lunes, 7 de marzo de 2011

El pueblo y el hampa

El pueblo Cobia paulatinamente se empezó a llenar de hampones. Las mujeres no podían salir a las calles por miedo a ser violadas. Los robos eran continuos y cuando la gente no llevaba nada de valor, era vilmente asesinada. Todo las formas de la criminalidad se desplegaban impunemente por el villorio: narcotráfico, trata de blancas, desparición forzada, secuestros, atracos, asesinatos. El hampa era quien gobernaba y las autoridades legítimas estaban arrinconadas. Pero tarde o temprano los pueblos se cansan de esas satrapías y se alzan contra ellas. Un grupo de ciudadanos imbuidos de odio y deseo de venganza se armaron, derrocaron a las autoridades legítimas y se hicieron al poder con una sola consigna: acabar con la vida de todos los delincuentes.

Esa alzamiento ciudadano fue encabezado por Rodia. Él pretendía ser un adalid de la decencia, pero guardaba profundos secretos. Mas los supo encubrir lo bastante bien como para granjearse el apoyo del pueblo. "Hay que acabar con los hampones","Hay que hacerles sentir el mismo sufrimiento que nos inflingieron", "hay que torturarlos hasta que chillen como cerdos" y consignas semejantes salían de su garganta a cada instante. Mucha gente pensaba como él. Pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos; en Rodia los malos habían cruzado los límites y habían sitiado a los buenos, y ,por ello, era necesario exterminarlos. Había que someterlos a terribles castigos y matarlos para que pagaran por lo que hicieron y comprendieran que su existencia sólo generaba caos en este mundo. Muchos querían torturarlos, no porque quisieran que escarmentaran, sino simplemente por verlos sufrir.

Y así fue: a Gladio, el violador, lo colgaron con un gancho en todo el centro del pueblo. Luego le cortaron su pene y dejaron que muriera desangrado. A Cuncio, un ladrón, le metieron las piernas en un aparato que las trituró. Era un espectáculo macabro ver cómo la extremidad se convertía en un caldo de huesos, cartílagos, músculos y tendones que se confundían con la sangre, mientras Cuncio lanzaba aterradores alaridos. A Lerio, el proxeneta, el mismo Rodia le dio muerte personalmente; su odio, resentimiento y amargura se materializaron en un chuchillo que empuñó con firmeza, para luego dirigirlo con violencia hacia las carnes del delincuente. Sintió un pacer inefable cuando el filoso instrumento se hundió en la humanidad de Lerio y le arrancó profundos gritos.

No faltaron quienes criticaron esos actos de salvajismo. "No podemos igualarnos a los delincuentes al combatirlos con sus mismos métodos... acaso esos actos de crueldad no nos vuelven iguales a ellos". Tenían razón: ni siquiera Rodia explicaba la paradoja de apelar a la crueldad y la sevicia para castigar la crueldad y la sevicia de otros, pues, a fin de cuentas, el que era capaz de cometer un crimen, así fuera por razones justas, no dejaba de ser un criminal capaz de asesinar, en un lapso de locura, incluso a un inocente. Pero el líder de la revolución rehuía a esos reatos de conciencia y siguió masacrando hasta que limpió al pueblo del hampa.

Un día Rodia apareció muerto. La gente no se explicaba por qué resolvió suicidarse, hasta que leyeron su diario. Habían en él cosas tan terribles, que prefirieron quemarlo y olvidar el asunto. Cobia es hoy un pueblo en paz. Su gente es sana y seguidora de las buenas costumbres. Y a veces para divertirse un poco, se dirigen a la plaza del pueblo y disfrutan viendo como desmenbran con una motosierra a algún ratero que se atreva a corromper el estado de paz que los embarga.

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