lunes, 25 de agosto de 2014

EL DEMONIO DE LA PEDOFILIA

Esa mañana Jhon Jairo se levantó angustiado. Y no era para menos. Soñó que estaba en su casa junto con un muchachito de 17, 18 0 19 años que al parecer era un compañero de universidad. Juntos se disponían a estudiar quizás para un parcial, Jhon Jairo no lo recordaba bien. Lo que sí recordaba vívidamente era la imagen  de sí mismo despojándose de su pantalón y quedando en calzoncillos frente al jovenzuelo. Lo más perturbador es que ese acto de exhibicionismo le había provocado un gran placer.

Tal experiencia onírica suponía un duro golpe para una persona que se alzaba sobre un pedestal de férreo moralismo como lo era Jhon Jairo. Él aborrecía a los pedófilos, aquellos aberrados que en nombre de una "parafilia" buscaban satisfacción sexual a través de menores de edad. Cuando navegaba en un reconocido chat gay de su ciudad para dilapidar tiempo no podía evitar hervir de ira cuando veía el mensaje de algún degenerado hombre maduro que abiertamente y sin ningún pudor buscaba intimar sexualmente con niños y adolescentes. Jhon Jairo no dudaba en recriminarlos por su comportamiento, a la vez que se preguntaba cómo ese chat gay no tenía moderadores encargados de expulsar a aquellos depredadores sexuales.

Pero Jhon con el tiempo se convenció que estaba arando en el desierto, luchando contra la corriente de la abominación moral. No cabía duda que la sociedad colombiana estaba contaminada con el germen de la pedofilia y la pederastia. Bastaba con leer los foros de opiniones de los periódicos cuando era publicada una noticia de un presunto caso de abuso sexual de un menor para comprobarlo. En efecto cuando aparecía un informe de una niña de trece, catorce, quince, dieciseís o diecisiete años que había sido víctima de abuso no eran pocos los foristas que justificaba el delito aduciendo que las niñas desde temprana edad buscaban practicar el sexo. En pocas palabras esos opinadores volvían añicos la ilusión de la inocencia propia de la niñez asegurando que desde su más tierna infancia en las niñas afloraban los instintos sexuales.

Jhon Jairo no controvertía esa hipótesis. En efecto era probable que desde edades tempranas los seres humanos empezaban a experimentar los embates de la líbido, pero lo que no toleraba es que hubieran adultos que se escudaran en esa posibilidad para justificar sus encuentros íntimos con menores de edad. ¿Acaso esos mismos adultos no tenían la suficiente cabeza fría para comprender que un menor de edad carece de la madurez física y sicológica para afrontar una relación sexual? ¿Acaso carecían de la fuerza de voluntad para evitar caer en la tentación de copular con niños? ¿No comprendían que resultaba vomitivo que un hombre maduro buscaran una relación carnal con un niño o niña por más de que ésta fuera consentida?

Al parecer la respuesta a esos interrogantes era que no. Y ahora a Jhon lo angustiaba la posibilidad de él mismo convertirse en uno de aquellos pedófilos que tanto odiaba. A fin de cuentas aquel sueño que paradójicamente le quitaba el sueño no era la primera manifestación de tal parafilia. Años atrás Jhon recibió un correo de un "amigo". Se trataba supuestamente de un video de unos jóvenes de 18 años sosteniendo relaciones. Al verlo Jhon no tardó en adivinar que aquellos muchachos en realidad eran menores de edad. Aunque el material fílmico duró apenas un minuto, Jhon se aterró de haberlo visto en su totalidad. ¿Por qué razón sus propios escrúpulos morales no lo llevaron a apartar su vista de ese video en el mismo instante en que se dio cuenta que sus protagonistas eran menores de edad? Desde ese instante Jhon Jairo se aborreció a sí mismo. El repugnante demonio de la pedofilia estaba enquistado en su mente y ahora sólo rogaba por tener la fuerza de voluntad suficiente para no dejarse arrastrar por su sórdida influencia.

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