miércoles, 6 de abril de 2011

El odio a la madre

Una lesbiana que es desnudada y violada salvajemente. La agresividad cristalizada en un falo que destruye. El odio que se refleja en unas imagenes asquerosas que se niegan a abandonar una mente. No existe una fuerza capaz de hacerles frente, una indignación avasalladora que opaque esas imagenes nauseabundas.
El caos encerrado al interior de un alma incubó demonios tremendos. Pulsiones malsanas que son válvulas de escape para tratar de liberar el tedio, la amarguera, la desesperación. Pulsiones que se mezclan con los complejos, los rencores y las frustraciones. La peor de todas, esa pulsión, esa idea obsesiva que nace espontáneamente y que se gobierna a sí misma: una mujer sometida, falos destructores, gritos, lagrimas, abuso de poder, de fuerza y de género.

Una idea que inhabilita moralmente a cualquiera. Que lo hace indigno de cualquier majestad. Que le esquilma la facultad de juzgar, condenar y exijir rectitud, exijir orden; la facultad de acometer las acciones necesarias para acabar con el caos, la maldad y el abuso.

La agresidad, el vació, el tedio, la amargura, el aburrimiento, la frustración, tantos adjetivos para describir esa energía avasalladora, indómita, maldita que se niega a abandonar los escombros de un cuerpo que expira. Un alma podrida que trata de desfogar sus frustraciones odiando a quien parió su cuerpo. Pobre madre. El maltrato hacie ella es un subterfugio, una treta para evadir al caos. La odia porque no conoce sus gustos, porque le sirve comida caliente, porque no innova en la cocina, porque lo obliga a cortarse el cabello. Razones imbéciles para desfogar una rabia que en ninguna otra persona puede hacer.

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