Emile Durkheim en su texto Constitución según Platón, Aristóteles y
Maquiavelo califica de superficial la pretensión de entender el cambio de
los régimenes políticos descritos por Aristóteles por los existentes en la
actualidad, en función de un hecho concreto como la abolición de la esclavitud.
Yo comparto esa percepción ya que en mi concepto la verdadera causa del
contraste entre los régimenes políticos aristotélicos y los actuales se debe
buscar más en el surgimiento del capitalismo.
El nacimiento y
consolidación del capitalismo supuso la aparición de dos clases sociales
antagónicas: quienes poseían los medios de producción (burgueses) y quienes al
carecer de ellos se veían obligados a vender su fuerza de trabajo a los
primeros (proletarios). Para luchar contra el feudalismo y derrocar su régimen
político los burgueses promovieron unas ideas que defendían la supuesta
igualdad ante la ley de todos los ciudadanos y su carácter de seres libres,
aunque el carácter tan emancipador de esos postulados era un disfraz que
encubría las verdaderas intenciones de los burgueses, que no eran otras que ponderar
la libertad, sí, pero de empresa, de comercio, etc., además de las libertad de
los otrora siervos para vender al mejor postor su fuerza de trabajo.
Esas ideas propias del
liberalismo burgués sirvieron para reinterpretar el concepto de democracia, un
sistema político que a partir de entonces estaría fundamentado en la igualdad de
todos los ciudadanos y la expresión de la voluntad de las mayoría a través del
sufragio universal, pero por supuesto consagrando por sobre todas las cosas a
cada ciudadano el derecho a la propiedad, a tener sus propias empresas, al
libre comercio, etc.
La democracia es el régimen
político que predomina en la actualidad. Es una ingenuidad pensar que la
diferencia de éste con la democracia de los antiguos griegos estuvo determinada
simplemente por la abolición de la esclavitud. Hecha esta claridad procederé a
hacer un análisis tanto de Aristóteles, como de los otros dos autores vistos (Maquiavelo
y Platón) para rastrear sus puntos en común y sus divergencias.
Influencia
de Platón en Aristóteles
Empezaré por decir que para
Platón sólo existe un régimen político perfecto: aquel en el que un solo
individuo gobierna sin contar necesariamente con la aceptación voluntaria de
sus súbditos ni ceñirse a códigos escritos, ya que posee el “arte real” que le
confiere la potestad de tomar decisiones que procuran bienestar a sus
gobernados aunque no estén ceñidas a leyes ya instituidas.
Este autor compara a aquel
individuo de tan excelsas virtudes con los médicos: “que nos curen con nuestro asentimiento o sin él, cortando,
quemando o provocándonos algún otro sufrimiento, lo hagan según un código escrito
o prescindiendo de él, sean pobres o ricos, en ningún caso vamos a dejar de
llamarlos ‘médicos’, siempre que sus prescripciones respondan a un arte y, al
purgarnos o reducir de algún modo nuestro peso o bien aumentarlo, lo hagan para
bien de nuestro cuerpo, mejoren su estado y salven con sus tratamientos a los
pacientes a su cuidado”[1], afirma.
Todos los demás regímenes
políticos no son más que imitaciones de ese régimen ideal que “funcionan” bien
en la medida de que estén regidas por códigos escritos para prevenir que sus
gobernantes lleven a cabo acciones que acarreen perjuicios para sus gobernados.
Por supuesto que la idea de
un gobernante que esté por encima de la ley porque él mismo es la ley resulta
desconcertante, perturbadora y, sobre todo, demasiado idealista porque supone
confiar absolutamente en la virtud y el buen juicio de un único individuo, pero
Platón defiende su idea aduciendo que “la ley jamás podría abarcar con
exactitud lo mejor y más justo para todos a un tiempo y prescribir así lo más útil para todos.
Porque las desemejanzas que existen entre los hombres, así como entre sus
acciones y el hecho de que jamás ningún asunto humano -podría decirse- se está
quieto, impiden que un arte, cualquiera que sea, revele en ningún asunto nada
que sea simple y valga en todos los casos y en todo tiempo”[2].
Y agrega que la ley intenta
esa “simplicidad”, impidiendo la posibilidad de que alguien actúe contra el
orden establecido o aplique disposiciones superiores a las ya existentes y que
se encuentran consignadas en las leyes escritas. Es decir que una ley general
que pretende aplicarse en la mayoría de los casos es incapaz de interpretar las
singularidades y particularidades que cada situación presenta.
El porqué el gobierno
perfecto corresponde al ejercido por un único individuo y no a un grupo más
amplio de individuos es algo que Platón no explica con mayor detalle; al
respecto sólo manifiesta que este gobierno es inferior porque la autoridad está
distribuida en pequeñas parcelas y que “…ninguna muchedumbre de ningún tipo
sería capaz de adquirir tal ciencia (el arte real) y de administrar una ciudad
con inteligencia, sino que es en algo pequeño y escaso, más bien en la unidad,
donde debe buscarse aquel régimen político que sea recto, y a los demás
considerarlos imitaciones…”[3].
En conclusión, para Platón el
régimen perfecto es una monarquía en la que el rey, en calidad de poseedor del
arte real, hace lo que es provechoso para sus gobernados, usando la persuasión
o sin usarla, rico o pobre, según códigos escritos o sin ellos. ¿Qué garantiza
que ese único gobernante no utilice esos plenos poderes para imponer una
dictadura en provecho propio y no de sus gobernados, o que pretendiendo hacer
un bien tomé decisiones que acarren un gran perjuicio para sus súbditos? Para
platón la garantía de que ello no ocurra estriba en la posesión del llamado arte
real, un planteamiento que, como dije antes, resulta ciertamente idealista.
Lo cierto es que Aristóteles
en su texto intitulado Política procede
a controvertir sistemáticamente esa definición de régimen ideal construida por
su maestro Platón. Al respecto asevera que: “¿Es mejor, entonces, que gobierne
uno solo, el más probo de todos? Esto es aún más oligárquico, ya que los
excluidos de los honores son la mayoría. Quizás podría afirmarse que, en
general, está mal que el poder soberano sea no la ley sino un hombre, ya que
éste tendrá las pasiones que afectan al alma”[4].
Aristóteles desvirtúa la
tesis de es mejor el gobierno de un único individuo ya que “muchos, aunque no
individualmente hombres probos, es posible que, al reunirse, sean mejores que
aquellos, no individual, sino colectivamente, del mismos modo que los banquetes
a los que muchos han contribuido son mejores que los costeados por uno solo;
pues, al ser muchos, cada uno tiene una parte de virtud y de prudencia y, al
reunirse, así como la masa se convierte en un solo hombre de muchos pies,
muchas manos y muchos sentidos, así también ocurre con los caracteres y la
inteligencia”[5].
A su vez este autor crítica
la idea de que se gobierne sin ceñirse a la ley arguyendo que ““es mejor, en
general, aquello a lo que no se le asocia ninguna pasión que aquello en lo que la pasión es algo
connatural. Efectivamente, esto no existe en la ley, mientras que toda alma
humana forzosamente lo tiene. Aunque quizá podría decirse que, en compensación,
un hombre deliberará mejor en los casos particulares”[6].
No obstante Aristóteles
coincide en parte con Platón afirmado que en efecto hay casos en los que la ley
no puede expresarse con precisión. Para salvar esa dificultad propone que sean
soberanas las leyes bien establecidas, mientras que el magistrado debe ser
soberano en aquellos casos en que para la ley resulte difícil el
establecimiento de un principio general que abarque todos los casos. De
cualquier manera para Aristóteles siempre resulta más conveniente que sean
varios los que juzguen en estos casos especiales ya que una multitud toma
mejores decisiones que un solo individuo; además un grupo numeroso es más
difícil de corromper y no se deja llevar tan fácil por la cólera.
Vemos pues que las opiniones
de estos dos autores son antitéticas. Mientras para platón el gobierno perfecto
recae en un solo individuo, para Aristóteles sólo un gobierno de varios puede
asegurar su viabilidad. Y mientras el uno arguye que un gobernante sabio puede
prescindir de la ley ya que ésta es incapaz de dar la respuesta más adecuada a
cada caso particular que se presente, el otro opina que al no estar sujetas a
la ley las decisiones del gobernante éstas resultan contaminadas por sus
pasiones. Cada uno defiende así su parecer con los mejores argumentos y de cada
uno se puede decir que en efecto le asiste una parte de razón.
Hay otros puntos en que
estos dos autores tienen coincidencias. Por ejemplo Platón considera que los
cambiadores de dinero, los comerciantes, los armadores y revendedores sólo
tienen participación en la política en el terreno “comercial”. Aristóteles
aduce que ellos no pueden tener participación en las magistraturas porque éstas
requieren de ciudadanos que cuenten con tiempo libre para poder deliberar en
ellas. El tener ellos que dedicarse al comercio restringiría su cantidad de
tiempo libre.
Difieren sin embargo maestro
y discípulo en otro punto. Como ya se ha dicho el primero considera “débil” e
“incapaz de nada grande” al gobierno ejercido por la muchedumbre y por tanto
conceptúa que es el peor de los regímenes políticos “legales”. Sin embargo de
entre los gobiernos que no observan las leyes lo considera el mejor. Por lo
tanto, de todos los regímenes políticos que son legales, éste es el peor, pero
de todos los que no observan las leyes es, por el contrario, el mejor.
Al respecto Aristóteles
opina que Platón “juzgaba, en efecto, que si todos los regímenes políticos son
razonablemente buenos, por ejemplo, si la oligarquía y los demás son buenos, la
democracia es el peor, pero si ellos son malos, la democracia es el mejor.
Nosotros, por el contrario, afirmamos que ellos son completamente errados y que
es erróneo decir que una oligarquía es mejor que otra, pues sólo es menos
defectuosa”[7].
Se debe en este punto aclarar que para Platón, como ya se ha señalado, sólo
existe un régimen perfecto y es aquel del gobernante que posee el arte real.
Los demás son simples imitaciones que se debe calificar de buenas si se ajustan
a las leyes (Monarquía, aristocracia) y malas si no se atienen a normas
escritas que emulen el régimen perfecto (tiranía, oligarquía, democracia). Para
Aristóteles, en cambio, tres son los regímenes rectos en la medida que busquen
el bien común (monarquía, aristocracia y república) y tres los regímenes
desviados en razón de que busquen el provecho de una única persona (tiranía),
de los ricos (oligarquía) o de los pobres (democracia). Es decir que éste
último régimen –la democracia- debe ser considerado intrínsecamente malo
indistintamente de que se ajuste o no a las leyes.
Debemos decir entonces que
Platón y Aristóteles son autores contrapuestos. El primero señala, como ya he
indicado varias veces, que el régimen político ideal es una monarquía presidida
por un individuo que posea el arte real. La labor de este rey es comparable al
arte de tejer ya que él en aras de preservar su régimen y brindar bienestar y
cuidado a todo sus súbditos ha de entrelazar y combinar a aquellos que tienen
un carácter inclinado hacia la sensatez con aquellos que tienen un carácter
propenso a la valentía. Tomando y combinando lo mejor de ambas virtudes se
pretende elaborar un tejido sólido que arrope a toda la ciudad, la resguarde y,
a su vez, permite a los gobernados en su conjunto vivir en armonía y en
perfecta comunión, y a cada uno de ellos aspirar a un bienestar y un
mejoramiento continuo.
Para Aristóteles en cambio
el régimen más recto de todos no es la monarquía por fuera de la ley y sujeta a
los caprichos y pasiones de un solo gobernante, sino una república y la mejor
manera de asegurar la perdurabilidad de ese régimen político es procurar que la
mayoría de quienes hagan parte de éste pertenezcan a la clase media. Él llega a
esa conclusión en virtud de que las sediciones en el seno de los regímenes son
instigados por los ricos o notables, o por los pobres o libres; sobre el
particular anota: “los que aspiran a la igualdad se lanzan a la sedición si
consideran que, aunque son iguales a los que tienen más, tienen menos que
ellos; y los que aspiran a la desigualdad y la superioridad, si suponen que,
aunque son desiguales, no tienen más, sino igual o menos (…) así pues, si son inferiores,
se tornan facciosos para ser iguales y, si son iguales, para ser superiores…”[8]. Vemos pues que cada autor
plantea o postula un distinto método para preservar el régimen que, a su
juicio, es mejor y no parece haber mayores similitudes entre las propuestas de
uno y otro.
No obstante en un aparte de El Político Platón manifiesta que la
política se cuida “bien de no caer en el más o en el menos del justo medio”, y
lo considera “no como algo inexistente, sino como algo peligroso en lo que a
sus actividades se refiere; y precisamente de ese modo, cuando preservan la
medida logran que sus obras sean todas bellas y buenas”[9]. El autor hace esa
acotación a propósito de la extensión del proceso de argumentación que lleva a
cabo para precisar la definición de político; al respecto dice por un lado que
no sólo se miden las cosas en relación al tamaño de otras más grandes o más
pequeñas, sino también en relación a su cercanía al término medio. Como vimos,
Aristóteles también se refiere a ese término medio: para él la existencia de
una clase media numerosa (con un patrimonio que no caiga en el exceso ni en la
pobreza) garantiza que un régimen sea sólido y duradero.
Emile Durkheim afirma en su
texto Constitución según Platón,
Aristóteles y Maquiavelo que Platón sentó las bases de la teoría
aristotélica sobre las revoluciones o cambios en los regímenes políticos.
Ciertamente se pueda rastrear una notoria influencia del maestro en el
discípulo, sobre todo porque el segundo critica duramente los postulados del primero
para construir un concepto de régimen político ideal diferente a una monarquía
en cabeza de un rey excepcionalmente virtuoso revestido de grandes poderes.
Aristóteles
y Maquiavelo
Así como hay contrastes
entre Platón y Aristóteles, también se puede encontrar influencia de éste
último autor en Maquiavelo a pesar de que ambos autores tienen visiones muy
disímiles de la política. No es para menos: el uno habla de regímenes políticos rectos en la
medida que persigan el bien común, mientras que el otro enfatiza en la virtud
que debe tener un príncipe no sólo para conservar el reino y su poder dentro de
él, sino también para conquistar y anexar nuevos reinos.
Con respecto a esto último
Maquiavelo asevera que el príncipe que conquiste un nuevo territorio “debe,
como se ha dicho, convertirse en jefe y protector de los naturales menos
poderosos, y arreglárselas para debilitar a los poderosos del mismo, además de
prevenir la menor contingencia que haga factible la entrada en el reino de un
extranjero tan poderoso como él”[10]. Ya había comentado
cuáles son para Aristóteles las causas de las sediciones: por un lado cuando
los que se creen iguales (pobres) tienen menos que los otros y por el otro
cuando los que se creen superiores (ricos), tienen lo mismo o menos que los
otros. Pues Maquiavelo plantea una solución para prevenir estas posibles
sediciones en un régimen que ha sido conquistado: volverse aliado de los pobres
y debilitar a los ricos y notables.
Y es que de hecho otro punto
en el que Aristóteles y Maquiavelo coinciden es en la importancia de los ricos
y los pobres en la ciudad. Sobre eso Aristóteles dice que “… lo que se
considera como las partes por excelencia de la ciudad son éstas: los ricos y
pobres. Además, debido a que en la mayoría de los casos los unos son pocos y
los otros muchos, estas partes de la ciudad se muestran como contrarias”[11].
Para Maquiavelo pobres y
ricos también son los elementos constitutivos de la ciudad, aunque a los primeros
los llama pueblo y a los segundos, notables. Sin embargo anota que es más
sensato que el príncipe se granjeé el apoyo del pueblo que el de los notables:
“quien accede al principado mediante el apoyo popular –dice- está solo, sin
nadie, o casi, en derredor suyo que no esté dispuesto a obedecer. Además de eso,
no se puede con honestidad dar satisfacción a los notables sin perjudicar a los
otros, lo cual sí es posible con el pueblo, por ser el suyo fin más honesto que
el de los notables al querer éstos oprimirlos y aquel que no se les oprima. No
sólo eso: de enemistarse el pueblo, el príncipe jamás podría estar seguro, por
ser demasiados. Con los notables, que son pocos, sí podría. Lo peor que puede
esperar un príncipe de un pueblo enemigo es que lo abandone; mas con los notables
por enemigos no sólo cabe temer su abandono, sino también que le hagan frente…”[12].
En síntesis, cuando
Maquiavelo afirma que “…el pueblo desea que los notables no lo dominen ni lo
opriman, mientras los notables desean dominar y oprimir al pueblo”[13], coincide plenamente con
Aristóteles quien identifica en ese antagonismo entre ricos y pobres la génesis
de las sediciones en las ciudades.
Otra similitud entre
Aristóteles y Maquiavelo es que ambos ponderan el valor de las leyes y de las
armas al momento de gobernar. “Y de los fundamentos de todos los estados, tanto
nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas leyes y las buenas
armas”, señala Maquiavelo agregando que “no pueden haber buenas leyes donde no
hay buenas armas y donde hay buenas armas las leyes son por cierto buenas”[14].
Sobre la importancia de la
ley para Aristóteles ya se habló en páginas anteriores. Este autor también se
refiere a la importancia de las armas señalando que el gobierno debe estar constituido
solamente por quienes las posean. Además añade que “si se admite que el alma
del ser vivo es una parte más importante que el cuerpo, habrá que admitir
también que, en las ciudades, más importantes que los elementos que atienden a
la satisfacción de las necesidades básicas son el elemento guerrero, el que
administra justicia en los tribunales, y además de éstos el consultivo, que
representa la inteligencia política en acción”[15]
Maquiavelo va más allá
señalando que “un príncipe, por tanto, no debe tener otro objetivo ni más
pensamiento, ni tomar otro arte como propio, aparte de la guerra, sus
modalidades y dirección; pues es la única arma que concierne al que manda”[16]. E incluso agrega que
aquellos príncipes que se han dedicado más a la molicie que a las armas, han perdido
su poder”.
En el proceso de lectura
descubrí otra posible coincidencia entre estos dos autores. En un aparte de El Príncipe Maquiavelo plantea que: “quien
se convierta en señor de una ciudad habituada a vivir libre y no la aniquile,
que espere ser aniquilado por ella, pues siempre le serán de refugio al rebelarse
el nombre de la libertad y sus antiguas instituciones, cosas ambas que ni el transcurrir
del tiempo ni los beneficios deparados jamás hacen olvidar[17]”. Dicho fragmento yo lo
interpreto de la siguiente manera: afirma Maquiavelo que las ciudades
acostumbradas a la libertad oponen más resistencia a la hora de ser conquistadas.
Se podría asimilar ese tipo de ciudades con las llamadas repúblicas y se debe
recordar que para Aristóteles este tipo de régimen, la república, es mejor que
una oligarquía, una monarquía o una
tiranía; es decir que una república en razón de su dificultad para ser
conquistada sería un régimen más sólido y duradero y en ese orden de ideas se
le daría la razón a Aristóteles.
Maquiavelo y Aristóteles
también comparten una visión pesimista del ser humano. Mientras el segundo anota,
aludiendo a la virtud del buen ciudadano y del hombre de bien, que “…la virtud
del buen ciudadano han de tenerla todos (pues así la ciudad será necesariamente
mejor); pero es imposible que tengan la del hombre de bien, ya que no todos los
ciudadanos de la ciudad perfecta son necesariamente hombres buenos”[18]. Es más, este autor
sentencia que “ricos y pobres hay muchos en muchos lugares”, pero “…nobles y buenos
no hay cien en ninguna parte”[19]. Maquiavelo, por su
parte, al respecto se atreve a aseverar que los hombres “son ingratos,
volubles, falsos, cobardes y codiciosos; y que mientras los tratas bien son
todos tuyos (…) más siempre y cuando no los necesites; pero cuando es así, se
dan media vuelta”[20].
Semejante opinión tan
negativa que tiene Maquiavelo del hombre se constituye en uno de los fundamentos
de su teoría política; tanto es así que llega a afirmar que el príncipe al
momento de gobernar puede recurrir a actos crueles siempre y cuando se ejecuten
“de golpe, en aras de la seguridad propia, sin que se recurra más a ellas, y
redunden en la mayor utilidad posible para los súbditos”[21] En esa cita se puede
encontrar una coincidencia plena con los planteamientos de Platón para quien,
recordemos, el rey poseedor del arte real puede incurrir en métodos non sanctus
para procurar bienestar a sus gobernados. Al respecto el autor griego dice que si
estos gobernantes “mandan a la muerte o destierran a algunos individuos para
purificar y sanear la ciudad, o si envían aquí y allá colonias como si fueran
enjambres de abejas para reducir la ciudad o, por el contrario, traen
inmigrantes de algún otro lado para aumentar su volumen, mientras procedan con
ciencia y justicia para salvarla e introduzcan en lo posible mejoras, debemos
decir, ateniéndonos a tales rasgos, que es este régimen político el único recto”[22].
Es evidente pues la
semejanza entre los postulados de Maquiavelo y Platón, aunque cabe decir que
con respecto al asunto de los extranjeros Aristóteles discrepa de su maestro ya
que para él la llegada de extranjeros a las ciudades es causa de sediciones en
éstas.
Pero, en general, es
imposible no admitir que para Maquiavelo el príncipe no debe ser un personaje
impoluto y sin mácula, sino que dependiente de las circunstancias y en razón
del carácter corrupto del ser humano debe ser capaz de obrar de manera nos
sancta.
Existen múltiples
referencias en El Príncipe al
respecto. En un aparte se dice que: “…muchos son los que han imaginado
repúblicas y principados que nadie ha visto ni conocido jamás realmente, y está
tan lejos el cómo se vive del cómo se debería vivir, que quien renuncie a lo
que se hace en aras de lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que
su ruina que su conservación; y es que un hombre que quiera hacer en todo
profesión de bueno, acabará hundiéndose entre tantos que no lo son. De ahí un
príncipe que se quiera mantener necesite aprender a ser no bueno, y a hacer uso
de ello o no, dependiendo de la necesidad”[23].
En este punto me asalta una
duda: ¿se puede considerar una misma cosa la virtud de la que habla Maquiavelo
y la posesión del arte real de la que hace referencia Platón? No obstante hay
que aclarar que, en mi concepto, ambos autores conceptúan que la política tiene
fines distintos. Mientras el griego hace énfasis en la política como un arte
que propende por el bienestar y el cuidado del rebaño humano, el italiano ve en
la política más como un arte de preservar el reino y el poder en él, a la vez
que acrecentar ese poder conquistando y anexando nuevos reinos.
[1]
Platón, ‘Político’ en Diálogos, Editorial
Gredos, Madrid, 1992, pág. 580-581
[2]
Platón, Op. Cit. pág. 582
[3] Platón,
Op. Cit. Pág. 588
[4]
Aristóteles, Política, Editorial
Losada, Buenos Aires, 2005, pág. 195
[5]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 195-196
[6]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 217
[7]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 233
[8]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 292
[9]
Platón, Op. Cit. pág. 561
[10] Maquiavelo,
Nicolás, El Príncipe, Pág. 9
[11]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 243
[12]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 32 y 33
[13]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 32
[14]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 40
[15]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 241
[16]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 48
[17]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 17
[18]
Aristóteles, Op. Cit. pág. 175
[19]
Aristóteles, Op. Cit. Pág. 291
[20]
Maquiavelo, Op. Cit. Pág. 56
[21]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 30
[22]
Platón, Op. Cit. pág. 581
[23]
Maquiavelo, Op. Cit. pág. 51
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