martes, 17 de marzo de 2020

DIARIO DEL COVID 19 (17-03-2020) AISLAMIENTO

Ahora con la pandemia del Covid 19 todos coinciden en recomendar lo mismo: aislamiento. La verdad para mí no resulta difícil acatar esa recomendación porque de hecho toda mi vida he sido una persona muy "aislada". Desde chiquito siempre me sentí como una ficha de rompecabezas que no encajaba en ninguna parte. Recuerdo cuando en kinder pensaba que yo era todo un bicho raro, porque a todo el mundo le gustaba la leche (de vaca, aclaro) menos a mí. Con el tiempo comprendí que lo mío era intolerancia a la lactosa, una condición que muchos otros también padecen, pero al margen de eso durante toda mi existencia me he sentido como una suerte de cuerpo extraño inoculado en esta salvaje realidad.
La cosa se puso peluda durante el resto de mi infancia y adolescencia ya que mis escasas capacidades de socialización, sumadas a otros factores que no mencionaré, me hicieron acreedor de mucho bullying.
Estudié hasta cuarto de primaria en un colegio de garaje llamado Internado San Antonio. Ya después me metieron a estudiar a un plantel de mala muerte ubicado del Batallón Pichincha. Como el San Antonio y el nuevo colegio manejaban distintos calendarios me vi en la necesidad de repetir la mitad de cuarto de primaria, lapso durante el cual mi interacción con mis nuevos compañeros fue nula. En los recreos me limitaba como una güeva a observar como mis pares jugaban un juego de cartas con automóviles de diferentes especificaciones que en esa época estaba muy en boga. Callado e impávido miraba y escuchaba a esos niños gritar "tres colores guerra". Por supuesto, no tardaron en mandarme a cita con la psicóloga del colegio, pero es bien sabido que las psicólogas de instituciones educativas no sirven para nada.
Solo hasta quinto hice amistad con un compañero de colegio que eventualmente se acabaría mudando a otra ciudad. Y en sexto y séptimo me volví amigo de un tipo de clase alta con el que terminé peleando. Posterior a eso llegó otro alumno con el que trabé amistad, pero por ser hijo de militar se fue a vivir a otra parte. Esa era mi triste destino: decirles adiós a las pocas personas con las que lograba "hacer click".
No voy a continuar relatando mis vivencias en el colegio, porque sinceramente me produje pereza. Lo que sí señalaré es que mi carácter ensimismado e introvertido me siguió acompañando en la universidad y en la vida laboral. En la universidad era común que me pusieran de agregado en grupos previamente conformados y las más de las veces me vi en la obligación de hacer solo trabajos y exposiciones que otros sacaban adelante con su camada de amigos. Aunque eso tuvo sus ventajas, pues me exigió esforzarme el triple para tener un buen resultado.
Para no extenderme más, siempre he sido una persona de pocas habilidades sociales, un poco negligente y perezoso, no domino muchos temas que otros usan como centro de sus conversaciones, no soy gracioso (y a estas alturas tampoco me interesa serlo), no tengo chispa, y, a decir verdad, en este punto de mi vida le he tomado un gran fastidio a interactuar con otras personas. Puede que sea un mecanismo de defensa que yo mismo me he impuesto.  Vivo como en una burbuja, como bien me dijo un señor que trabaja (o trabajaba) como camarógrafo en el canal de la Universidad del Valle. En conclusión, el ser humano me produce muchas náuseas.
Lo paradójico es que ahora en tiempos del coronavirus a todos, incluyendo a los más sociables, les tocará aislarse y recluirse en su burbuja para escapar del asedio de la tenebrosa peste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario