó a Lucio, al que le tenía mala voluntad, diciéndole: "¿Qué pretende de nosotros?, ¿qué hace aquí?". Ella se metió en la discusión intercediendo por el joven.él no viene a cuidarlo a usted viejo h....".   "Yo creo que cuando me hicieron estaban en plena chichonera, porque donde hay pelea yo me meto", afirma para explicar su intervención en una pelea ajena. A pesar de los años no ha perdido su carácter. Por otro lado el hosco Fortunato prácticamente pasa por el Centro Día sin musitar palabra y cuando intenta hablar es incapaz de articularla alguna. Desde el principio odió al voluntario. Le lanzaba miradas cargadas de odio y recelo, y éste una vez le sacó la lengua como respuesta. El viejo procedió a lanzarle los cuestionamientos antes mencionados.

Y de los hombres el más lúcido es Ernesto. Le encanta hacer reir a la gente con bromas. Siempre sale del  Centro Día con la excusa de que va a la 'finca' -llama a así al exterior-para recoger mangos del suelo. A veces trae las manos llenas con esos frutos o con mandarinas.

Lili, la posesiva.
Lucio debe lidiar con viejitos locos y cuerdos y, fuera de Fortunato, ninguno se ha quejado de su presencia. Incluso algunos se han encariñado con él, especialmente una viejita llamada Lili. Ella vive en una enorme casa ubicada en el barrio El Refugio. Viste elegantemente, lo que indica que es de alta alcurnia. Nació en un pueblo del Cauca y se caracteriza por su carácter posesivo. Quería a Lucio sólo para ella y no toleraba que nadie se le acercara. Su mejor manera de chantajearlo era decir desesperadamente que necesitaba caminar. Alguna vez le dio un ataque de hiperactividad, las enfermeras procedieran a  inmovilizarla y ella intentó morderlas para impedirlo. Además se quejaba de ardor en sus ojos y dolores en el cuerpo. Ciertamente sus ojos estaban cubiertos de lagañas acuosas quizás producto de una conjuntivitis. El joven la tomaba de un brazo y andaban. Ella lo hacía apresuradamente y Lucio trataba de que no se fuera de bruces.

Alguna vez salieron a caminar y se les acercó un hombre relativamente joven. Dijo: "yo cumplo años este día y mostró al voluntario su Cédula de Ciudadanía. "Déme un abrazo" agrego, y Lucio decidió complacerlo. Acto seguido el hombre le zampó dos besos en la mejilla como agradecimiento. Lili sólo atinó a decir: "ese está más loco que una cabra".

A las tres termina la jornada recreativa para los ancianos, pero Lucio sólo los acompaña hasta las doce. Se sienta a gusto de haberles entregado algunas horas de su tiempo, de haber sacrificado el egoísmo propio de los humanos, en un mundo gerontofóbico que adora la juventud junto con la vanidad que trae consigo. Como se vinculó a un periódico sus visitas al Centro Día se han vuelto más espaciadas. Por casualidad se enteró que una de las viejitas del Ancianato, Zeneida, es tía de una compañera de trabajo. Otra viejita llamada Julieta siempre que lo ve repite lo mismo: "Él viene cada quince días cuando le dan permiso en El País". Y Zeneida al oir esto dice sin excepción,como si repitiera un mismo libreto: "¿Usted trabaja en El País? Yo tengo una sobrina que trabaja allá. Se llama Jessica Ivette. ¿Usted no la conoce por casualidad?".

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