Resulta una verdad de Perogrullo decir
que Colombia se ha desangrado por cuenta de un conflicto interno que ha durado
más de medio siglo. Y también es una obviedad decir que uno de los principales
protagonistas de tanta barbarie han sido las Farc. El Gobierno, en cabeza de
Juan Manuel Santos, se ha embarcado en un nuevo intento de ponerle punto final
al conflicto entablando un diálogo con esa guerrilla.
Y como es natural no falta el
escepticismo pues las Farc se han caracterizado por su tendencia a la mitomanía.
Basta recordad el episodio de Emanuel, el hijo de Clara Rojas. Las Farc le
hicieron creer al país que tenían al niño en su poder cuando en realidad no era
así. Finalmente el entonces gobierno del ex presidente Uribe anunció que el
niño nacido bajo el cautiverio estaba en poder del Bienestar Familiar. Las Farc
decidieron mantener su falacia y se atrevieron a decir que de ahora en adelante
“habrían dos Emanueles”, el del Gobierno y el de la Guerrilla.Pero al final una
prueba de ADN confirmó lo dicho por el Gobierno.
Es natural que ese tipo de
antecedentes haya vuelto a los colombianos incrédulos frente a un nuevo proceso
de paz. El recuerdo del desastre del Cagúan, episodio donde el gobierno de
Andrés Pastrana le entregó un pedazo de territorio colombiano a las Farc a
cambio de nada y en nombre de la paz, está fresco en la memoria.
Sin embargo pese a todo hay que apoyar
el actual proceso. O al menos esperar con paciencia sus resultados. Este
proceso tiene dos ingredientes que son clave: primero, tiene como escenario un
tercer país –cuba-, es decir, no hay despeje de un centímetro de territorio colombiano
que se convierta en un refugio donde las Farc puedan delinquir; y segundo, está
sucediendo sin tregua ni cese de hostilidades de por medio. Es decir no se le
está dando a las Farc un compás de espera para que se fortalezcan.
Hay que darle tiempo al tiempo y ver
las conclusiones de este experimento de paz. También hay que tomar nota a las
propuestas de la Guerrilla. El proceso de paz arrancó en torno a un tema muy
álgido: el de la tierra. La tenencia de la tierra ha sido el motor de este
conflicto durante décadas y es importar llegar a soluciones consensuadas en torno
a este tema.
En los procesos de paz siempre los
grupos alzados en armas tienen la sartén por el mango. Y en ese orden de ideas
los gobiernos tienen que hacer enormes concesiones a cambio de su
desmovilización. Eso ocurrió y está ocurriendo con el proceso de paz con los
paramilitares a quienes la Ley de Justicia y Paz les da el chance de purgar penas
de irrisorios ocho años por sus crímenes. Por tanto es natural que en el
proceso con las Farc se hable de penas alternativas, indultos y amnistías.
Hay que llenarse de paciencia y
esperar los frutos del diálogo. La espera no debe durar eternamente y en caso
de que el proceso entre en un estancamiento, el Gobierno decidirá si debe
ponerle punto final. Hay que tener paciencia y, sobre todo, mucha esperanza.
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