jueves, 9 de enero de 2014

¿QUÉ TIENEN EN COMÚN PLATÓN, ARISTÓTELES Y MAQUIAVELO?



Emile Durkheim en su texto Constitución según Platón, Aristóteles y Maquiavelo califica de superficial la pretensión de entender el cambio de los régimenes políticos descritos por Aristóteles por los existentes en la actualidad, en función de un hecho concreto como la abolición de la esclavitud. Yo comparto esa percepción ya que en mi concepto la verdadera causa del contraste entre los régimenes políticos aristotélicos y los actuales se debe buscar más en el surgimiento del capitalismo.

El nacimiento y consolidación del capitalismo supuso la aparición de dos clases sociales antagónicas: quienes poseían los medios de producción (burgueses) y quienes al carecer de ellos se veían obligados a vender su fuerza de trabajo a los primeros (proletarios). Para luchar contra el feudalismo y derrocar su régimen político los burgueses promovieron unas ideas que defendían la supuesta igualdad ante la ley de todos los ciudadanos y su carácter de seres libres, aunque el carácter tan emancipador de esos postulados era un disfraz que encubría las verdaderas intenciones de los burgueses, que no eran otras que ponderar la libertad, sí, pero de empresa, de comercio, etc., además de las libertad de los otrora siervos para vender al mejor postor su fuerza de trabajo.

Esas ideas propias del liberalismo burgués sirvieron para reinterpretar el concepto de democracia, un sistema político que a partir de entonces estaría fundamentado en la igualdad de todos los ciudadanos y la expresión de la voluntad de las mayoría a través del sufragio universal, pero por supuesto consagrando por sobre todas las cosas a cada ciudadano el derecho a la propiedad, a tener sus propias empresas, al libre comercio, etc. 
 
La democracia es el régimen político que predomina en la actualidad. Es una ingenuidad pensar que la diferencia de éste con la democracia de los antiguos griegos estuvo determinada simplemente por la abolición de la esclavitud. Hecha esta claridad procederé a hacer un análisis tanto de Aristóteles, como de los otros dos autores vistos (Maquiavelo y Platón) para rastrear sus puntos en común y sus divergencias.


Influencia de Platón en Aristóteles
Empezaré por decir que para Platón sólo existe un régimen político perfecto: aquel en el que un solo individuo gobierna sin contar necesariamente con la aceptación voluntaria de sus súbditos ni ceñirse a códigos escritos, ya que posee el “arte real” que le confiere la potestad de tomar decisiones que procuran bienestar a sus gobernados aunque no estén ceñidas a leyes ya instituidas.

Este autor compara a aquel individuo de tan excelsas virtudes con los médicos:que nos curen con nuestro asentimiento o sin él, cortando, quemando o provocándonos algún otro sufrimiento, lo hagan según un código escrito o prescindiendo de él, sean pobres o ricos, en ningún caso vamos a dejar de llamarlos ‘médicos’, siempre que sus prescripciones respondan a un arte y, al purgarnos o reducir de algún modo nuestro peso o bien aumentarlo, lo hagan para bien de nuestro cuerpo, mejoren su estado y salven con sus tratamientos a los pacientes a su cuidado”[1], afirma.
 
Todos los demás regímenes políticos no son más que imitaciones de ese régimen ideal que “funcionan” bien en la medida de que estén regidas por códigos escritos para prevenir que sus gobernantes lleven a cabo acciones que acarreen perjuicios para sus gobernados.

Por supuesto que la idea de un gobernante que esté por encima de la ley porque él mismo es la ley resulta desconcertante, perturbadora y, sobre todo, demasiado idealista porque supone confiar absolutamente en la virtud y el buen juicio de un único individuo, pero Platón defiende su idea aduciendo que “la ley jamás podría abarcar con exactitud lo mejor y más justo para todos a un tiempo  y prescribir así lo más útil para todos. Porque las desemejanzas que existen entre los hombres, así como entre sus acciones y el hecho de que jamás ningún asunto humano -podría decirse- se está quieto, impiden que un arte, cualquiera que sea, revele en ningún asunto nada que sea simple y valga en todos los casos y en todo tiempo”[2].

Y agrega que la ley intenta esa “simplicidad”, impidiendo la posibilidad de que alguien actúe contra el orden establecido o aplique disposiciones superiores a las ya existentes y que se encuentran consignadas en las leyes escritas. Es decir que una ley general que pretende aplicarse en la mayoría de los casos es incapaz de interpretar las singularidades y particularidades que cada situación presenta.

El porqué el gobierno perfecto corresponde al ejercido por un único individuo y no a un grupo más amplio de individuos es algo que Platón no explica con mayor detalle; al respecto sólo manifiesta que este gobierno es inferior porque la autoridad está distribuida en pequeñas parcelas y que “…ninguna muchedumbre de ningún tipo sería capaz de adquirir tal ciencia (el arte real) y de administrar una ciudad con inteligencia, sino que es en algo pequeño y escaso, más bien en la unidad, donde debe buscarse aquel régimen político que sea recto, y a los demás considerarlos imitaciones…”[3].

En conclusión, para Platón el régimen perfecto es una monarquía en la que el rey, en calidad de poseedor del arte real, hace lo que es provechoso para sus gobernados, usando la persuasión o sin usarla, rico o pobre, según códigos escritos o sin ellos. ¿Qué garantiza que ese único gobernante no utilice esos plenos poderes para imponer una dictadura en provecho propio y no de sus gobernados, o que pretendiendo hacer un bien tomé decisiones que acarren un gran perjuicio para sus súbditos? Para platón la garantía de que ello no ocurra estriba en la posesión del llamado arte real, un planteamiento que, como dije antes, resulta ciertamente idealista.
 
Lo cierto es que Aristóteles en su texto intitulado Política procede a controvertir sistemáticamente esa definición de régimen ideal construida por su maestro Platón. Al respecto asevera que: “¿Es mejor, entonces, que gobierne uno solo, el más probo de todos? Esto es aún más oligárquico, ya que los excluidos de los honores son la mayoría. Quizás podría afirmarse que, en general, está mal que el poder soberano sea no la ley sino un hombre, ya que éste tendrá las pasiones que afectan al alma”[4].

Aristóteles desvirtúa la tesis de es mejor el gobierno de un único individuo ya que “muchos, aunque no individualmente hombres probos, es posible que, al reunirse, sean mejores que aquellos, no individual, sino colectivamente, del mismos modo que los banquetes a los que muchos han contribuido son mejores que los costeados por uno solo; pues, al ser muchos, cada uno tiene una parte de virtud y de prudencia y, al reunirse, así como la masa se convierte en un solo hombre de muchos pies, muchas manos y muchos sentidos, así también ocurre con los caracteres y la inteligencia”[5].  

A su vez este autor crítica la idea de que se gobierne sin ceñirse a la ley arguyendo que ““es mejor, en general, aquello a lo que no se le asocia ninguna pasión  que aquello en lo que la pasión es algo connatural. Efectivamente, esto no existe en la ley, mientras que toda alma humana forzosamente lo tiene. Aunque quizá podría decirse que, en compensación, un hombre deliberará mejor en los casos particulares”[6]

No obstante Aristóteles coincide en parte con Platón afirmado que en efecto hay casos en los que la ley no puede expresarse con precisión. Para salvar esa dificultad propone que sean soberanas las leyes bien establecidas, mientras que el magistrado debe ser soberano en aquellos casos en que para la ley resulte difícil el establecimiento de un principio general que abarque todos los casos. De cualquier manera para Aristóteles siempre resulta más conveniente que sean varios los que juzguen en estos casos especiales ya que una multitud toma mejores decisiones que un solo individuo; además un grupo numeroso es más difícil de corromper y no se deja llevar tan fácil por la cólera.

Vemos pues que las opiniones de estos dos autores son antitéticas. Mientras para platón el gobierno perfecto recae en un solo individuo, para Aristóteles sólo un gobierno de varios puede asegurar su viabilidad. Y mientras el uno arguye que un gobernante sabio puede prescindir de la ley ya que ésta es incapaz de dar la respuesta más adecuada a cada caso particular que se presente, el otro opina que al no estar sujetas a la ley las decisiones del gobernante éstas resultan contaminadas por sus pasiones. Cada uno defiende así su parecer con los mejores argumentos y de cada uno se puede decir que en efecto le asiste una parte de razón. 

Hay otros puntos en que estos dos autores tienen coincidencias. Por ejemplo Platón considera que los cambiadores de dinero, los comerciantes, los armadores y revendedores sólo tienen participación en la política en el terreno “comercial”. Aristóteles aduce que ellos no pueden tener participación en las magistraturas porque éstas requieren de ciudadanos que cuenten con tiempo libre para poder deliberar en ellas. El tener ellos que dedicarse al comercio restringiría su cantidad de tiempo libre. 

Difieren sin embargo maestro y discípulo en otro punto. Como ya se ha dicho el primero considera “débil” e “incapaz de nada grande” al gobierno ejercido por la muchedumbre y por tanto conceptúa que es el peor de los regímenes políticos “legales”. Sin embargo de entre los gobiernos que no observan las leyes lo considera el mejor. Por lo tanto, de todos los regímenes políticos que son legales, éste es el peor, pero de todos los que no observan las leyes es, por el contrario, el mejor. 

Al respecto Aristóteles opina que Platón “juzgaba, en efecto, que si todos los regímenes políticos son razonablemente buenos, por ejemplo, si la oligarquía y los demás son buenos, la democracia es el peor, pero si ellos son malos, la democracia es el mejor. Nosotros, por el contrario, afirmamos que ellos son completamente errados y que es erróneo decir que una oligarquía es mejor que otra, pues sólo es menos defectuosa”[7]. Se debe en este punto aclarar que para Platón, como ya se ha señalado, sólo existe un régimen perfecto y es aquel del gobernante que posee el arte real. Los demás son simples imitaciones que se debe calificar de buenas si se ajustan a las leyes (Monarquía, aristocracia) y malas si no se atienen a normas escritas que emulen el régimen perfecto (tiranía, oligarquía, democracia). Para Aristóteles, en cambio, tres son los regímenes rectos en la medida que busquen el bien común (monarquía, aristocracia y república) y tres los regímenes desviados en razón de que busquen el provecho de una única persona (tiranía), de los ricos (oligarquía) o de los pobres (democracia). Es decir que éste último régimen –la democracia- debe ser considerado intrínsecamente malo indistintamente de que se ajuste o no a las leyes. 

Debemos decir entonces que Platón y Aristóteles son autores contrapuestos. El primero señala, como ya he indicado varias veces, que el régimen político ideal es una monarquía presidida por un individuo que posea el arte real. La labor de este rey es comparable al arte de tejer ya que él en aras de preservar su régimen y brindar bienestar y cuidado a todo sus súbditos ha de entrelazar y combinar a aquellos que tienen un carácter inclinado hacia la sensatez con aquellos que tienen un carácter propenso a la valentía. Tomando y combinando lo mejor de ambas virtudes se pretende elaborar un tejido sólido que arrope a toda la ciudad, la resguarde y, a su vez, permite a los gobernados en su conjunto vivir en armonía y en perfecta comunión, y a cada uno de ellos aspirar a un bienestar y un mejoramiento continuo.
 
Para Aristóteles en cambio el régimen más recto de todos no es la monarquía por fuera de la ley y sujeta a los caprichos y pasiones de un solo gobernante, sino una república y la mejor manera de asegurar la perdurabilidad de ese régimen político es procurar que la mayoría de quienes hagan parte de éste pertenezcan a la clase media. Él llega a esa conclusión en virtud de que las sediciones en el seno de los regímenes son instigados por los ricos o notables, o por los pobres o libres; sobre el particular anota: “los que aspiran a la igualdad se lanzan a la sedición si consideran que, aunque son iguales a los que tienen más, tienen menos que ellos; y los que aspiran a la desigualdad y la superioridad, si suponen que, aunque son desiguales, no tienen más, sino igual o menos (…) así pues, si son inferiores, se tornan facciosos para ser iguales y, si son iguales, para ser superiores…”[8]. Vemos pues que cada autor plantea o postula un distinto método para preservar el régimen que, a su juicio, es mejor y no parece haber mayores similitudes entre las propuestas de uno y otro.
 
No obstante en un aparte de El Político Platón manifiesta que la política se cuida “bien de no caer en el más o en el menos del justo medio”, y lo considera “no como algo inexistente, sino como algo peligroso en lo que a sus actividades se refiere; y precisamente de ese modo, cuando preservan la medida logran que sus obras sean todas bellas y buenas”[9]. El autor hace esa acotación a propósito de la extensión del proceso de argumentación que lleva a cabo para precisar la definición de político; al respecto dice por un lado que no sólo se miden las cosas en relación al tamaño de otras más grandes o más pequeñas, sino también en relación a su cercanía al término medio. Como vimos, Aristóteles también se refiere a ese término medio: para él la existencia de una clase media numerosa (con un patrimonio que no caiga en el exceso ni en la pobreza) garantiza que un régimen sea sólido y duradero.

Emile Durkheim afirma en su texto Constitución según Platón, Aristóteles y Maquiavelo que Platón sentó las bases de la teoría aristotélica sobre las revoluciones o cambios en los regímenes políticos. Ciertamente se pueda rastrear una notoria influencia del maestro en el discípulo, sobre todo porque el segundo critica duramente los postulados del primero para construir un concepto de régimen político ideal diferente a una monarquía en cabeza de un rey excepcionalmente virtuoso revestido de grandes poderes.

Aristóteles y Maquiavelo
Así como hay contrastes entre Platón y Aristóteles, también se puede encontrar influencia de éste último autor en Maquiavelo a pesar de que ambos autores tienen visiones muy disímiles de la política. No es para menos: el uno  habla de regímenes políticos rectos en la medida que persigan el bien común, mientras que el otro enfatiza en la virtud que debe tener un príncipe no sólo para conservar el reino y su poder dentro de él, sino también para conquistar y anexar nuevos reinos.

Con respecto a esto último Maquiavelo asevera que el príncipe que conquiste un nuevo territorio “debe, como se ha dicho, convertirse en jefe y protector de los naturales menos poderosos, y arreglárselas para debilitar a los poderosos del mismo, además de prevenir la menor contingencia que haga factible la entrada en el reino de un extranjero tan poderoso como él”[10]. Ya había comentado cuáles son para Aristóteles las causas de las sediciones: por un lado cuando los que se creen iguales (pobres) tienen menos que los otros y por el otro cuando los que se creen superiores (ricos), tienen lo mismo o menos que los otros. Pues Maquiavelo plantea una solución para prevenir estas posibles sediciones en un régimen que ha sido conquistado: volverse aliado de los pobres y debilitar a los ricos y notables. 

Y es que de hecho otro punto en el que Aristóteles y Maquiavelo coinciden es en la importancia de los ricos y los pobres en la ciudad. Sobre eso Aristóteles dice que “… lo que se considera como las partes por excelencia de la ciudad son éstas: los ricos y pobres. Además, debido a que en la mayoría de los casos los unos son pocos y los otros muchos, estas partes de la ciudad se muestran como contrarias”[11]

Para Maquiavelo pobres y ricos también son los elementos constitutivos de la ciudad, aunque a los primeros los llama pueblo y a los segundos, notables. Sin embargo anota que es más sensato que el príncipe se granjeé el apoyo del pueblo que el de los notables: “quien accede al principado mediante el apoyo popular –dice- está solo, sin nadie, o casi, en derredor suyo que no esté dispuesto a obedecer. Además de eso, no se puede con honestidad dar satisfacción a los notables sin perjudicar a los otros, lo cual sí es posible con el pueblo, por ser el suyo fin más honesto que el de los notables al querer éstos oprimirlos y aquel que no se les oprima. No sólo eso: de enemistarse el pueblo, el príncipe jamás podría estar seguro, por ser demasiados. Con los notables, que son pocos, sí podría. Lo peor que puede esperar un príncipe de un pueblo enemigo es que lo abandone; mas con los notables por enemigos no sólo cabe temer su abandono, sino también que le hagan frente…”[12].
 
En síntesis, cuando Maquiavelo afirma que “…el pueblo desea que los notables no lo dominen ni lo opriman, mientras los notables desean dominar y oprimir al pueblo”[13], coincide plenamente con Aristóteles quien identifica en ese antagonismo entre ricos y pobres la génesis de las sediciones en las ciudades. 

Otra similitud entre Aristóteles y Maquiavelo es que ambos ponderan el valor de las leyes y de las armas al momento de gobernar. “Y de los fundamentos de todos los estados, tanto nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas leyes y las buenas armas”, señala Maquiavelo agregando que “no pueden haber buenas leyes donde no hay buenas armas y donde hay buenas armas las leyes son por cierto buenas”[14].
 
Sobre la importancia de la ley para Aristóteles ya se habló en páginas anteriores. Este autor también se refiere a la importancia de las armas señalando que el gobierno debe estar constituido solamente por quienes las posean. Además añade que “si se admite que el alma del ser vivo es una parte más importante que el cuerpo, habrá que admitir también que, en las ciudades, más importantes que los elementos que atienden a la satisfacción de las necesidades básicas son el elemento guerrero, el que administra justicia en los tribunales, y además de éstos el consultivo, que representa la inteligencia política en acción”[15]
 
Maquiavelo va más allá señalando que “un príncipe, por tanto, no debe tener otro objetivo ni más pensamiento, ni tomar otro arte como propio, aparte de la guerra, sus modalidades y dirección; pues es la única arma que concierne al que manda”[16]. E incluso agrega que aquellos príncipes que se han dedicado más a la molicie que a las armas, han perdido su poder”.   

En el proceso de lectura descubrí otra posible coincidencia entre estos dos autores. En un aparte de El Príncipe Maquiavelo plantea que: “quien se convierta en señor de una ciudad habituada a vivir libre y no la aniquile, que espere ser aniquilado por ella, pues siempre le serán de refugio al rebelarse el nombre de la libertad y sus antiguas instituciones, cosas ambas que ni el transcurrir del tiempo ni los beneficios deparados jamás hacen olvidar[17]”. Dicho fragmento yo lo interpreto de la siguiente manera: afirma Maquiavelo que las ciudades acostumbradas a la libertad oponen más resistencia a la hora de ser conquistadas. Se podría asimilar ese tipo de ciudades con las llamadas repúblicas y se debe recordar que para Aristóteles este tipo de régimen, la república, es mejor que una oligarquía,  una monarquía o una tiranía; es decir que una república en razón de su dificultad para ser conquistada sería un régimen más sólido y duradero y en ese orden de ideas se le daría la razón a Aristóteles. 

Maquiavelo y Aristóteles también comparten una visión pesimista del ser humano. Mientras el segundo anota, aludiendo a la virtud del buen ciudadano y del hombre de bien, que “…la virtud del buen ciudadano han de tenerla todos (pues así la ciudad será necesariamente mejor); pero es imposible que tengan la del hombre de bien, ya que no todos los ciudadanos de la ciudad perfecta son necesariamente hombres buenos”[18]. Es más, este autor sentencia que “ricos y pobres hay muchos en muchos lugares”, pero “…nobles y buenos no hay cien en ninguna parte”[19]. Maquiavelo, por su parte, al respecto se atreve a aseverar que los hombres “son ingratos, volubles, falsos, cobardes y codiciosos; y que mientras los tratas bien son todos tuyos (…) más siempre y cuando no los necesites; pero cuando es así, se dan media vuelta”[20]

Semejante opinión tan negativa que tiene Maquiavelo del hombre se constituye en uno de los fundamentos de su teoría política; tanto es así que llega a afirmar que el príncipe al momento de gobernar puede recurrir a actos crueles siempre y cuando se ejecuten “de golpe, en aras de la seguridad propia, sin que se recurra más a ellas, y redunden en la mayor utilidad posible para los súbditos”[21] En esa cita se puede encontrar una coincidencia plena con los planteamientos de Platón para quien, recordemos, el rey poseedor del arte real puede incurrir en métodos non sanctus para procurar bienestar a sus gobernados. Al respecto el autor griego dice que si estos gobernantes “mandan a la muerte o destierran a algunos individuos para purificar y sanear la ciudad, o si envían aquí y allá colonias como si fueran enjambres de abejas para reducir la ciudad o, por el contrario, traen inmigrantes de algún otro lado para aumentar su volumen, mientras procedan con ciencia y justicia para salvarla e introduzcan en lo posible mejoras, debemos decir, ateniéndonos a tales rasgos, que es este régimen político el único recto”[22]

Es evidente pues la semejanza entre los postulados de Maquiavelo y Platón, aunque cabe decir que con respecto al asunto de los extranjeros Aristóteles discrepa de su maestro ya que para él la llegada de extranjeros a las ciudades es causa de sediciones en éstas.

Pero, en general, es imposible no admitir que para Maquiavelo el príncipe no debe ser un personaje impoluto y sin mácula, sino que dependiente de las circunstancias y en razón del carácter corrupto del ser humano debe ser capaz de obrar de manera nos sancta.

Existen múltiples referencias en El Príncipe al respecto. En un aparte se dice que: “…muchos son los que han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto ni conocido jamás realmente, y está tan lejos el cómo se vive del cómo se debería vivir, que quien renuncie a lo que se hace en aras de lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su ruina que su conservación; y es que un hombre que quiera hacer en todo profesión de bueno, acabará hundiéndose entre tantos que no lo son. De ahí un príncipe que se quiera mantener necesite aprender a ser no bueno, y a hacer uso de ello o no, dependiendo de la necesidad”[23].

En este punto me asalta una duda: ¿se puede considerar una misma cosa la virtud de la que habla Maquiavelo y la posesión del arte real de la que hace referencia Platón? No obstante hay que aclarar que, en mi concepto, ambos autores conceptúan que la política tiene fines distintos. Mientras el griego hace énfasis en la política como un arte que propende por el bienestar y el cuidado del rebaño humano, el italiano ve en la política más como un arte de preservar el reino y el poder en él, a la vez que acrecentar ese poder conquistando y anexando nuevos reinos.








[1] Platón, ‘Político’ en Diálogos, Editorial Gredos, Madrid, 1992,  pág. 580-581
[2] Platón, Op. Cit. pág. 582
[3] Platón, Op. Cit.  Pág. 588
[4] Aristóteles, Política, Editorial Losada, Buenos Aires, 2005, pág. 195
[5] Aristóteles, Op. Cit. pág. 195-196
[6] Aristóteles, Op. Cit.  pág. 217
[7] Aristóteles, Op. Cit.  pág. 233
[8] Aristóteles, Op. Cit.  pág. 292
[9] Platón, Op. Cit. pág. 561
[10] Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe,  Pág. 9
[11] Aristóteles, Op. Cit. pág. 243
[12] Maquiavelo, Op. Cit. pág. 32 y 33
[13] Maquiavelo, Op. Cit. pág. 32
[14] Maquiavelo, Op. Cit.  pág. 40
[15] Aristóteles, Op. Cit.  pág. 241
[16] Maquiavelo, Op. Cit. pág. 48
[17] Maquiavelo, Op. Cit.  pág. 17
[18] Aristóteles, Op. Cit. pág. 175
[19] Aristóteles, Op. Cit. Pág. 291
[20] Maquiavelo, Op. Cit. Pág. 56
[21] Maquiavelo, Op. Cit. pág. 30
[22] Platón, Op. Cit. pág. 581
[23] Maquiavelo, Op. Cit. pág. 51

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