jueves, 2 de diciembre de 2010

Penépolis

Sonia sabía que en el lugar donde había nacido no valía nada por ser mujer. En Penepólis, su ciudad natal, las mujeres sólo tenían tres alternativas:  ser amas de casa, ser empleadas domésticas o ejercer la prostitución. Cuando una niña nacía era criada para planchar, lavar, cocinar y demás quehaceres domésticos. Desde chica se debía enfrentar a ser violada por cualquiera que se le antojara porque, entre otras cosas, el abuso sexual contra mujeres no estaba penalizado en Penépolis. De hecho la mujer sólo podía lograr cierto estatus por su dimensión sexual. Silvia, la hermana de Sonia, era un fiel ejemplo: desde joven se dedicó a la prostitución y transformó su cuerpo para hacerlo lo más tentador posible a los ojos de los hombres. Se puso tetas, se hizo liposucciones, iba al gimnasio frecuentemente; gracias a ese arduo trabajo logró casarse con un hombre bastante acaudalado. Sonia la odiaba profundamente y solía discutir con ella porque su carácter era más beligerante; en el fondo sentía que ese sistema social que regía a Penépolis era una perversión terrible. Sin embargo esas ideas subersivas eran duramente castigadas. El feminismo era perseguido y las homosexualidad masculina era condenada con la muerte. Las lesbianas eran obligadas a servir de meretrices para ver si así se curaban de su 'enfermedad'.

El Gobierno de Penépolis estaba a la cabeza de un Alcalde que despachaba desde un enorme edificio en forma de falo ubicado en el centro de la ciudad. Todos los funcionarios públicos eran hombres, incluidos jueces y miembros de la Fuerza Pública. Sólo los hombres tenían derecho a la propiedad privada y a la libre creación de empresas. Las mujeres estaban condenadas a ser proletarias empleadas en los oficios antes descritos. El monopolio de la cultura también le pertenecía a los machos: las mujeres no podían aprender a leer, ni tener acceso a ningun tipo de literatura. Sin embargo los seres siempre se las arreglan para burlar las dictaduras y varias mujeres de manera clandestina no sólo aprendieron a leer, sino que hacían circular panfletos que llamaban a la rebelión contra la dominación masculina. Sonia era una de esas chicas. No estaba a cargo ni de la impresión, ni de los contenidos, pero sí se encargaba de difundirlos. Admiraba a Petra, una guerrillera que durante años sembró el terror en las afueras de Penépolis emasculando a los hombres. Fue capturada y condenada a ser violada por una veintena de hombres que la volvieron pedazos.

Sonia era fea y lesbiana y por eso no solía ser acosada sexualmente. Trabajaba haciendo aseo en la sede de Gobierno. Vivía en una pensión miserable, infestada de cucarachas, donde el agua llegaba por horas. El 80% de las mujeres en Penépolis vivían en la miseria absoluta. Cierto día Silvia la visitó. Entró a la pequeña alcoba mirándola con asco.

_ Usted me da lástima- decía- Cada vez que la visito me alegro más de la vida que tengo.
_ ¿Si es asi a qué viene?- replicó Sonia,
_ Necesito una empleada del servicio en mi casa. Necesito que sea usted, porque es la única persona de confianza que conozco.
_ No me interesa- contestó Sonia con rapidez.
_ Debería alegrarse de que le ofrezca salir de este máldito hueco. En mi casa va a estar mejor... al menos es una casa limpia...Viéndolo bien usted no es ni tan fea. ¿Por qué no se prostituye? Le iría mucho mejor.
_ No me interesa. Los hombres me dan asco.
_ Algún dìa se va a arrepentir de haberse dejado meter tantas cucarachas en la cabeza. Usted sabe que aquí a las lesbianas les va muy mal.

Sonia se llenó de rabia y contestó:
_ Algun día todo cambiará. No hay mal que dure mil años.
_ Ilusa, Usted lo que está buscando es que la maten- le contestó su hermana.
_ Pues yo prefiero que me maten a tener que seguir soportando esta situación miserable.

Un gesto de rabia  se dibujó en el rostro de Silvia y se marchó. De camino a su casa recordó que su marido era un ser grotesco, gordo, seboso, ordinario, que la obligaba a besarse con mujeres, ingerir heces y a dejarse penetrar por decenas de hombres delante de él.

Sonia estaba decidida. No quería soportar más el yugo de los hombres. Estaba cansada de su soberbia, su corrupción, su egoísmo. Sabía de la existencia de un movimiento clandestino que con ayuda de homosexuales cómplices en las Fuerzas Armadas había conseguido armas y explosivos, y de cuando en cuando realizaba atentados bajo la consigna de reinvindicar los derechos de las mujeres. El grupo era menospreciado por el establecimiento, pero las mujeres eran constantemente vigiladas para detectar cualquier brote de subversión.

En una ocasión Sonia salió tarde del trabajo. Iba rumbo a su hogar cuando vio en la calle cómo una muchacha estaba siendo molestada por una pandilla de desadaptados. Sonia sintió rabia, pero ese sentimiento se transformó en impotencia cuando aquellos hombres procedieron a violar a la desdichada. Esa imagen se grabó en su mente y desde allí deseo fervientemente ver muertos a todos los hombres. Y hubo una especial idea que se convirtió en obsesión: ver en ruinas el edificio en forma de pene erecto en donde trabajaba todos los días para mal vivir.

Cierto día sonó el telefono en la pensión donde vivía la desdichada mujer:
_ Sonia.... estás interesada en servir de acompañante... el pago no es mucho, pero te irá mejor que siendo aseadora.

Ella sabía que le hablaban en clave. Sus peticiones fueron escuchadas: había sido invitada a una reunión del movimiento clandestino al que deseaba enrolarse. Llegó a una vieja casa desvencijada. Entró y alguien la condujo a un sótano. Allí una mujer de aspecto indómito arengaba a varios hombres y mujeres presentes:

_ Necesitamos un acción grande y contundente. Necesitamos a atacar al símbolo de la tiranía. Nuestro objetivo es colocar una bomba en la sede de Gobierno.

- Que idea tan estúpida- aseveró alguien entre la multitud.-, eso es imposible, ese edificio está ultraprotegido. Nunca podremos atentar contra él.
_ Eso es falso -replicó Sonia- esa seguridad no es inexpugnable. El alcalde y los hombres que trabajan allì dan por sentado que nunca los van a atacar. La seguridad vive relajada.
_ ¿Quién es usted?- dijo la mujer que dirigía la reunión.
_ Soy Sonia, trabajo de aseadora en ese edificio.
_ ¿Y por qué esta aquí?
_ Quiero pertenecer a ustedes. Odio a los hombres, los desprecio como no tienen idea. Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea. A sacrificar mi propia vida con tal de acabar con este régimen.

Esas palabras sellaron su suerte. Pero había que probar qué estaba dispuesta a hacer. La primera prueba que debía superar era 'sencilla': seducir a un hombre para después castrarlo. Sonia no era capaz de usar armas blancas, las odiaba. Así que les propuso cambiar el método de castigo.

_ ¿Puedo quemarle el miembro con ácido o con fuego si es preciso?- preguntó.
_ Adelante- le contestó la lìder.

Dicho y hecho. Unos días después Sonia se arregló y logró que reluciera la poca belleza que poseía. Paró un auto. Su conductor era un sujeto horrendo y asqueroso. Era su cuñado. Éste no la reconoció. Fueron a  un motel, pero Sonia fue víctima de su propio invento.  Ella quiso dormirlo con un somnífero que a escondidas agregó en un refresco, pero él primero la forzó terriblemente. Sonia quedó consternada. Como pudo se sobrepuso y conminó al hombre a beber. Él lo hizo y quedó profundo. Ella había sido muy cándida al pensar que lograría sortear la prueba fácilmente, pero su ingenuidad fue castigada. Para desfogar la rabia que ello le causó, no titubeó en rociar el pene de su cuñado con gasolina y arrojarle un fósforo encendido. Un placer infinito la embargó  cuando vio ese pedazo de carne ardiendo con un color anaranjado intenso.  Se sobrepuso a la alegría, buscó un balde de agua y apagó las llamas que envolvían al esposo de su hermana. Del cuerpo carbonizado salían gritos de dolor, pero como estaba sedado no lograba coordinar sus acciones. Nadie a los alrededores se dio cuenta, pues la cabaña en la que ocurrió el hecho estaba retirada de las otras. Sonia debía escapar y lo logró. Tomó el auto de su cuñado y salió del sitio como si nada.

Sin embargo sabía que ese atrevimiento iba a ser cruelmente castigado. El cuñado denunció el hecho y aunque primero fue objeto de sendas burlas, al final logró que las autoridades siguieran la pista de la mujer pirómana.

"Has cumplido", le dijo a Sonia la líder del movimiento que le había encomendado tan terrible tarea. Se llamaba Yidis y era una mujer de facciones bruscas y espíritu atribulado

_ Tiene agallas. Por lo que hizo su vida como empleada acabó. Ahora deberá vivir en la clandestinidad -sentenciaba la mujer. Había pasado un día desde el macabro hecho.
_ ¿Y ahora qué sigue?- interpeló Sonia.
_ Eso ya lo veremos. Me alegra que haya mujeres como usted. ¿ De dónde saca tanta fortaleza?
_ No sé. del odio, supongo.
_ Sabe, es triste admitirlo, pero hay muchas mujeres que viven felices con esta situación. Son mujeres que le sacan partido a sus encantos, o sacan beneficios por acolitarle el machismo a los hombres. Se operan y utilicen su encanto sexual para lograr posiciones privilegiadas. O acceden vivir una vida gris como sirvientas de sus maridos: me repugna.
_ Mi hermana es así. Es una mujer que vive contenta con esa forma de vida....
_ No ven más allá de sus narices, tienen sueños frívolos, les basta con obtener éxitos materiales; no les interesa su crecimiento intelectual o espiritual. Son mujeres vacías. Ellas son incluso peores que los mismos hombres.
_ Yo también los odio profundamente. Odio la gente vendida. Odio la gente banal.
_ Sabe una cosa, dentro de poco asestaremos un gran golpe.

El silencio se apoderó del espacio clandestino en el que estaban. Luego timidamente Sonia masculló: "¿Cuál?" y recibió un "Ya va a ver" como respuesta.

En los días siguientes la vida de Sonia cambió radicalmente. Abandonó su trabajo y la miserable pieza donde vivía. Perdió el contacto con su hermana y con las pocas personas que la conocían. Sencillamente desapareció del panorama, pero nadie pareció percatarse de ello. Sólo existía para el pequeño universo de la organización clandestina de la que hacía parte. Pasó a ser una guerrillera rasa encargada de labores menores como poner petardos en estaciones de policía, hasta que en determinado momento tuve necesidad de destrozar otro falo. Salió de nuevo a la calle y pescó un hombre en busca de sexo fácil. Pero sus cálculos fallaron: el sujeto era un oficial de la Policía que descubrió sus intenciones. Su suerte estaba echada. Iba a ser encarcelada y seguramente pagaría su atrevimiento con su vida.

Lo que ignoraba es que camaradas suyos habían fraguado durante mucho tiempo ese golpe definitivo del que había sido advertida hace poco. El plan era simple: el grupo terrorista encontró un aliado en un piloto homosexual dispuesto a sacrificarse por la causa feminista y libertaria. Ese 16 de marzo debía pilotear una avión con varios ejecutivos que viajaban para participar en una una orgía con prostitutas de una ciudad vecina. Mientras el avión despegaba, una patrulla policiaca, con Sonia en su interior, se acercaba a la sede de Gobierno. Al parecer el Alcalde había ordenado ejecutar a la guerrillera en ese sitio ante miles de mujeres, para que por fin escarmentaran y abandonaran sus ideas subversivas. El avión cambió la ruta fijada y se dirigió a la sede de Gobierno. La patrulla también se acercaba a ese edificio en forma de falo. Minutos después Sonia observó la imagen más bella que había visto en toda su vida. Un ave blindada de metal se estrelló contra el pene gigante que terminó desplomándose ante el fuerte impacto. Un gozo para el alma. La castración para un sistema injusto y esclavista.

Fue la última imagen que observo Sonia. Ella fue asesinada y después del atentado se inició una persecusión feroz que también aniquiló a todas las mujeres y hombres que pertenecían a su movimiento.

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