martes, 26 de marzo de 2013

Una historia de bullyng

Risas, risotadas, carcajas ensordecedoras. Para Eberth la risa siempre fue un sonido nauseabundo y fastidioso. Pero ese viernes de septiembre del 2002 las risas resultaron especialmente humillantes ya que era Eberth quien las producía, y no porque hubiese dicho algo gracioso, sino porque estaba protagonizando una escena vergonzosa, patética y lastimera.

Ahí estaba el desgarbado joven en medio del salón de clases, sosteniendo entre sus manos la panela que hace poco había liberado de su envoltorio rojo. Todos reían, a todos les causaba gracia el derrumbe moral de un ser humano. Se regodeaban en la miseria del más patético de sus compañeros de clase. "Mi regalo va a ser muy dulce", había pronunciado Camilo, el verdugo de Eberth antes de entregarle a éste el paquete rojo. De inmediato Eberth lo palpó. "Es una piedra", sentenció. Abrió el obsequio y descubríó la panela. Era obvia la intención. Lo usual al jugar amigo dulce es regalar chocolates, dulces, bombones, y no un alimento que suele servir de insumo para el desayuno de los más pobres.

"Mirá quién está atrás", le comentó al oído a Eberth una de sus compañeras. Él dio media vuelta y observó a Tatiana, la novia de su verdugo. La sonrisa que se dibujaba en su cara era de victoria y satisfacción. Eberth observó de nuevo el paquete color carmín y descubrió unas pequeñas tarjetas que iban junto con la panela. "Eberth te entregó este regalo con muchos cariño, pero lávate bien los dientes para que te sepa mejor...te lo digo con cariño porque tienes los dientes muy amarillos... tienes la boca podrida". Las tarjetas hacían alusión a la mala higiene bucal de Ebert. En síntesis el deseo de destruir emocionalmente al joven era evidente.

La orgía de risas que se había desatado no amainaba. Eberth tiró la panela por la ventana del salón de clases y observó como se estrellaba contra el suelo. ¿Qué pasó después?, sencillamente no lo recuerda, su mente simplemente se bloqueó en ese instante.

¿Que si se merecía Eberth experimentar tan terrible trance?, quizás. Era el castigo justo a su estupidez, a su ingenuidad. Él siempre fue un joven encerrado en sí mismo, casi autista, incapaz de adaptarse a su entorno y esas son falencias que en el árido terreno de la vida escolar se pagan muy caro. El día anterior había participado en una insulsa actividad en la que cada alumno se paraba al frente del salón para oír la opinión que sus compañeros tenían sobre él. Eberth se despachó criticando a Raymundo y todo el mundo. Hubiese sido más inteligente guardar silencio ya que esas críticas sólo avivaron el fuego de la rabia y el desprecio que sus compañeros  le guardaban.

Porque lo que vivió aquel viernes no fue una simple broma de adolescentes, fue un acto de desprecio fraguado para destruir hasta los tuétanos. Y lo peor es que se trató de un hecho premeditado del que la mayoría de sus compañeros tenían conocimiento. Se quedó grabada en la mente de Eberth la imagen de Julián Gálvez -a quien  sacó de amigo secreto- cuando le entregó el obsequio. Gálvez esbozó una sonrisa irónica, preludio de lo que ocurriría a continuación. Todos los compinches de Camilo sabían lo que iba a pasar; era como si hubieran comprado entradas para una cruel comedia en la cual su protagonista sufriría el mayor de los ridículos. Pero Eberth se lo buscó. Fue el precio que tuvo que pagar por su debilidad, su falta de viveza, su naturaleza tan diferentes a la de aquellos que le rodeaban.

La actitud asumida por los profesores de Eberth después de ocurrido el hecho en mención fue negligente. Sencillamente se hicieron los de la vista gorda; Camilo no fue objeto de ninguna sanción y a los demás ni siquiera los reprendieron por burlarse sin piedad de un compañero. Pero así es la vida; los profesores y directivos de los colegios parecen estar más preocupados por la buena imagen de sus planteles, por los puntajes del Icfes, en fin por mil cosas antes  que por el bienestar psíquico de sus estudiantes.

En los colegios el bullyng no debería ser ignorado  bajo la excusa de que es un fenómeno normal en la adolescencia. Las directivas y profesores tampoco deberían esgrimir el argumento de que las víctimas tienen que aprender  a defenderse solas. Pero para Eberth ya no es tiempo de llorar; pagó caro el cometer el mayor de los pecados para un ser humano: el ser débil. Porque este mundo está hecho a la medida de los hampones que son capaces de pisotear a quien sea para satisfacer sus placeres. Ahora sólo le queda luchar contra el deseo de que los hijos de sus victimarios pasen por lo que él pasó. 

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