jueves, 3 de febrero de 2011

El oportunista

Julián Assange no me agrada. Su imagen de mosca muerte, de tipo inofensivo, no logra convencerme. En pocos meses el fundador del portal WikiLeaks se convirtió en uno de los protagonistas del 2010. Su hazaña: haber llevado el ejercicio de la libertad de expresión a sus límites máximos al revelar los secretos más oscuros de la primera potencia mundial, Estados Unidos.

Su imagen se fortaleció realmente, tras las filtraciones que hizo el portal de cables diplomáticos de los embajadores de EE.UU alrededor del mundo. Informaciones que muchas veces  no pasaban de chismes de cocina, pero que atrajeron el morbo del populacho y azuzaron la ira del gobierno de un país que siempre se ha creído inexpugnable. El 11 de septiembre  de 2001 la seguridad de esa nación fue miserablemente burlada y ahora un sujeto con cara de yo no fui, al mando de una manojo de hackers, desnudó de la manera más sencilla su diplomacia. No obstante, informaciones más delicadas, como documentos que revelaban los excesos contra la población civil de las militares gringos en Afganistán, no tuvieron la misma repercusión en la sociedad.

Es un reflejo de la vanidad humana que antepone informaciones baladíes, al estilo de que para EE.UU la persidenta de Argentina tiene problemas mentales, a las graves violaciones que la primera potencia del mundo ha cometido en los países que ha invadido.

De cualquier manera nadie niega la importancia que ha tenido el portal WikiLeaks como elemento fiscalizador de los abusos de los países poderosos y como un vehículo para que la sociedad se quite la venda de los ojos y conozca informaciones que de otro modo siempre estarían ocultas. Pero eso no significa que a Assange se lo deba elevar a la categoría de héroe, porque quizás los fines que persiga con su empresa no son del todo nobles. Perfectamente puede tratarse de un ególatra que disfruta siendo el centro de atracción y que no duda en sacarle provecho económico a la situación que padece actualmente, como lo demuestra la reciente publicación de sus memorias que, de seguro, serán un hit editorial.

Y otra cosa que llama poderosamente la atención, es que un individuo dedicado a escudriñar y divulgar los secrestos de Estado de Estados Unidos para  erigirse como adalid de la transparencia y la fiscalización de las naciones más poderosas, se enoje porque The Guardian haya escudriñado y publicado sus secretos. Porque no hay que olvidar que Assange está acusado de abuso sexual. Y aunque su delito consiste en haberse negado a usar un condón, no deja se ser grave. Sin duda Julián Assange también tiene cola que la pisen.

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