martes, 14 de septiembre de 2010

La gata gris

La gata gris es un discreto símbolo de la Unidad Guaraní. Se mueve con sigilo siguiendo siempre las mismas rutinas.  A veces pasea en el parqueadero, se encarama a un carro y desploma su esbelto cuerpo sobre el capó o el techo del vehículo. Duerme plácidamente y cuando alguien osa molestarla, lanza sus poderosas garras.
A veces la gata gris sube al edificio en el que vivo, llega hasta el quinto piso y se pone a comer concentrado para felinos que algunos vecinos amables siempre le sirven en una pequeña coca. Otras veces se acuesta encorvada en una pequeña caja que esos mismos vecinos le dispusieron a manera de cama. Cuando llegó de la calle y veo a la gata gris en algún rincón, siempre le silbó, y ese sonido basta para que me persiga y suba graciosamente las escaleras. Me gusta ver mucho como siempre mira hacia arriba.
La gata es bipolar; un día está de buen genio, se acerca, encorva el espinaso, se deja cargar sin complicaciones. Otras veces está agresiva, emite un maullido que denota su indiferencia y cuando se le carga empieza a emitir un gruñido tètrico acompañado de una especie de estornudos extraños, como si se hubiera infectado con la peste de la rabia. No queda más remedio que soltarla. Y si acaso he sido tan imbècil de ignorar su enfado ella toma medidas radicales y me lanza certeros aruñazos.
La historia de la gata es triste. Abandono su natal Tailandia -cuna de los korat, raza a la que pertenece- para terminar viviendo de arrimada en la Unidad más gruisa de Cali. Todos la consienten como a aquella gata gris que salía en las caricaturas de Garfield, pero en el momento en que quedó preñada no dudaron en arrebatarle a su hijo. El robo sumió a la gata en la depresión y siempre se le veía melancólica; se echaba sobre el suelo adoptando la misma pose de una esfinge y se quedaba inmóvil. Posteriormente decidieron operarla para que no regara más hijos en el mundo. Siempre he pensado que esas tècnicas de control de la natalidad deberían apilcarse también a los humanos.
Por la operación tuvieron que raparle parte de su hermoso pelaje gris, lo que le daba un aspecto tenebroso. Por fortuna el pelo creció con el tiempo.
La gata participó en un sonoviso que presente en mi Universidad y siempre está presente, como una terrible obsesión alojada en mi conciencia. Alguna vez mi mamà pensó equivocadamente que la había violado. Y generalmente las conversaciones con mi progenitora tienen al bello animal como protagonista: "Mamá, advine quièn estaba arriba: ...la gata".


Esa es mi historia con la gata. En la Unidad la bautizaron con el nombre de pelusa...Yo simplemente la llamó la gata gris.

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