miércoles, 9 de febrero de 2011

Odio mi trabajo

Odio mi trabajo. Odio mi trabajo profundamente. A lo mejor cambie de parecer próximamente, pero de cualquier manera quiero dejar consignado que en estos momentos odio mi trabajo. Me gradué y quedé en el aire. No tengo contactos, no tengo palancas, no tengo amistades. Soy un asocial y como tal no tenía quién me ayudara a conseguir un trabajo, o al menos me recomendara dónde podría llevar una hoja de vida. Estaba flotando en la nada, esperando que en internet resultara algo, llevando estúpidamente hojas de vida a empresas de las que sabía no me llamarían. Si fuera otro, seguramente me las habría arreglado para fundar una productora independiente, o me convertiría en director de alguna película, o realizador de documentales; incluso podría participar en producción audiovisual, o hubiera ensayado convertirme en profesor. Pero no, mi máldita falta de voluntad, de berraquera, de empuje me orillaron a esta asquerosa situación que vivo actualmente.

Hice prácticas en una empresa X y me fue tremendamente mal. En la universidad descubrí que no servía para escribir, que escribía muy largo, que daba mucha información al lector y que era incapaz de mantener una tensión narrativa que lo enganchara. Y ¿cómo no? Ingresé a la universidad siendo descaradamente inculto: en el colegio me pusieron a digerir literatura tan mediocre como 'El Hombre de la armadura oxidada' o 'Ami, el niño de las estrellas', o 'Juan Salvador Gaviota'. En la Universidad medio aprendí a escribir y con el pasar del tiempo e ido leyendo más para superar un poco mi colosal ignorancia. Obviamente siempre sufro la angustia de sentir que entre más leo, más evidente es mi incultura. En el trabajo descubrí que mi forma de escribir no gusta, no se ajusta ni a los cánones académicos, ni a los estilos esquemáticos de los periódicos. Realmente no sirvo para esto. No sirvo para periodista. No doy la talla.

A pesar de ello le agrade a un individuo terrible y godo que es director de opinión del periódico. Terminé prácticas y él me sugirió que le mandara mi hoja de vida para ayudar a ubicarme. Me fui de esa empresa seguro de que nunca me iban a llamar y la verdad es que esa posibilidad no me atormentaba demasiado. Sería hipócrita decir que no me gustó esa empresa por ser de derecha, por que su producción periodística se dirige a los estratos altos, por defender a ultranza a Uribe; en suma, por apoyar tantas cosas en las que no creo, por obligarme a cohibir en tantas opiniones que quisiera expresar, pero que me tengo que callar. Y digo que sería hipócrita porque quizás las razones por las que no me gustara sean otras. El hecho es que pasaron los meses y me gradué; pasaron más meses y no encontraba trabajo. Mi padre se volvió insoportable, me puso contra la pared y por ello encontrar un empleo era apremiante. Si por mi fuera, hubiese estado dispuesto a trabajar empacando mercados en los supermercados, pero ni siquiera esa posibilidad se concretó.

Diltate mucho la opción de recurrir al director de opinión. Incluso mentí varias veces diciéndoles a mis padres que había hablado con él cuando no era así. Hasta que un día no me quedó más remedio que llamarlo. A los pocos días fui contratado en la empresa.

Resulta que cuando hice prácticas había una niñita con hablado de boba llamada Andrea que se desempeñaba como la periodista del área de opinión. Ella pidió traslado a otra sección como tantos que han pasado por opinión, puesto que ya no soportaba a su director. Es un ser déspota que trata a sus empleados como si fuesen caca, así de sencillo. Le estoy agradecido por haberme ayudado a ingresar a la empresa, pues sin su intervención ello no hubiese ocurrido nunca. Pero ello no implica que ingore quién es el, que ignore que más allá de su recalcitrante godarria, lo más odioso de su personalidad es esa manera grosera, atarvana y agresiva con que trata a sus subalternos. Luego del traslado de Andrea, pusieron en su reemplazo a una niña a la que le fue como los perros en misa. Basta decir que el director de opinión le tiraba la puerta en las narices; la fémina no aguantó y renunció... y me llamaron a mí.

Por un lado ha sido una buena experiencia principalmente por el dinero que he ganado y que ha ayudado a aliviar la precaria situación económica de mi casa. Y también, ¿por qué no?, por que me ha ayudado a conocer como funcionan los medios en este país y la manera como los intereses económicos manipulan la información que se les da a los lectores. Por otro lado no se puede negar que el director de opinión es una persona que, aunque goda, tiene enormes conocimientos y me ha enseñado una gran lección: el valor de una opinión está en la novedad. Una noticia tiene mil facetas cómo analizarla y uno debe estar en capacidad de opinar aquello que los demás no han expresado, y no sólo limitarse a reciclar opiniones ajenas. Pero su despotismo es exasperante. Y la sección misma tambien: no hagó nada que valga la pena, revisó columnas, escribo pequeños textos llamados molinos que son descuartizados por mis jefes; busco durante horas frases que seguramente nadie lee; en fin, trabajos que consumen muchas horas de tiempo, pero que en el papel se reducen a cuadritos insignificantes e insípidos que quizás nadie tiene en cuenta.
Odio mi trabajo, me estresa. Quisiera escribir, quisiera hacer otras cosas. Estoy metido en una burbuja de tedio y no sé cuánto podré aguantar.

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